Los columnistas y el deicidio

Por Mario Waissbluth/ Fundador Fundación 2020

Chile los necesita a todos, empresarios, académicos, de todos los colores políticos. No para navegar hacia el “estatismo socialistoide”, como dijo mi amigo Soto, sino hacia la normalidad más bien social democrática de la vasta mayoría de los países avanzados. A los megaabusadores, si la ley lo permite y los tribunales lo demuestran, habría que meterlos a la cárcel sin empacho. Y si la ley no lo permite, entonces hay que cambiar las leyes, porque con estos niveles de abuso no vamos a llegar a ningún lado.

La prensa impresa de derecha (es decir, casi toda), los partidos de la Alianza, los académicos y periodistas que son “objetivamente desideologizados” pero muy de derecha, los grandes empresarios chilenos (mas no los inversionistas extranjeros), están al borde del ataque de nervios. De leer sus columnas y entrevistas, el país está al borde del colapso económico, la onerosa carga tributaria hará imposible la inversión, los sindicatos se apoderarán de las empresas, la educación caerá completa en manos del Estado y se acabará la libertad de elección, el sistema previsional se destruirá. De aquí a la Cuba de Fidel o la Venezuela de Maduro hay sólo un paso.

Uno de los más inefables apóstoles del mensaje del terror, Héctor Soto, a quien respeto, lo escribió recientemente: “Aparte de ser un gobierno refundacional, como muchas veces se ha dicho, este segundo mandato de la Presidenta Bachelet tiene marcados sesgos antiliberales, estatistas y, más que socialistas, socialistoides, dado que a estas alturas el socialismo es sólo un experimento jurásico”.

UN POCO DE HISTORIA

Chile ha sido, del 73 en adelante, el experimento más neoliberal del mundo en materia de políticas económicas y sociales, implantado a fuerza de bayonetas. Los conceptos de San Milton Friedman fueron pilares centrales, los Chicago Boys sus profetas, avanzados incluso respecto a su época. Esto se complementó con el esencial concepto de subsidiariedad del Estado, que el arcángel mayor Jaime Guzmán definió con pulcritud:

“El Estado es subsidiario no solo respecto del hombre en cuanto tal, sino también respecto de la familia, de los municipios, de los gremios y de todas las llamadas ‘sociedades intermedias’. En el respeto y la adhesión a este principio reside la única posibilidad de conformar una sociedad realmente orgánica. De él se derivan, como lógica consecuencia, el derecho de propiedad privada y la libre iniciativa en el campo económico… que, rectamente entendidas, son, más que fórmulas económicamente eficaces, fieles expresiones de la naturaleza humana y salvaguardia de su propia libertad”.

La responsabilidad por la familia del lector sería en lo esencial suya y de nadie más. Esto significa que, si alguien tiene dinero suficiente, entonces paga el mejor seguro de salud, el mejor aporte al fondo de ahorro previsional y la mejor escuela (con el mayor copago posible) o universidad para sus hijos. Si no lo tiene, no lo hace. Simple. El gasto per cápita en salud o educación privada es cuatro a diez veces superior a su equivalente en el sistema público. Esto también significa que los impuestos deben reducirse al mínimo indispensable, pues la libertad y el emprendimiento es lo que hará prosperar a las personas, libres de ataduras y lastres.

La Concertación, hasta ese entonces “cómplice pasiva” del modelo, hoy rebautizada Nueva Mayoría, se lanzó por la ruta del cambio, rediseño, o ajuste del modelo made in Chicago: reforma tributaria, educativa, laboral, y lo que debiera ser la madre de todas las reformas: cambio al binominal y al financiamiento de la política, piedras angulares que le han permitido a la Penta-elite de todos los colores preservar sus prebendas y el tráfico de influencias necesario para mantener el statu quo. Son las instituciones políticas las que definen las reglas de la economía… y de los abusos.

La libre competencia es la que inducirá la inversión, la mejora de la calidad y la innovación en educación. Por eso, en esta suerte de ley de la selva viene siendo legítimo que una escuela básica concentre a los estudiantes más aventajados y se deshaga de los menos aventajados para así ser más atractiva para los clientes que pagan. Podríamos seguir con numerosos ejemplos, como que la acreditación de universidades debe ser voluntaria, pues no es rol del Estado entrometerse. Ese fue el planteamiento de los “subsidiaristas” cuando se propuso la primera ley de acreditación universitaria en 2005, y así se aprobó en el pareado Congreso.

