Lanzado a los leones

Por Ignacio Vera/ Periodista

Un hombre, con un evidente desequilibrio mental, se lanza a la jaula de los leones en el zoológico metropolitano de Santiago, con la clara intención de provocarles para que estos le propinen un daño mortal. El personal del recinto actúa de inmediato y procede a matar a los animales para salvarle la vida al imprudente.

Este hecho nos propone un debate  muy interesante y complejo que alcanza dimensiones filosóficas. ¿Por qué haber matado a dos leones inocentes por el accionar irresponsable de alguien que decidió morir? Soy de quienes creen en que se puede decidir morir y eso debe respetarse, sin embargo, dado el evidente estado de alteración mental de este hombre no se le puede considerar responsable de sus actos y por tanto él no decidió morir, sino que actuó sin tener consciencia de la realidad. Y si no se tiene consciencia de la realidad no pueden tomarse decisiones que sean consideradas fruto de la respetable autonomía personal. Establecido esto, llegado el momento en que se le ve instigando a los leones en su jaula (cosa que pudo y debió evitarse) ¿Correspondía salvarle o caer en la omisión de que se lo comiesen?

Dado que él no estaba en condiciones de decidir morir y, por ende, no cabía respetar esa decisión puesto que no existe tal (el decidir auténtico es un proceso consciente), correspondía salvarle. Ahora bien, el no tener dardos tranquilizantes potentes o mecanismos efectivos de seguridad que impidiesen el hecho, y en vez de eso matar a los leones tampoco es algo correcto. Ahí hubo un error de previsión de parte de gente consciente, pensante y en uso de su sano juicio, y cuyo trabajo consiste en resguardar la seguridad de humanos y animales en el parque. Que esos leones sacados de su hábitat por una decisión humana para ser exhibidos estaban fuera de sus condiciones naturales y por tanto no debían haber estado ahí en ese momento también es muy cierto.

Soy de los que piensa que la vida humana vale más que la de un animal, esencialmente porque nosotros somos capaces de darle trascendencia a la vida y entender la abstracción del concepto, además de procesar mentalmente más allá de los sentidos sensaciones como la alegría, el dolor, la tristeza, la nostalgia,  y de este modo complejizarlas. Pero ojo, que piense así no significa que también crea que se puede ser cruel con los animales, abusar de ellos, o utilizarles para actividades que no tienen que ver con la supervivencia humana (pieles, circos, marfil, etc).

Los zoológicos caben en la categoría de uso de los animales para una necesidad humana que pude satisfacerse de otras formas que no impliquen el tener a seres vivos fuera de sus condiciones naturales. La existencia de este tipo de parques expone por lo tanto a animales y humanos a potenciales situaciones de mutuo riesgo que en condiciones normales no ocurrirían. El debate acerca de su conveniencia en nuestras ciudades desde los puntos de vista moral y práctico debe darse, y esta lamentable desgracia así lo evidencia.

Quiero aclarar: es una estupidez que en un zoológico de una metrópolis de un país OCDE el procedimiento para calmar a los animales sea matarles (es cuestionable incluso la existencia misma de los zoológicos como medio de entretención). Pero leyendo los comentarios de la gente a la noticia y los tweets y estados de facebook al respecto me da una repugnancia tremenda. El tipo que se lanzó está enfermo, tiene problemas mentales como cientos de miles de chilenos en menor o mayor grado. El tipo que hizo esto es un ser humano que está sufriendo, que está atormentado. Y en lugar de discutir sobre los indecentes índices de depresión, trastornos de ansiedad y suicidios que tenemos en Chile, salen con “salvemos a los leones”, cosa que tampoco está mal, al contrario, ¡pero cómo podemos estar tan desenfocados!

No tenemos empatía ni sentimos preocupación, ni siquiera lástima, por el que se lanza al foso de los leones, o a las vías del metro, o por quien se dispara en la sien para acabar con una existencia de soledad y pena, o por el esquizofrénico, o por el bipolar. Es la cultura del sálvese quien pueda y con sus propias garras, del individualismo mal entendido, donde la pregunta “¿Cómo estás?” es simplemente una cortesía vacía. En realidad no nos preocupan el solitario, el discriminado, ese extraño que está y se siente aislado y dejado de lado, ni tampoco el que está desesperado por las deudas, o porque su familia no le entiende. A esas personas con problemas las lanzamos a muchos bravos leones: las adicciones, la vagancia, la precariedad, el fanatismo religioso, y finalmente el suicidio.

Hoy está mucho más de moda el ser un ferviente animalista (cosa que tampoco es mala, al contrario, sino que muy loable), pero muchos de los que se horrorizan, y con razón, con el maltrato a perros o la matanza de ballenas, poco se preocupan de su prójimo humano. Es un doble discurso que permite amar con fervor la vida animal al tiempo que se descuida la preocupación por la del hermano. Aquí es donde no puedo dejar de recordar cuando un hombre quiso lanzarse de la Torre Costanera y quienes le observaban desde abajo, en vez de espantarse le azuzaban a lanzarse rápido y “dejar de huevear”.

La misma sociedad que hermosamente se preocupa por los perros y gatos callejeros es capaz de instigar a sus miembros al suicidio por ser “enfermos” que “están molestando. Vivimos en tiempos en que la vida de un león vale más que la de un ser humano porque ese humano es “un idiota enfermo”. De ahí a la eugenesia hay un paso, y no se puede olvidar la brutal contradicción de que algunos de los más grandes asesinos en masa de seres humanos fueron sinceros defensores y amantes de los animales.

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