Por Matías Reeves, fundador de Educación 2020.
A pesar de un alto respaldo inicial, el Plan Nacional Docente presentado por el Mineduc ha recibido diversas críticas las últimas semanas, pero la más fuerte es la hecha por los mismos docentes que a través de un paro de actividades exigen su retiro del proceso legislativo. Si bien creo que una vez más los mayores perjudicados de esta movilización son los estudiantes,también se ve afectada la imagen de los maestros y de la educación pública. Desgraciadamente sus comprensibles observaciones quedan relegadas a segundo plano por el ya tradicional y esperable paro que los ha caracterizado los últimos años, aunque en esta ocasión han establecido turnos éticos para asistir a los establecimientos de todos modos.
El desprestigio del Colegio de Profesores en ciertos sectores, y sus tradicionales prácticas de movilización, han generado anticuerpos que se han expandido en la sociedad, y hoy se les ve exclusivamente como un sindicato y no como un colegio profesional, siendo que cumple ambas funciones paralelamente.
Comprensibles digo porque, tal como señala una profesora del Liceo Arturo Alessandri Palma de Providencia, “la mirada de desconfianza que se ha generado sobre los profesores y profesoras de nuestro país se ha transformado en un lugar común, en un discurso transversal que en vez de reconocer las adversas condiciones laborales en que realizamos nuestro quehacer, se encarga de recalcar nuestra responsabilidad en la “mala” calidad de la educación chilena”.
El proyecto presentado por el Mineduc ayuda y va en una buena dirección. Es más, recogió bastantes propuesta impulsadas por El Plan Maestro, instancia independiente en la que también participó el Colegio de Profesores. Sin embargo, el proyecto es condición necesaria, pero por ningún motivo suficiente, y está todavía lejos de ser un ideal que le dé autonomía profesional a los maestros, fomente la colaboración, deposite confianza en ellos y redignifique su fundamental rol formador en la vida de nuestro país.
El problema es que ni siquiera se ha podido conversar y escuchar a los profesores porque de inmediato se ve el paro como una actitud egoísta, siendo que el derecho a huelga es un derecho fundamental reconocido por la OIT. Cualquier experto en marketing o imagen corporativa estaría de acuerdo que la marca “Colegio de Profesores” tiene atributos bastante identificables por el público. La carga simbólica que trae la organización ha hecho que miles de docentes no se vean representados en dicho cuerpo y las ideas y peticiones de los profesores quedan sin ser escuchadas. Es más, muchos maestros admiten no colegiarse porque no quieren ser identificados con grupos de izquierda o que esto les afecte en sus escuelas.
El desprestigio del Colegio de Profesores en ciertos sectores, y sus tradicionales prácticas de movilización, han generado anticuerpos que se han expandido en la sociedad, y hoy se les ve exclusivamente como un sindicato y no como un colegio profesional, siendo que cumple ambas funciones paralelamente. Un sindicato tiene en su esencia el velar por los intereses y luchas reivindicativas de sus trabajadores, mientras que el alcance de un colegio profesional es la regulación interna y disciplina del gremio. El actual Colegio de Profesores vive en una dualidad profesional y proletaria que ha creado un fenómeno de desafección social con la consecuente caída del prestigio profesional y la creciente crítica de su actuar, como lo señala un académico de la UCINF. Y la historia nos ayuda a comprender esto.
En 1974 nace el Colegio de Profesores por un decreto de ley para reemplazar al Sindicato Único de Trabajadores de la Educación (SUTE) que tanto había colaborado con Allende, el que a su vez sucedía a la Federación de Educadores de Chile formada en 1944. La desaparición de docentes es conocida, y junto al cierre del Instituto Pedagógico de la U. de Chile en 1981, son ejemplos de la persecución que el magisterio sufrió en dictadura. Fue recién en 1985 que pudieron tener elecciones democráticas, luego de años de tener dirigentes designados, y convertirse oficialmente en una organización opositora y defender los derechos del magisterio. En dicha elección, el actual presidente gremial – Jaime Gajardo – fue elegido dirigente del regional metropolitano.
La naturaleza sindical del Colegio de Profesores está en sus venas. Lo cual no es malo en sí mismo como algunos creen, pero hace rato que no les está jugando a su favor el hecho que sólo se les vea así y no como colegio profesional también. Como señalan investigadores de laUniversidad de Chile “en los hechos, a pesar de no ser el Colegio de Profesores legalmente un sindicato, en la práctica ha actuado como tal y ha sido capaz de sobrepasar su propia legalidad al lograr negociar con las autoridades a nivel nacional”.
¿Por qué no pensar en una nueva etapa, aprovechando la ventana oportunidad que se presenta hoy en día para renovar también la institucionalidad de los profesores? En mi opinión, es necesario contar con un Sindicato de Trabajadores de la Educación poderoso y respaldado por lo que termine siendo la reforma laboral. Pero al mismo tiempo es fundamental una refundación del Colegio de Profesores que enaltezca la imagen social de nuestros maestros, deje atrás su origen de la dictadura, y elimine los anticuerpos del país que han hecho de la pedagogía una de las carreras menos prestigiadas y peor remuneradas. Si existiera un sindicato, como ya lo existía antes, muchos podrían colegiarse y recibir la reputación social tan olvidada.
La actual Presidenta de la CUT, Bárbara Figueroa (PC), es directora nacional del Colegio de Profesores, y el Presidente del Colegio de Profesores, Jaime Gajardo (PC), dirigente nacional de la CUT. Claramente hay una relación endogámica que refleja el espíritu sindical de ambas organizaciones. Las conexiones son poderosas, e independiente del ejemplo de estas dos personas, mucho puede hacer un sindicato de profesores bien organizado y representativo en el país. Los sindicatos sí importan, como nos recuerda una reciente columna en Chile Comunidad.
Por otro lado, los colegios profesionales en Chile son respetados y se les reconoce, en su mayoría, el rol que juegan por mantener la calidad de la profesión y sus profesionales. Por ejemplo, hace unos años el Colegio de Geólogos sacó un fuerte comunicado en la prensa por la masificación de la carrera, con el consecuente costo en la calidad de los nuevos profesionales que estaban entrando al mercado laboral. Lo mismo con el Colegio de Periodistas que hace poco expulsó a Agustín Edwards por graves faltas a la ética. Y esto también lo hace el Colegio de Profesores hoy en día. Su rol articulador también ha focalizado esfuerzos en desarrollar un movimiento pedagógico a través de una fuerte y rigurosa área de estudios, por muchos desconocida. Un nuevo Colegio de Profesores podría ser una luz de esperanza para todos aquellos profesores a lo largo del país que no han querido ser parte de la institución por prejuicios y sustos, varios de ellos fundados por cierto.
Si en paralelo a un mejoramiento sustancial del proyecto que hoy está en la Cámara de Diputados, como lo han señalado el Colegio de Profesores, Educación 2020, Elige Educar, la premio nacional de educación Beatrice Ávalos, entre otros, comienza un proceso de formación de nuevos liderazgos en un renovado Colegio de Profesores, y de mayor participación de los maestros en un fuerte y representativo Sindicato, podremos comenzar una nueva etapa. No digo necesariamente que deban ser dos instituciones separadas, eso es decisión de los propios docentes y su libertad de asociación, pero la dualidad de funciones no ha sido bien comunicada, reconocida ni valorada como debiera ser. Lo que sea que salga de todo este proceso debe honrar el quehacer educativo, donde todos sean incluidos y se valore y dignifique como corresponde a una de las profesiones más emocionantes y difíciles que conozca el mundo.
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