Ganen o pierdan, el próximo 23 de octubre sus nombres serán tema obligado en todos los análisis de esta elección. Sus rostros, felices o derrotados, marcarán las imágenes de la jornada. Acá, siete columnistas dan algunas razones de por qué estos serán recordados como los personajes de las municipales 2016.
Carolina La eterna promesa Tohá
La ilusión ha sufrido el desgaste propio del tiempo, pero aun así todavía algunos corazones del laguismo, o quizás de la vieja Concertación -esos que miran a la Nueva Mayoría por encima del hombro-, guardan la esperanza de ver volar a Carolina.
Lleva décadas siendo la gran promesa, la niña estrella, la protegida, la heredera de un título que sólo se traspasa por vivencias comunes, por participar en los mismos cuentos. Por haber estado juntos en el exilio, por pertenecer a una dinastía que experimenta el mismo orgullo cuando escucha la palabra transición.
Pero no ha sido sólo bendición la de Carolina Tohá. Ella ha trabajado duro por honrar su título, por dar contenido propio a una simbología que algo tiene de romanticismo. Estudió Derecho en la Universidad de Chile, un doctorado en Ciencias Políticas en Milán, dos veces electa diputada, presidenta del PPD, ministra del anterior gobierno de Bachelet, alcaldesa de Santiago. Dueña de una historia ligada al compromiso político y depositaria del sueño de los viejos de la Concertación que anhelan ver el momento en que esa potencia se transforme finalmente en acto, para traer de vuelta la sensatez y la mesura a la centroizquierda.
Con todos sus pergaminos y experiencia, Carolina está en problemas.
Sería muy tajante pensar que producto de un resultado la carrera de un político muere, porque hemos visto resucitar a varios como ave Fénix. Pero sí que enfrenta uno de los momentos más duros de su trayectoria: la perfecta carta presidencial -mujer, inteligente, capaz, progresista- tambalea en algo que para sus alturas debiese ser pan comido. Su reelección como jefa de Santiago está peleada, y con un contendor que por mucho que lleve años trabajando en esa comuna, no es precisamente un rockstar de alto rating. De hecho, una de sus mayores dificultades es su nivel de conocimiento. Otro punto decidor es que aun con el nuevo sistema de financiamiento electoral -que ha mermado la propaganda en desmedro del desafiante-, Tohá no se ve con clara ventaja. Mala cosa, si hace un par de años se pensaba que en estos días ella estaría preparando su salto a ligas mayores.
En la Concertación /Nueva Mayoría están preocupados. Muestra clara es que estaban todos los candidatos presidenciales en el lanzamiento de la campaña de Tohá: Lagos (su principal padrino), Isabel Allende, José Miguel Insulza y el recién debutado Alejandro Guillier. Más atrás, Ignacio Walker, Jorge Burgos y varios ministros de Estado como refuerzo.
A la discreta evaluación de su gestión, marcada por escasos resultados en seguridad ciudadana y zigzagueos al enfrentar la situación estudiantil -“Santiago es un reflejo de Chile”, diría un cercano a ella-, la alcaldesa recibió los balazos del caso político-judicial que sacudió el panorama en casi todo el espectro. El financiamiento ilegal de SQM a su partido, el PPD, cuando ella era presidenta. Boletas falsas de colaboradores del partido sumado a un par de reuniones de la propia Tohá con el hombre de las platas de SQM, Patricio Contesse.
Pero ella, hábil política -y también privilegiada- parece haber zafado del lío judicial. El votante de Santiago, cuentan, no sabe muy bien qué pasa con Tohá y SQM, pero varios la asocian a “los políticos de siempre” y la corrupción. En ese mismo sentido, la mala evaluación de La Moneda arrastra a las principales figuras cercanas a Michelle Bachelet.
Hoy, entre partidarios y detractores de Carolina, hay conciencia de que el próximo domingo todo puede pasar. Las encuestas de los comandos dan votaciones estrechas, pero el escepticismo cobra más fuerza al considerar que la elección es con voto voluntario y, por lo mismo, el temido nivel de abstención puede modificar cualquier proyección.
Con la perspectiva de una difícil presidencial en frente, el mundo concertacionista -que no es lo mismo que la Nueva Mayoría- sigue manteniendo la fe en su delfina. Creen que ella, junto a contados nombres, como Claudio Orrego, pueden trabajar para la vuelta subsiguiente, cuando la mala fama haya pasado y la nueva ola ya sea vieja. Y ella estaría en la misma estrategia: sabe que hoy no queda más que apretar los dientes y aguantar para que su propia potencia pase a la acción. No le vaya a heredar el temor de Salvador Allende, de quien su padre, José, fuera ministro del Interior: que en su epitafio dijera “aquí yace el futuro Presidente de la República”.
