Por Víctor Herrero/ Diario U. de Chile
Es probable que la presidente Bachelet haya dormido bien anoche después de semanas de pesadillas políticas.
Tiene dos buenas razones para dormir más tranquila toda esta semana. Pero hay una tercera razón que le debería inquietar, ya que tiene el potencial de provocarle un insomnio permanente.
Vamos por partes.
La primera razón para conciliar mejor el sueño es el triunfo anoche de Isabel Allende en las elecciones internas del Partido Socialista, que basó su campaña en la lealtad absoluta a la mandataria, es también un triunfo del bacheletismo. La derrota de Camilo Escalona –la segunda en menos de dos años si se considera su fallida carrera senatorial en 2013– debe ser música en los oídos de La Moneda. Después de todo, Escalona no sólo ha cuestionado el ritmo de reformas, sino que se hizo parte de las voces que no descartaban elecciones anticipadas para salir de la actual crisis política.
Por lo tanto, más significativo que el triunfo de Allende, que al margen de su apellido no ha sido hasta ahora una figura de peso en la política nacional, ha sido la derrota del escalonismo. Con ello se valida la tesis del ministro Peñalillo: tras bambalinas, en la Nueva Mayoría la crisis detonada por los escándalos ha enfrentado a la Vieja Guardia de la Concertación, con los cuadros tecnócratas formados en los años 90 y subordinados por completo a la figura de Bachelet.
Basta con recordar cómo durante las últimas semanas algunos viejos estandartes, como José Antonio Viera Gallo, Edmundo Pérez Yoma, Sergio Bitar y muchos otros, dieron extensas entrevistas a los diarios tradicionales haciendo lobby por su retorno al palacio de gobierno. Por cierto, también era el interés de esos medios y sus dueños, en especial El Mercurio y La Tercera, que volvieran los representantes del status quo.
Esto no significa, por cierto, que Peñalillo se salve de un cambio de gabinete. Pero al menos asegura que su sucesor no será el subsecretario del Interior, Mahmud Aleuy, por ser un hombre cercano a Escalona. “Si se va el ministro, sale también el subsecretario”, afirma resignada una persona que trabaja en el entorno de la subsecretaría. “Aunque sea por un tema de equilibrio partidista”, remata, en referencia a la militancia PPD del ministro y PS del subsecretario.
La derrota de Escalona es, entonces, también la derrota de la vieja Concertación. Y esta incluye a Ricardo Lagos y José Miguel Insulza, que en las últimas semanas han estado coqueteando con la idea de tomarse el poder por secretaría o aclamación popular. En estos momentos, ninguna de las dos cosas parece probable. Pese a su tradicional cara de póker, ayer en la noche Insulza no pudo ocultar en el programa Tolerancia Cero de Chilevisión su decepción: “A la nueva mayoría le falta algo de la antigua Concertación”, afirmó en un intento del llamado “Partido del Orden” por seguir presionando. Si, después de todo, Insulza lograra muñecar su vuelta a los salones presidenciales, sería un lectura muy equivocada de los tiempos actuales.
La segunda razón para disfrutar más de los cojines es que esta semana tiene la posibilidad de retomar el liderazgo político del cual ella misma abdicó hace casi 50 días. Todo indica que mañana martes se dirigirá al país por cadena nacional para dar a conocer sus propuestas para enfrentar la corrupción, el financiamiento irregular de las grandes empresas a prácticamente toda la clase política, y el tráfico de influencias como el que tiene a su nuera e hijo en el centro de un escándalo junto a Andrónico Luksic. Después de que la comisión Engel le entregara sus propuestas el viernes pasado, la mandataria se encerró a solas con el informe en Cerro Castillo. Los chilenos aún no sabemos en qué consisten las recomendaciones de ese consejo, pero se supone que la comisión lo publicara íntegramente en su página Web (www.consejoanticorrupcion.cl) después de la alocución de Bachelet.
Con esa cadena nacional la presidenta podrá tal vez recuperar algo de su gran pérdida de popularidad, pero sobre todo algo del liderazgo político. Aunque podrán haber algunas medidas importantes –como la reinscripción de los partidos políticos y la prohibición de financiamiento empresarial (Ver La Política Semanal del lunes pasado: “Michelle Bachelet y Comisión Engel: un salvavidas a medias”.– tal vez no sea nada lo suficientemente espectacular a ojos de la ciudadanía como para que ella y la clase política recuperen algo del poco prestigio que tenían aun antes de los recientes escándalos.
¿Y cuál puede ser la razón que le genere insomnios futuros? Tal vez Bachelet sea la última presidenta en presidir un sistema político agotado hasta el cansancio y repudiado, hace muchos años, por gran parte de la ciudadanía. En un tono de auto-conmiseración ella misma dijo hace unos días que “es obvio que yo nunca más seré candidata a nada”. Y hace poco más de una semana la ministra Secretaría General de la Presidencia, Ximena Rincón, anunció que, hastiada por las supuestas deslealtades y clima de desconfianza, se retiraba de la política después de este gobierno. Todo esto suena a lágrimas de cocodrilo, sobre todo de parte de la ministra y ex senadora que, a sus 46 años, es cualquier cosa menos una veterana política. También Guido Girardi y Sebastián Piñera anunciaron en algún momento su retiro definitivo de las lides del poder.
Entonces, ¿cuál es el problema de fondo? El híper-presidencialismo chileno. Es tanto el poder que concentra la figura del inquilino principal de La Moneda, que si este pierde el liderazgo, se derrumba todo el castillo de naipes. Y cuando el poder legislativo está por los suelos debido, en gran parte, a que llegaron a esos puestos gracias a las generosas contribuciones legales e ilegales de los grandes empresarios, no hay nada ni nadie que pueda contener la hemorragia. Por eso, al final, el Congreso se cuadró con la comisión Engel. Por eso, muchos políticos han pedido a gritos que Bachelet se ponga firme y demuestre liderazgo. Por eso anoche, un afligido y derrotado Osvaldo Andrade, timonel saliente del PS, confesó en el programaProtagonistas de Canal 13, que incluso apoyaría a la presidenta si decide mantener a su actual gabinete político.
Cuando se transfiere tanto poder mesiánico a una figura claramente titubeante como Bachelet, o a cualquiera en realidad, algo huele muy mal en el reino de Chile.
Se dice que Edgardo Boeninger, uno de los arquitectos de la transición de los años 90, siempre fue partidario de que el país adoptase un modelo parlamentario al estilo europeo. Eso hasta que conoció a fondo a los legisladores criollos cuando, nombrado por el presidente Frei Ruiz-Tagle, ejerció como senador designado entre 1998 y 2006.
Pero en uno de sus últimos escritos, que fue una suerte de testamento político que no logró publicar antes de fallecer de cáncer a fines de 2009, Boeninger se sinceró. “No estoy proponiendo la sustitución del régimen presidencial en el corto plazo (…) sostengo sí que este es un tema cuya discusión deberemos abordar a fondo en un momento no muy lejano. Los países desarrollados del mundo tienen todos regímenes parlamentarios, con excepción de Estados Unidos, cuyo sistema político no es un ejemplo que debamos seguir”, escribió poco antes de su muerte. Y remató: “Cabría pensar en un sistema semi-presidencial como un primer paso hacia el parlamentarismo, al relativizar la hoy incontrarrestable figura del Presidente. Creo que esta opción debiera ser incorporada al análisis de cualquier reforma constitucional de envergadura que se acuerde impulsar”.
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