El “modelo Chicago” ciertamente ha tenido méritos. No en vano Chile ostenta, en comparación con sus congéneres latinoamericanos, la mejor tasa de crecimiento del PIB per cápita, el mejor Índice de Desarrollo Humano del PNUD, el mejor test de PISA, la mayor cobertura de educación media. Entonces, ¿de qué se queja uno? ¿Dónde está el problema?

En el punto de partida. La sociedades chilena y latinoamericana tienen, por centurias, los peores índices del mundo en inequidad de ingresos, segregación de clases y desigualdad educativa. La meritocracia y la igualdad de oportunidades pasa entonces a ser casi una broma cruel, si se considera que deberán correr la carrera de la vida en igualdad de condiciones un niño de clase alta y otro que nació en un hogar vulnerable, con una madre adolescente que llegó a 1° Medio y no entiende lo que lee.

Este ha sido un modelo de crecimiento con inequidad. Un estudio reciente de la U. de Chile señala, sobre la base de datos tributarios, que el 1 por ciento más rico tiene un ingreso per cápita cuarenta veces superior al del 80 por ciento de la población. Este 1 por ciento más rico acumula, al incorporar al cálculo las ganancias de capital: 30,5 por ciento del ingreso de Chile, comparado con 21 por ciento en Estados Unidos, 11 por ciento en Japón y 9 por ciento en Suecia.

La línea divisoria en ingreso per cápita entre el 50% más pobre y el 50% más rico de Chile es, lea bien, afírmese de la silla: 4 mil pesos diarios, sí, 4 mil pesos diarios para comer, vestirse, jubilarse, transportarse (1.5 lucas diarias), alojarse, e ir a hacer cola al consultorio primario. La línea divisoria son 4 mil diarios, y de ahí vamos bajando a 3 y 2 lucas diarias, con los subsidios del Estado para los más pobres e indigentes. Ahí quisiera ver a los evangelistas del modelo, a ver cómo se las arreglan para que sus hijos lleguen a una buena universidad.

En adición a la inequidad de ingresos y oportunidades, está la segregación de toda índole: urbana, escolar, de clases sociales. Aun así, los apóstoles de San Milton Friedman retrucan, con fe ideológica rayana en lo religioso: ¿Y qué importa la concentración del ingreso? ¿Qué importa la segregación? ¿Acaso no les hemos dado acceso al consumo a millones de personas? Sí, es verdad. ¿Y entonces?

LOS ABUSOS, LOS ABUSOS

La ecuación ideológica les falló a los apóstoles por el lado más imprevisto: los abusos, y la profunda desconfianza que estos abusos han generado y siguen generando. Los chilenos, sometidos por más de 30 años y aceptando como el orden natural aquél del Arcángel Guzmán, comenzaron a constatar en una retahíla de casos que este no era un capitalismo normal, “a la europea”, sino que abusivo y salvajemente desregulado en favor de la elite: las repactaciones inconsultas de La Polar, el perdonazo Johnson’s, la megaevasión tributaria de la familia Ossandón Larraín por US$ 400 millones, las colusiones de los pollos y farmacias (y quién sabe cuántas más), el caso Chispas, el caso Cascadas, Juan Bilbao y su tráfico de información privilegiada (que en realidad es una práctica tan generalizada como el aborto inducido con Misoprostol y tratado como “urgencia” en clínicas cuicas y no tan cuicas), las escandalosas comisiones de las AFP, las quejas contra las Isapres, Inverlink. La aprobación de la Ley de Pesca, históricamente grotesca. En el Pentagate, quedó de manifiesto flagrante otro secreto a voces que todos conocemos: el tráfico de influencias por la vía del financiamiento de la política. Somos “la República del doble estándar”, y casi nadie termina ni tres días en la cárcel por sus desmanes.