Por María José O’Shea
Josefa La historia de una épica extraviada Errázuriz
En la campaña municipal de 2012, Josefa Errázuriz fue el símbolo de una épica. Un telón blanco en donde se proyectaban las ideas de un cambio que la sobrepasaba a ella y a sus propuestas. La candidata surgida del invisible mundo de las juntas de vecinos y el activismo de barrio burgués fue una figura que repentinamente se hizo nacional, más que por su carácter o trayectoria, por lo que representaba como expresión de deseo: ella era el rostro de lo nuevo, lo limpio, lo fresco, lo amable, aquello que debía ser elevado al sitial del poder político municipal; ese espacio que se entiende directamente con el ciudadano en sus necesidades más prosaicas: el alumbrado público, los horarios del camión de basura, la poda de los árboles y todo ese entramado doméstico que funciona como una especie de bisagra entre el living y la vereda. La construcción de su figura fue una tarea colectiva en un minuto particularmente receptivo al discurso de cambio ciudadano, un ánimo alimentado por una nueva izquierda bienpensante encarnada en el -en ese entonces- movimiento Revolución Democrática. Ellos la certificaban como la persona adecuada para el momento.
Josefa Errázuriz tuvo, por así decirlo, la bendición de quienes habían participado en el movimiento estudiantil, lo que la transformó en una figura atractiva para los rebeldes de baja intensidad y los modernos del barrio Italia que habían hecho de Providencia durante la última década su maqueta de multiculturalismo descafeinado, sacudiendo la comuna de su fama de residencia preferente del adulto mayor venido a menos y recreando en su límite surponiente la fantasía del loft de Williamsburg con vista al desarrollo; un rincón de Providencia como un espacio piloto en donde los jardines orgánicos comunitarios serían cultivados entre tiendas de diseño. Era, sin duda, un ensamblaje variopinto que funcionó a la perfección, pese a los contratiempos de campaña, como aquella entrevista en que la candidata debió responder sobre asuntos públicos más complejos que la eficiencia de los parquímetros o el robo de autos y se vio sorprendida con la pregunta sobre el matrimonio igualitario. Dijo que no, que ella no aprobaba esa idea. Sonaron las alarmas. El personaje mostraba repentinamente una grieta a la que se le debió aplicar albañilería con velocidad. En la noche de ese mismo día, en otra entrevista concedida luego de un tsunami de reclamos, Josefa Errázuriz se desdijo y sostuvo que, sin duda, ella era partidaria de que las parejas del mismo sexo pudieran casarse. ¿Por qué era tan importante que la candidata a una alcaldía hiciera ese gesto sobre un tema que escapaba a las funciones municipales? Justamente, porque ella significaba mucho más que un nombre para encabezar la administración de una comuna.
Por un tiempo, Josefa Errázuriz fue, para quienes la apoyaban -un grupo de vecinos entre los que me incluyo- simplemente “La Pepa”, un apelativo familiar que fue usado del mismo modo con que algunos hablan de Silvio, Violeta o Pablo. Figuras de un oratorio particular que concentran una especie de admiración familiar, personajes que son capturados como señales de pertenencia a una cofradía invisible de seguidores. La campaña fue, en un primer momento, una historia de complicidades. De vez en cuando, en actividades y reuniones, se dejaban ver también figuras -Oscar Guillermo Garretón, Jorge Burgos- de aquel establishment que ella, se suponía, venía a remecer. Siempre en un discreto tercer plano, lo suficientemente lejos como para mantener incólume la imagen de activista de base. Una distinguida ciudadana que había llegado a la política desde su trabajo en organizaciones pequeñas, de esas que los gringos llaman grass roots: grupos de ciudadanos que se unen a otros para defender sus derechos amenazados por intereses de los más poderosos; causas que la elite no defendería.
Cristián Labbé, su contrincante en la campaña, ayudó con dedicación a construir por contraste el perfil público de Josefa Errázuriz. Labbé era el vestigio viviente de lo peor de la dictadura en su ética y su estética. Una carbonada de prepotencia y arrogancia salpimentada por un pasado tan oscuro como una habitación en un centro de detención clandestina o una sala de torturas. El coronel en retiro era un dinosaurio de la Guerra Fría que se había mantenido en pie gracias a la indolencia de votantes que no veían nada malo en que se paseara por el poder como si nada, mientras mantuviera las calles despejadas de basura. Para su mala suerte, quien lo desafiaba no era el político de izquierda fácilmente desdeñable desde su sitial de alcalde de comuna privilegiada, sino una mujer cuyo nombre y apellido la protegían de cualquier sospecha social. Era la más distinguida burguesía la que ahora le enrostraba al coronel su pasado represor.
Especulo que hubo otro factor involucrado en el surgimiento del liderazgo de Josefa Errázuriz: el encanto que provoca entre los chilenos y chilenas la figura de la mujer de cierta edad de clase alta y discurso progresista o revolucionario. La fascinación frente a ellas es un misterio idiosincrático que debería llamar la atención de los entendidos. La aristocuática -es el nombre que uso para el fenómeno- en sus más diversas formas -desde Inés Echeverría, pasando por Marta Rivas, llegando a Delfina Guzmán y doblando en Mónica Echeverría-es capaz de capturar lealtades y sumar seguidores con una facilidad que la política nacional no ha sabido aprovechar. Josefa Errázuriz se inscribe en la vertiente más moderada de la tradición aristocuática, una versión contenida, menos deslenguada, contaminada quizás por la mesura de la clase media, algo más Chanel que Balenciaga. Frente a eso, el coronel en retiro con vocación municipal poco podía hacer.
