Germán Silva/ Director del Centro de Estudios y Análisis de la Comunicación Estratégica (CEACE), Universidad Mayor
De seguro, el drama de la DC habría desafiado al más creativo de los guionistas de la serie House of Cards para describir una historia de autodestrucción como la que está viviendo el partido de la falange. Cuesta entender la cadena de errores y malas decisiones tomadas en tan poco tiempo. Todo partió por el triunfo de la postura del ala más conservadora que logró convencer a los militantes de esta importante colectividad –la que paradójicamente intentó celebrar, de manera forzada, los 60 años de existencia justo al inicio de esta junta nacional para el olvido– de que el camino propio era una especie de revancha frente a una sentida sensación de maltrato por parte de los partidos integrantes de la Nueva Mayoría. Esta fuerza interna logró incluso dar vuelta la postura que siempre mantuvo Carolina Goic: ser una parlamentaria “oficialista” y cercana a Bachelet.
La euforia de esa decisión –bajo el argumento de que la “bajada de Lagos” por parte del PS los dejaba arrinconados– logró un efecto hipnótico y la DC proclamó a su candidata, pese a que no existía ninguna prueba empírica que permitiera asegurar que la senadora podía sostener esta aventura. La verdad es que Goic nunca despegó. Y de a poco empezaron los cuestionamientos, las dudas, las críticas. El partido se había dado un “gustito”, pero ya era hora de tomar sentido de realidad y dejar de culpar al empedrado de todos sus problemas. La conclusión era simple: además de arriesgar un resultado presidencial paupérrimo, la vía propuesta por los conservadores Gutenberg y Mariana era un verdadero suicidio para los parlamentarios en ejercicio, así como para los nuevos postulantes.
En política, la opción de echar pie atrás es una conducta habitual y, por tanto, los negociadores del PDC intentaron desesperadamente lograr un acuerdo con todos los integrantes de la Nueva Mayoría e incluso con otros partidos, como Ciudadanos –que está con Amplitud y apoya a Piñera– y el PRO. De más está decir que tratar de pactar con ME-O no solo representaba una contradicción total, sino que incluso era algo parecido al “síndrome de Estocolmo”: empatizar con quien ha sido uno de los más duros y críticos de la falange en los últimos años. Si hubo alguien que maltrató a este partido, fue precisamente el ex candidato presidencial.
La confusión se fue apoderando de la Democracia Cristiana hasta llegar a la junta nacional en el peor pie posible, incluso recibiendo invitaciones oportunistas desde la derecha. Y, para colmo, Carolina Goic jugó una carta más que audaz al instalar, en las semanas previas, un relato que la dejaba en riesgo total en caso de que no se cumpliera su apuesta. La situación de Rincón era un requisito complejo para la senadora y todos los cálculos, entre quienes participarían en el encuentro, hacían prever que el diputado podía ser ratificado.
La junta nacional fue el reflejo perfecto del desconcierto y la crisis de la DC. Posiciones encontradas y radicales, confrontación respecto del lugar que ocupan en el espectro político, trato muy poco de camaradas entre sus dirigentes y toma de decisiones que dejan a este partido sumido en uno de los peores momentos de su historia. El quiebre interno es evidente.Pero faltaba más. En una entrevista a un medio de Valparaíso –que Goic se preocupó de que saliera el mismo día en que se iniciaba la trascendental jornada–, la candidata anunció que la DC ya estaba fuera de la Nueva Mayoría, se quejó amargamente de haber sido rechazados por sus socios y concluyó que se terminaba un ciclo político. Solo le faltó mencionar si esto también implicaba retirarse del Gobierno.
Hoy la presidencia del partido está vacía y tampoco tienen claramente una candidata a La Moneda. Quedan menos de tres semanas para inscribir a sus candidatos y pretenden ir en una lista con unos socios desconocidos, que no tienen nada que ver con ellos ideológicamente y que además no representan ningún peso político. Ricardo Rincón será candidato, pese a que Goic se había jugado el todo por el todo para que esto no ocurriera. Y, para rematar, a pesar del anuncio de que ya estaban fuera de la Nueva Mayoría, están proponiendo integrar un subpacto dentro de una coalición en que dicen no sentirse representados y haber sido basureados. La derrota para Carolina Goic fue total y lo más probable es que termine desistiendo de su candidatura.
Y como en la política chilena nada puede asombrarnos, no es descartable que se produzca una rebelión interna en el PDC, guiada por el instinto de sobrevivencia, y se intente una acción de última hora para pactar, con el costo que sea necesario, con alguno de sus antiguos socios de la Nueva Mayoría. También podríamos ver un apoyo, sin mayor convicción, a Alejandro Guillier, al no contar con un postulante de sus filas. Cuando un grupo está a la deriva, las salidas suelen ser muy poco sustentadas en lo que se afirmó previamente. Pragmatismo, le dicen.
Lo cierto es que el tiempo se agota y por el momento la Democracia Cristiana parece haber iniciado –como lo declaró Goic– el fin de un ciclo, con el recuerdo de una época de gloria con Frei Montalva y luego Patricio Aylwin, que los tuvo en su momento como el partido más importante de Chile y que hoy parece condenado a achicarse y perder importancia.
Ojalá, por la historia, por lo que fue este partido para Chile, que esta etapa signifique un momento de reflexión, de reinvención y resiliencia. El país cambió y, si la DC quiere volver a ser lo que fue, debe hacer un giro profundo. Lo que está claro es que, el haber intentado la ruta propia, tenía grandes riesgos y el mundo falangista estuvo dispuesto a correrlos. Mal que mal, un harakiri es una forma de morir con honor, pero, al mismo tiempo, un recurso para dejar de echarles la culpa a otros por las decisiones propias.
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