Uno de los abusos más escandalosos es el que hizo reventar a Chile el 2011. Muchos de sus actores (mas no todos) son los mismos. En realidad es el abuso que cambió la ecuación. La mercantilización salvaje, corrupta y desregulada de la educación superior, aquella que mueve del orden de US$ 5 mil millones al año, con utilidades que, por lo bajo, son del orden de US$ 1 mil millones, abusando asimétricamente de una “clientela” tan desinformada como la de La Polar: más de 1.3 millones de estudiantes, de los cuales el 40% termina desertando y endeudado, y otro 30% termina recibiendo un título tan “de baquelita” que más le hubiera valido no caer en las fauces de algunos traficantes.

Los estudiantes hicieron reventar el país el 2011, y ahí fue cuando quedó en realidad sellada la suerte de la Iglesia de San Milton Friedman. La Concertación, hasta ese entonces “cómplice pasiva” del modelo, hoy rebautizada Nueva Mayoría, se lanzó por la ruta del cambio, rediseño, o ajuste del modelo made in Chicago: reforma tributaria, educativa, laboral, y lo que debiera ser la madre de todas las reformas: cambio al binominal y al financiamiento de la política, piedras angulares que le han permitido a la Penta-elite de todos los colores preservar sus prebendas y el tráfico de influencias necesario para mantener el statu quo. Son las instituciones políticas las que definen las reglas de la economía… y de los abusos.

Dejo constancia que no me identifico con, ni pertenezco a, la Nueva Mayoría. Renuncié a la Concertación en el 2008, no por desacuerdo con una cierta ideología socialdemócrata, que sigo reafirmando, sino por el reiterado estilo de hacer mal las cosas, privilegiar el compadrazgo político, y una tendencia a la demagogia por encima de “hacer las cosas bien”. Este gen quedó demostrado nuevamente este año, con los diseños legislativos apresurados que todos conocemos, y la epidemia de despidos y contrataciones (similar a la de Piñera). Pero la Nueva Mayoría está intentando, con chambonadas y todo, ajustarle las tuercas al modelo, no para navegar en dirección a la Cuba de Fidel ni a la Venezuela de Maduro, sino, oh sorpresa, hacia la normalidad de los países de la OCDE. Nada de lo que se está legislando, con errores y todo, difiere de las prácticas mayoritariamente aceptadas en países capitalistas avanzados.

EL DEICIDIO Y LA NECESARIA COMPASIÓN

Para todos los aterrados y aterrorizadores, aquí se está cometiendo un “deicidio ideológico”. Me puedo imaginar perfectamente su catástrofe emocional porque a mí me pasó. Yo fui marxista en mi juventud, y aceptar mis errores me causó un trauma emocional mayúsculo por más de una década. Mis verdades reveladas no eran tales, la Rusia comunista era un error fatal, la dictadura del proletariado era basura.

Para todos los economistas, empresarios y académicos, generalmente formados en colegios y universidades con marcados sesgos ideológicos, que han navegado por 30 años por el mundo, y dictado clases en las aulas, escribiendo artículos, y pontificando en la prensa y en la mesa familiar sobre los éxitos del modelo, reconocer abiertamente que este causó graves inequidades, espantosas segregaciones y una tormenta de abusos, no debe ser fácil.

Se refugian entonces en la teoría del apocalipsis, generan o apoyan CONFEPAs, publican sólo los datos que les convienen, ponen titulares catastróficos y sesgados, incluso incompatibles con el texto de la noticia. Lo malo es que ello conlleva profecías autocumplidas. Los empresarios y sus corifeos tanto claman por la crisis… que ahondan la sensación atmosférica de crisis.

Lo peor que pueden hacer los políticos “retroexcavadores” de la Nueva Mayoría es agredirlos y asustarlos aún más. Por su parte, lo peor que pueden hacer los “aterrorizadores”, por el bien de sus compatriotas, es continuar agravando los mensajes, pues estamos en una situación económica internacional y nacional compleja. Acepten por favor que este es un “deicidio autoinfligido”, porque se les pasó la mano con los abusos y las inequidades.

Chile los necesita a todos, empresarios, académicos, de todos los colores políticos. No para navegar hacia el “estatismo socialistoide”, como dijo mi amigo Soto, sino hacia la normalidad más bien social democrática de la vasta mayoría de los países avanzados. A los megaabusadores, si la ley lo permite y los tribunales lo demuestran, habría que meterlos a la cárcel sin empacho. Y si la ley no lo permite, entonces hay que cambiar las leyes, porque con estos niveles de abuso, no vamos a llegar a ningún lado.

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