Durante la campaña de 2012, el entusiasmo por sacar a Labbé de la alcaldía era tanto o mayor que el que provocaba apoyar el programa de Josefa Errázuriz. No existen cifras de la cantidad de personas que cambiaron su domicilio electoral para lograr el objetivo de defenestrar al exalcalde, pero todo indica que fue un número contundente de votos que ya no estará disponible en la elección de la próxima semana. Hubo un triunfo, un discurso sobre el valor de la ciudadanía y luego un período largo de ajuste boicoteado por los funcionarios leales a Labbé.
Los primeros dos años de gestión en el municipio sepultaron el entusiasmo inicial y lo reemplazaron por escepticismo. Es cierto que la alcaldesa logró frenar los intereses de las inmobiliarias en los barrios residenciales, limitando la altura de los edificios, escuchando a los antiguos residentes, pero no fue suficiente para mantener el apoyo de quienes votaron por ella. La imagen de Josefa Errázuriz sufrió el deterioro provocado por los errores autoinfligidos, que en lugar de enmendarse rápidamente -como lo hizo aquella vez en su opinión sobre el matrimonio igualitario- eran sostenidos por la torpeza de un equipo que no daba señales claras del horizonte comunal, más allá de la fascinación que le provocaban las bicicletas, su uso presente y sus posibilidades futuras. Durante mucho tiempo sólo se habló de ciclovías y discursos de moral de catecismo sobre los perjuicios de la vida nocturna. Prefirieron maltratar a quienes habían colaborado en la campaña, sacrificar los votos futuros, antes de reconocer errores. Hubo que esperar mucho tiempo para la reinauguración del Teatro Oriente y aún no hay noticias de lo que sucederá con el Museo de los Tajamares.
Al mismo tiempo, aquel mensaje de política refrescante y renovada era salpicado por el desembarco de asesores cuyo domicilio político estaba en el centro del establishment de la Nueva Mayoría: llegó Eugenio Llona, quien luego de tener un débil desempeño en cultura debió renunciar tras ser denunciado de acoso; apareció Ernesto Livacic, ex superintendente de Bancos, quien, además, encabezó la frustrada venta de la Universidad Central a una sociedad de inversiones en donde él mismo tenía intereses, un currículum desconcertante si se piensa en el relato de campaña de Josefa Errázuriz, y debutó Gonzalo Frei como jefe de gabinete, democratacristiano y sobrino del expresidente.
Un año después de su triunfo en las elecciones municipales, Josefa Errázuriz concedió una entrevista a revista Caras. En esa nota recordó la inesperada muerte de su marido durante el tramo final de su campaña y habló sobre su familia; su relación con sus hijos, con su nieta y con su hermano Octavio, diplomático, un hombre de derecha que ejerció como embajador en la dictadura. En ese punto de la entrevista la alcaldesa de Providencia explicó que pertenecía a un clan en cuyo seno las diferencias políticas se expresaban sin mayores contratiempos, con respeto. Disentir, por lo tanto, era parte de una cultura republicana que le daba espacio a la discrepancia. Como una manera de ilustrar esa costumbre, contó que su abuela, Virginia Guilisasti -una mujer que en su época fue militante del Partido Liberal- usualmente se reunía a tomar pisco sour con Salvador Allende, con quien, de vez en cuando, discutían de política. Cuando las diferencias entre ellos se espesaban, Allende zanjaba la discusión con un reproche amistoso: “Virginia, no te pongas momia”, le decía, y el debate llegaba a su fin. En ese recuerdo podemos encontrar quizás la verdadera figura de Josefa Errázuriz, no la que muchos proyectamos en aquella campaña de hace cuatro años.
En ese relato, y a la luz de un período de gestión, el perfil de Josefa Errázuriz parece más cercano a las discusiones políticas de salón que ocupan sus recuerdos de infancia, que al de una mujer atenta a los ecos del descontento callejero que reventó en 2011. Tal vez no era todo lo libre e independiente que muchos pensábamos. Pero a estas alturas eso ya poco importa, la próxima elección municipal no se puede comparar a la de 2012, su contrincante ya no es el mismo y la épica de ese año se diluyó en el mar de indiferencia política que sus propios colaboradores ayudaron a alimentar.
Por Oscar Contardo
Evelyn La decisión de Evelyn Matthei
Evelyn Matthei es peleadora (lo cual no está mal para la política de hoy), rubia (lo cual puede ser complicado para una derechista), muy autónoma (lo cual la salva del gallinero de los partidos), singular (cosa que puede hacerla distinta) y dedicada a la causa (cosa que nunca está mal, al menos en quienes tienen un sentido luterano del esfuerzo). También es encantadora, y eso puede ser un problema para las mujeres que actúan en política. Al final, el deseo de encantar o seducir puede llevarlas con facilidad a la vehemencia o a una emocionalidad sobregirada. La cátedra dice que la política se aviene mejor con la cabeza fría que con la sangre hirviente, pero atendido el tiempo que se ha mantenido en la trinchera y la experiencia que Matthei ha acumulado en este frente, eso no pareciera ser muy exacto en su caso.
