Cuando la derecha pierde su serenidad

Por Fernando Quilodrán/ Escritor. Director de El Siglo. Ex Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (1999, 2001 y 2003).

Inicia su monumental poema Vicente Huidobro, interrogando:

“Altazor ¿por qué perdiste tu primera serenidad?
¿Qué ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa
Con la espada en la mano?
¿Quién sembró la angustia en las llanuras de tus
/ojos como el adorno de un dios?
¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser?”

La derecha chilena se encuentra en plena ofensiva. ¿Contra quién?: en su discurso -es decir, en las apariencias- sólo contra el gobierno y su presidenta.

Excluyéndose a sí mismos de una convivencia basada en el respeto a normas conscientemente pactadas, estos patrones se han equivocado de fundo y lo mejor que pueden hacer para despertar de sus anacronismos es preguntarse si son tan fuertes sus temores y sus fobias que no se ven compartiendo un escenario democrático y de justicia social.

Esa actitud, que no se le podría reprochar puesto que es lo propio de toda oposición, presenta, sin embargo, algunos rasgos distintivos.

Llaman la atención tanto el fondo como la forma en que se mueve la derecha, desde las dirigencias de sus partidos comodesde sus parlamentarios y de sus medios de comunicación(que son, como bien se sabe y se sufre, casi todos…).

En cuanto al fondo de la ofensiva derechista, están por cierto las reformas impulsadas, y algunas de ellas ya en plena marcha, por el gobierno de la presidenta Bachelet. No hay que ser muy agudo de entendimiento para identificar el porqué de tan fiero activismo: sus intereses de clase y de casta.

El ideario derechista es bien conocido y ese “sector”, como gusta llamarse, ya ha perdido el decoro hasta el extremo de exhibir públicamente sus temores y sus fobias.

Como coautores de la Constitución pinochetista, parece natural que la defiendan y consideren “ilegítima” toda gestión derogatoria de tal engendro totalitario. En su soberbia de clase, se estiman los únicos investidos de la facultad de dictar las normas de convivencia para toda una sociedad.

Siendo el bolsillo el órgano más importante, el “vital”, de su anatomía, es inevitable que cuando algo lo hiera… chille.

Y lo hieren tanto la reforma tributaria -por incompleta y hasta permisiva que sea o al menos parezca- como la reforma educacional y, particularmente, la reforma laboral. ¡Suprema insolencia ésta de inmiscuirse en las relaciones del capital y el trabajo, habiéndose ya dictado e impuesto, incluso por el argumento de las armas, el sacrosanto Plan Laboral Pinochet-Piñera!

Y qué decir de la reforma que supuso la eliminación del astuto sistema binominal, diseñado para garantizar a quienes siempre serán minoría social y electoral una representación igual a la de las mayorías.

La derecha chilena, bien asistida por sus congéneres de otras y no menos selectas latitudes, ha optado por subir el tono. Insolentes y procaces, sus altavoces no se detienen ante nada ni ante nadie. Ofenden y agreden. Olvidados están sus legendarios buenos modales. Sintiéndose al borde de una catástrofe ante el ímpetu de las demandas y la voluntad del gobierno de honrar sus compromisos en la certeza de que los cambios aprobados por la ciudadanía son urgentes e indispensables, se debaten sin mucha lucidez entre lo lícito y lo delictual.

Perdedores en las urnas, buscan refugio en los restos aun vivos de la institucionalidad pinochetista, y cuando el Tribunal Constitucional no les otorga la protección a la que se estiman acreedores –por algo lo inventaron- elevan su protesta hasta los más altos decibeles.

Acusan de falta de representatividad al gobierno, omitiendo que ellos son aun más minoritarios, y que la marcada abstención en las urnas es en gran medida una consecuencia de su propio quehacer y deshacer en la conciencia ciudadana, a la que intervinieron –o privatizaron- con los mil recursos de su gestión totalitaria.

Excluyéndose a sí mismos de una convivencia basada en el respeto a normas conscientemente pactadas, estos patrones se han equivocado de fundo y lo mejor que pueden hacer para despertar de sus anacronismos es preguntarse si son tan fuertes sus temores y sus fobias que no se ven compartiendo un escenario democrático y de justicia social.

Y para ello, bien les vendría hacer callar a algunos de sus más desbocados exponentes que diariamente ensucian el inevitable e indispensable debate democrático.

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