A diferencia de lo que es habitual en el gremio de los políticos, donde la cantidad de invitaciones al banquete es muy reducido en relación a la manga de los que quieren comer, Evelyn Matthei se encontró con su destino -la política- casi por casualidad. Hasta que decidió afrontarlo, nada anticipaba que se iba a dedicar a la cosa pública. Dicen que su inesperado debut tuvo lugar en un programa de TV de comienzos del 88. Era un rostro fresco, bonito y distinto, que obviamente tenía que destacar en la estética decadente y pintarrajeada del pinochetismo que entonces capturaba a la derecha.
La recuerdo poco después en un programa que conducía Jorge Andrés Richards, creo, donde a ella, sentada ante un piano, se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar un episodio doloroso. Fue increíble, porque ya entonces la televisión había dejado de ser una instancia receptiva a verdades de este calado. Esta chica se las trae, pensé. Y a lo mejor le achunté.
Efectivamente, era diferente. Era más suelta. También más impulsiva. Tenía humor. Era más liberal y quizás también más “emo”. Algunos de estos rasgos la metieron en el incordio del “piñeragate”, de la Kioto y el espionaje, pero con la misma facilidad que entró a esa madeja terminó zafando y recomponiéndose. ¿Buena suerte? No, ciertamente hubo más que eso. Y fue bien impresionante no sólo que reconstruyera su relación con Piñera, sino que también diera vuelta la hoja y se instalara entre las figuras más respetadas y queridas de su sector.
Es cierto que tuvo un pobre desempeño como candidata presidencial. La duda es si otro u otra lo hubiese hecho mucho mejor en las circunstancias en que compitió, luego que la derecha quemara sucesivamente, en cosa de semanas, tres de sus mejores cartas presidenciales al hilo. A esas alturas, posiblemente el horno ya no estaba para bollos, atendida la potencia de la candidata que tenía al frente, a que Parisi le estaba comiendo votos por el lado y a que la derecha ni siquiera se presentó en su momento a dar la batalla ideológica ya desatada por entonces. Se sabía que iba a perder y eso explica que sólo obtuviera el segundo lugar, con el 25% de los votos en primera vuelta, los justos para salvar la dignidad, y el 37% en segunda, con tufillo a triunfo moral.
Derrotada, pero no vencida, ahora Matthei va por el municipio de Providencia. No hay muchos precedentes seguramente de candidatos presidenciales que terminen conformándose con una alcaldía. Pero a ella no le cabe en la mente la idea del “capitis diminutio”, entre otras cosas porque nunca se le fueron los humos a la cabeza, y ahí está haciendo campaña con mucho viento en contra y el mismo temple que se le ha conocido siempre.
¿Está corriendo riesgos?
Las cifras dicen que no muchos. En la elección presidencial pasada, Matthei sacó más votos que Bachelet en Providencia. Eso, sin embargo, no garantiza que tenga el triunfo garantizado. Bastante ha cambiado el país en estos años. Josefa Errázuriz, la alcaldesa actual, se ha estado afirmando en su gestión luego de unos inicios más bien débiles y con mucho traspié.
Es comprensible la decisión de Evelyn Matthei de llegar a Providencia. En general, los parlamentarios de derecha terminan apestados en el Congreso; ella fue dos veces diputada y otras dos senadora, aunque pasó a ministra antes de concluir su segundo mandato. El desánimo está conectado a la sensación de pedalear en banda, a lo poco valorado que es su trabajo y a las incomprensiones que genera, incluso, en su propio sector político, no digamos en el resto. Así las cosas, llegar a un cargo ejecutivo (ministro si se puede, alcalde si no hay más remedio) les puede cambiar la vida. Creen que al fin podrían hacer algo donde la propia iniciativa y el esfuerzo hagan la diferencia.
La campaña presidencial de Evelyn Matthei no fue buena. Fue improvisada (no era para menos), desordenada, inorgánica, con peleas intestinas y nunca logró instalar sus ideas-ejes con claridad. Se vieron pendones, banderas y gigantografías. Lo que nunca se vieron fueron las razones por las cuales quería llegar a La Moneda. Quienes la conocen dicen que tampoco apareció ahí la verdadera Evelyn Matthei.
¿Apareció ahora en Providencia? Difícil saberlo. Esta es la elección municipal más a ciegas que ha visto Chile en muchas décadas. Nunca fue más brutal que ahora el fantasma de la abstención. Nunca hubo menos temperatura electoral en las calles. Nunca el trabajo político tuvo tan poca visibilidad. Así las cosas, cualquier cosa puede pasar.
Ella eligió Providencia. Habrá que esperar al domingo para saber si la comuna la elige a ella.
Leopoldo Citizen Méndez Méndez
Hace tres años las preocupaciones de Leopoldo Méndez atendían asuntos exclusivos de la pantalla. Tal como las Kardashians, protagonizaba junto a la familia un reality con su apellido, donde todo Chile se dio cuenta que su hijo quinceañero era completamente gay aunque él, en un maravilloso giro del guión, dispusiera en el cumpleaños del retoño la presencia de chicas ligeras. Confirmamos que a Leo le gustaba la fiesta y también ayudar. En uno de los ciclos del programa ocurrió un incendio que arrasó la parte alta de los cerros Rodelillo y Placeres. Leo partió. Entregaba material mirando apesadumbrado esas laderas que parecían devastadas por napalm, las cámaras siempre detrás. Leo abrazaba a la gente, conversaba de tú a tú sin el tono impostado del animador que por un rato abandona el confort del estudio para mostrar compasión en la tragedia. Antes de ser DJ Méndez, Leo era parte de ese pueblo.
Nacido el 21 de julio de 1975, creció en la avenida Portales 474 del cerro Barón en un pasaje sin salida de casas hechizas, a pasos de un mirador con una de esas vistas de postal de una ciudad extremista como Valparaíso, de magníficas panorámicas y horrorosos primeros planos. Callejeaba todo el día, volvía cuando las luces de la calle titilaban. Leo se portaba mal. A veces su madre no sabía cómo controlarlo. Solución. Meterlo a un tambor de 200 litros lleno de agua. “Yo era muy rabioso”, me contó una tarde nublada del otoño de 2013. Recorríamos su barrio. Sufrió mucho, dijo, al dejar atrás el cerro y los amigos por emigrar a Suecia, cuando el puerto empobrecido se quedaba sin sus familias más jóvenes, para convertirse en los últimos años de Pinochet en una ciudad desdentada generacionalmente.
2016. Leo es candidato a alcalde, arrasó en la primaria por el cupo porteño, y va en un auto con Luis Jara en la versión local del carpool karaoke. El intérprete de Ámame le pregunta por las pantallas de Mega, la estación número uno, si carreteaba mucho en Suecia. La respuesta la sabemos de antemano. En Valparaíso, sitio de rumores y mitos, la fama de DJ Méndez por la juerga es legendaria. Siempre alguien conoce a alguien en Suecia que sabe de sus andanzas. Ese hombre ahora, reconvertido en empresario de espectáculos y luego en político, quiere transformar a la ciudad de su infancia en la Europa que recorrió en su juventud actuando, cuando el mundo del pop estaba ebrio de artistas latinos como Ricky Martin y Shakira, y cantar en español era moda. En un video DJ Méndez interpreta Fiesta sobre su propia voz grabada -Moscú año 2000-, y fuegos artificiales estallan mientras exhibe tatuajes en un cuerpo sin gimnasio.
Leopoldo Méndez aparece en el estelar de Stefan Kramer y los diputados de la UDI también estallan. En horario prime junto al comediante más famoso del país, más encima en Televisión Nacional, el showman que pretende arrebatar la alcaldía al correligionario Jorge Castro, dispone de generosos minutos, y saben lo grave que puede ser para las pretensiones de su militante a la caza de un tercer periodo. Tanto o más que el micrófono, lo que Leo domina es el contacto con la cámara y entretener con naturalidad. Cuando la gente se acerca y si hay un equipo de grabación cerca, relaja el ambiente sin perder ojo en el plano. Así se las arregla por 15 años para mantener notoriedad pública con música desechable y un discurso blindado. Él es real. Viene de abajo. Se fue pobre de Chile. La hizo en Europa. Volvió para vivir con ese estilo que le gusta, las maneras de Tony Montana en Scarface, su cinta favorita. Leopoldo Méndez está en un debate por la alcaldía de Valparaíso en CNN y no sabe cuántos consultorios hay en la ciudad, tampoco le importa. No se preparó y en el equipo de campaña asumen que escuchar no es su fuerte. Leo quiere que Valparaíso sea bilingüe, que el wifi esté en el aire al alcance de todos, que escaleras mecánicas surquen los cerros.
“Volví al puerto y encontré muy poco que me hablara de ayer”, escribió Joaquín Edwards Bello el 13 de mayo de 1922, tras ausentarse por ocho años del lugar de su infancia y nostalgias, “esta tierra sin tradiciones, sin recuerdos”. Cuando Méndez visitaba su barrio esa tarde de 2013 la única vez que no conectó con la gente fue evocando el pasado, cités demolidos, vecinos que ya no estaban. Sus interlocutores, desinteresados de lo desaparecido y lo ausente, cortaban la conexión. Solo querían saber de la tele, los escándalos, opinar con desprecio de la farándula, pronunciando el nombre de cada personaje como si hablaran de un amigo al que pelan por un rato. La ciudad de 1986 no tiene mucho que ver con la de 2016. Ese Valparaíso descascarado del que muchos se iban, ahora es Patrimonio de la Humanidad. Ese puerto en el que hasta los lancheros dominaban dos idiomas antes del canal de Panamá, ahora recibe hordas de turistas de todo el mundo alojados en esa viejas casonas de los cerros Concepción y Alegre, abandonadas en los 60 por las últimas familias millonarias, ahora reconvertidas en hoteles de tarifado en dólares. El Valparaíso que pretende gobernar DJ Méndez es distinto al de 1986, pero no muy distante de aquel puerto insoslayable entre las rutas marítimas del siglo XIX, que arrebató al Callao su dominio del Pacífico. Los acomodados habitan las colinas próximas al muelle o en el plan. El resto, el 94% de la población porteña, humilde en su mayoría, vive en esos cerros que se queman con pasmosa facilidad. Por eso Leo hace campaña del Camino Cintura hacia arriba, la cota mil porteña que funciona a la inversa de la capital. Más lejos del mar, más pobre. Ahí está la batalla con Castro.
Corren los vaticinios. Méndez y el candidato del pacto La Matriz Jorge Sharp, respaldado por Gabriel Boric, se restan votos entre ellos y habrá Castro tercera parte. Pero dicen que Leo va donde “el Negro” no se atreve. Que recorre Porvenir, sector popular en Playa Ancha, y el actual alcalde no. Que prefiere los centros de madres y se deja caer de improviso en actividades donde la gente le pide selfies antes que propuestas. Son esos mismos cerros que hace medio siglo recorría Salvador Allende recordando de memoria el nombre de sus votantes, tras años de campaña en ese puerto donde se hizo socialista. Leopoldo Méndez no necesita recordar nada. A él ya lo vieron en la tele.
Por Marcelo Contreras
Joaquín Las palabras y las cosas Lavín
Joaquín Lavín será el próximo alcalde de la comuna de Las Condes. No es un misterio lo que dirán las urnas. Vuelve al lugar donde nació como político. Y no es una casualidad su regreso al nido. Es más bien un premio de consuelo. Intentó competir con Carolina Tohá en Santiago, pero las encuestas no le daban posibilidad alguna. Entonces se juntó con su amigo Francisco de la Maza y otros personeros de la UDI y determinó ir a la segura, ganar sí o sí, luego de la derrota que sufrió en su campaña como senador.
El enigma, si es que hay uno, radica en qué motiva a Lavín a adjudicarse un cargo de menor envergadura política respecto de los puestos que ostentó en el pasado. Fue alcalde de dos comunas, ex candidato presidencial en más de una ocasión, ex ministro de dos carteras y secretario general de su partido. Quizá la respuesta sea tan simple como contundente: Lavín es un político profesional, es decir, un adicto al poder. Ya no desea cambiar Chile, ni arrogarse ideas o nuevos proyectos. Ahora lo suyo es flotar, mantenerse atento y con derecho a opinión. Y eso sólo se lo entrega una zona que conoce, un lugar donde es apreciado, en el que se siente seguro.
Observo fotos de Lavín de esta semana. Está lejos de tener la sonrisa de la innovación y el emprendimiento que cultivó por décadas. Los años no pasan en vano: sus ojos son menos visibles, no esconde las canas y se le ha borrado la expresión satisfecha. Eso sí, su blanca palidez se mantiene tan intacta como su actitud piadosa. Tampoco se ve devastado. Hay en sus facciones y en sus gestos aires de melancolía y resignación. Las huellas de tanta experiencia aparecen en sus muecas sin disimulo. Y si uno lo piensa, no es para menos. Se destruyó parte del mundo al que pertenecía. Su aura de buen hombre se ha ido diluyendo.
Las explicaciones que pueden ayudar a entender su depreciación acelerada son varias y todas están en plano de las conjeturas más o menos afortunadas. Hay hechos porfiados que son ineludibles si queremos comprender qué le pasó a Lavín. De partida, algunos de sus cercanos e íntimos amigos están involucrados en procesos judiciales que los condenan por temas graves de corrupción. Sin ir más lejos, Pablo Longueira, Carlos Alberto Délano y Jovino Novoa están entre sus íntimos, y los tres han sido procesados por actos delictuales que posiblemente pongan a prueba el catolicismo conservador de Lavín. Para un hombre que hace gala de su integridad no tiene que ser fácil explicarse cómo la ambición devoró los principios de sus cercanos hasta ponerlos fuera de la ley.
Pero si se trata de enfocar lo medular, sospecho que hay otra explicación que ayuda a comprender su posición débil ante la ciudadanía. Lavín apostó por las cosas y no por las palabras. A esa actitud la bautizó con el nombre de “cosismo”, y le dio un sello personal. Escogió lo material, en vez de las palabras, las ideas y el discurso. Creía que poner al servicio de las personas su capacidad para generar “cosas” era una forma nueva de comprender el servicio social. Con esa postura se sostuvo un par de décadas. Pese a su catolicismo, a su disposición al diálogo, a su capacidad de perder y reconocer al otro, no quiso asumir que la política es un asunto intelectual, sofisticado, en permanente metamorfosis. Hoy, cuando el discurso que le damos a lo que hacemos vale tanto como lo realizado, Lavín está más callado que nunca. Contesta con frases cortas y su ingenio para los eslóganes quedó en el clóset. Quizá siente frustración ante una sociedad que demanda cuestiones intangibles y complejas, difíciles de solucionar. Por eso, retornar a Las Condes puede ser un alivio, una capilla acogedora en la que recogerse y de la cual sustentarse y descansar.
Lo inquietante radica en que Lavín no reconoce como una ideología, un discurso, su manera de entender lo que acontece en el país. Al limitarse a las soluciones concretas a los problemas de las personas, perdió la mirada a largo plazo, el aliento de corredor de fondo y el olfato ante las modificaciones de la sociedad. No alcanza o no le gusta ver que las urgencias de los ciudadanos van acompañadas de anhelos, rencores e historias. Dudo que le falten aptitudes y recursos para convertir sus principios en un relato plausible, amable, integrador. Si no lo hace es porque desechó el ejercicio de replantearse preguntas antiguas. Lavín sabe que cuando lo intangible pasa a convertirse en una necesidad hay que dar respuestas contundentes, que den tranquilidad y muestren un derrotero para dilucidar y responder a esos apremios. Pero no está dispuesto al trabajo intelectual que significa refinar y modificar sus conceptos de lo público.
Sospecho que sus fantasmas tienen más que ver con la obsolescencia de su personaje, con la pérdida de poder. Pese a que Lavín sigue presente y celebrará en unas semanas su triunfo, lo veo lejano, con una identidad deslavada. Quizá el reposo y los cariños de los vecinos lo arman de nuevas fuerzas. O tal vez se imagina disfrutando de sus nietos e hijos en tranquilidad, cerca de los suyos y fuera de los azotes privados y públicos que conlleva estar en el primer plano, en calidad de figura de futuro promisorio.
Confío en que Joaquín Lavín haya obtenido la suficiente experiencia como para olvidarse de las iniciativas peregrinas como las playas de arenas con vista a la nada o la música ambiental en el centro. Ahora que vuelve a una de las comunas más ricas del país, se le abren desafíos que tienen que ver con refinar a la elite, hacerla más inclusiva y culta. Es un trabajo delicado, poco visible, que si hace con pulcritud y dedicación puede tener profundas repercusiones a futuro. Chile necesita una elite con deseos de evolucionar, que sea más sofisticada y permeable. Y en esa tarea el alcalde de Las Condes puede colaborar y dejar una marca valiosa.
Por Matías Rivas
Cathy La sobreviviente Barriga
Es imposible saberlo con certeza, pero es bien probable que la mayoría de los 525 mil habitantes de Maipú, la segunda comuna más poblada del país, sepan quién es Cathy Barriga. Porque Cathy Barriga, antes de ser candidata a alcaldesa por Chile Vamos, y antes de ser Core, era “de la tele”, lo que en Chile la convierte en una persona digna de escuchar, sea lo que sea esté diciendo. Los espectadores consideran a los famosos como parte de su propiedad; hombres y mujeres para escuchar, analizar, acompañar, juzgar, amar. Suyos. Ahí, Cathy Barriga se convirtió en una marca propia.
Porque no fue parte de cualquier televisión, sino que viene de la de los realities y el Axé. Si alguien se saltó sus primeras incursiones en la pantalla chica como la “Robotina” en Canal 2, definitivamente la conocieron en Mekano. El programa de Mega, una fiesta juvenil con poca ropa y mucho baile, transformó a sus bailarines en estrellas. En esa fauna, el rol que cumplía Barriga era el de la rubia dulce, que sonreía mucho y hablaba suave. Escarbando en YouTube, se encuentran videos de ella en bikini, con una serpiente al cuello, haciendo equilibrio por encima de una piscina, con los gritos de José Miguel Viñuela de fondo. O, también, lavando un auto en algo parecido a un colaless, en medio del estudio. Están también las coreografías, donde Cathy, ombligo al aire, se menea junto a ese grupo de jóvenes felices de recibir la atención de las cámaras.
Igual, Cathy era algo distinta al grupo: era mayor, aunque de una edad indeterminada. Se sabía que era madre soltera, que había partido trabajando desde adolescente como promotora, y que dependía de sus saltitos en televisión para subsistir. Eso parecía explicar la eterna sonrisa, incluso cuando se convertía en el remate de chistes; a Cathy nada la movería de ahí. Podían todos estar en un carrete, pero para ella era trabajo. Más se encariñó entonces el público cuando esa fiesta terminó en drama para Barriga, con acusaciones de abuso por parte de su pololo Rony Dance. La rubia era una mujer casi atrapada por la pantalla chica, donde parecía que nadie la respetaba, y ella, estoica, insistía.
Y vino La Granja Vip, el reality más visto de la TV chilena, con un promedio de 32,5 puntos en 2005. Ahí, Cathy sacó pololo -Javier Estrada, el español que se hizo famoso por rasgar su polera en el Festival de Viña- y se convirtió en víctima del bullying del resto de los compañeros. En La Granja Vip, Cathy Barriga, siempre con esa voz dulzona que por insistencia es imposible que sea impostada, tenía un duelo con Pamela Díaz, en lo que era una transmisión entre incómoda e irresistible de ver. La morena alguna vez explicó por qué se ensañó con Barriga, diciendo que esta nunca queda mal con nadie y que la sonrisa algo esconde.
Pero aunque dentro del encierro televisivo Barriga tenía pocos amigos, en las casas, la gente siempre estuvo de su lado; mientras los compañeros de reality amenazaban a la rubia por convivencia, el público la salvaba. Quizás ahí comenzó la transformación: siendo humillada ante millones de espectadores, se mantuvo firme. Rosada a mucha honra. Salió del reality convertida en vencedora de la elección: la mujer que aperra.
Lo que siguió ha sido uno de los giros de imagen más contundentes de la farándula, que por lo general guarda destinos crueles o finales irónicos con sus víctimas. Cathy, que puso una tienda de ropa, que comenzó una fundación para ayudar a madres solteras (Fuerza de Mujer), se convirtió en política y señora esposa, aro de perla incluido. Se casó con el hijo de Joaquín Lavín; en un país sin movilidad social, la rubia de la TV se coló de manera inesperada en el mundo más tradicional de Chile Vamos. Se casó en su ley, llegando en carroza y con vestido de princesa; hoy, la pareja tiene dos hijos, el último nacido hace cuatro meses y al que Barriga acarrea en medio de los puerta a puerta. Así, aunque Cathy Barriga se convirtió en parte de la clase política y dentro de una familia Opus Dei, sigue siendo Cathy Barriga, marca registrada.
En la pelea de la alcaldía se enfrenta a Christian Vittori, el actual alcalde, que tras su caída en el caso basura no fue apoyado por la Nueva Mayoría y va como independiente, en lo que pareciera una versión maipucina de House of Cards. El candidato oficialista, entonces, es Freddy Campusano. Ante esta división, Barriga tiene posibilidades, y está compitiendo en su versión Cathybarriguista de la vida: el afiche, colorido a morir, es diseñado por su hijo mayor; en las ferias, la hija de una peluquera de Peñalolén ofrece manicure a las votantes. Ha hecho de su biografía parte de su campaña: promete ayudar en casos de violencia familiar y demandas de pensión alimenticia, fondos para las viviendas de madres solteras y talleres para mejorar su autoestima.
Cathy Barriga podría haber caído en el peor de los destinos para un rostro: en el olvido. Incluso, si no gana la alcaldía, tiene razones para seguir sonriendo: a pesar de todo y de todos, sobrevivió. Y eso ya es bastante.
Por Isabel Plant
Daniel Emblema comunista Jadue
En la elección municipal pasada resultó electo alcalde de Recoleta gracias al subsidio de la derecha, que decidió regalarle la jefatura edilicia al competir dividida. El ex dirigente estudiantil comunista Daniel Jadue no desaprovechó la oportunidad y, junto con asegurar el cargo, tuvo después el talento para convertirse en la autoridad comunal más emblemática del PC. Tanto, que su nombre hoy suena como posible precandidato del partido para una eventual primaria presidencial de la Nueva Mayoría.
Fue el padre intelectual de las farmacias y las ópticas ‘populares’, iniciativas que permitieron a los vecinos acceder a medicamentos y anteojos de menor costo, y que terminaron siendo replicadas en diversas localidades, incluso por alcaldes de oposición. Militante disciplinado de la tienda de la hoz y el martillo, ha tenido, sin embargo, el pragmatismo suficiente para construir una red política amplia, tejiendo lazos en diversas colectividades del oficialismo a nivel local. Reconocido rostro y dirigente de la comunidad palestina residente en Chile, ha logrado convertirse en poco tiempo en uno de los líderes emergentes de la izquierda a nivel nacional.
En los círculos del oficialismo se lo da como una carta casi segura a la reelección, a pesar de que la derecha, esta vez, buscará reconquistar la comuna con una candidatura unitaria. En rigor, el escenario para el actual alcalde comunista no es fácil: en 2012, como candidato único de la Nueva Mayoría, obtuvo el 41,68% de los votos válidamente emitidos, frente a dos candidaturas de derecha que sumaron en conjunto un 56,03%. Ahora, la oposición aprendió del error anterior y va unida apoyando al militante de la UDI Marcelo Teuber, a lo que se agrega que el actual edil deberá también competir con las opciones de los partidos Ecologista, Igualdad y Progresista, los que pueden arrebatarle votos eventualmente decisivos.
Para el PC, la reelección de Jadue se ha convertido en una de las batallas emblemáticas de esta contienda municipal. De algún modo, la gravitación que la colectividad aspira a seguir teniendo en el seno de la Nueva Mayoría pasa, entre otras cosas, por demostrar que pudo retener el sillón edilicio en circunstancias bastante más adversas que en la elección anterior. El escenario óptimo para el partido sería, además, conseguir un alza en su votación, lo que vendría a refrendar una gestión local que ha buscado destacar por iniciativas de alto impacto social.
Daniel Jadue representa la cara comunal de esa nueva generación comunista que ha tenido sus mayores referentes en el Congreso, principalmente, en el protagonismo mediático de las diputadas Camila Vallejo y Karol Cariola. En paralelo, su rol en la defensa de la causa palestina le ha permitido diversificar su propia agenda política, contribuyendo a dar un mayor alcance al debate que las comunidades árabe y judía mantienen en Chile, sobre las causas y posibles soluciones al conflicto en el Medio Oriente.
Nadie duda que haber explicitado su intención presidencial no pasó de ser una ‘jugada táctica’, pero de conseguir un buen resultado en la contienda municipal, su victoria podría ayudar al PC a mejorar su posición relativa al interior del oficialismo. En ese sentido, los comunistas se juegan en la reelección de Daniel Jadue una carta relevante, que junto a los resultados que exhiban a nivel nacional, hará más fáciles o más difíciles las complejas negociaciones que dicho partido deberá asumir de cara a los desafíos políticos y electorales del próximo año.
En síntesis, la candidatura de Daniel Jadue en la comuna de Recoleta representa la principal apuesta del PC en estas elecciones municipales. Un desafío que se vincula con los esfuerzos que la Nueva Mayoría desarrolla para mantener su vigencia como alianza política y, sobre todo, con la incidencia que los comunistas aspiran a tener en la configuración de los escenarios futuros de la centroizquierda.
Por Max Colodro
Denos su opinión