Cristián Valdivieso/ Psicólogo, Socio y fundador de Criteria Research
Las metáforas y analogías con que nos referimos a la carrera presidencial son variadas y en algunos casos hasta presuntuosas, pero hay una muy elocuente que incluso está documentada en la literatura electoral.
Nos referimos a la analogía con la hípica, entre el candidato que aventaja al resto en las encuestas y el caballo que se sabe ganador. Por este último corre la gran mayoría de las apuestas, horadando la confianza de los retadores, desdibujándolos como sorpresas tan improbables que multiplican en varios dígitos la inversión en ellos si es que la suerte los acompaña.
Según venimos observando en las encuestas periódicas, Sebastián Piñera ha tomado con claridad la posición del caballo ganador. Puntos más, puntos menos, 7 de cada 10 encuestados creen que él será el próximo Presidente de Chile.
Esta constatación, que se repite como mantra semana a semana, ha ido anestesiando una conversación más que pertinente a estas alturas: la posibilidad de que el ex Presidente gane en primera vuelta. Un escenario de baja participación electoral, dramático para las pretensiones parlamentarias de la coalición gobernante y aciago para el legado de Bachelet.
Así como en la hípica, en la próxima elección presidencial puede pasar que el voto voluntario lleve a muchos a restarse de apostar –quedarse en la casa– si, tal como se va configurando el panorama, desde el partidor ya se asume que será Piñera quien primero cruzará la meta.
Además del imaginario de un Piñera como seguro Presidente que reflejan las encuestas, la hipótesis de un triunfo en primera vuelta, impensada hasta poco, hoy encuentra el viento a favor que le da la fragmentación y el desánimo que se observa entre sus competidores y el reflejo de ello en la desazón de los votantes de centroizquierda.
El Frente Amplio y su candidata están sumergidos en disputas domésticas de poder que han evidenciado una fractura interna y, de paso, licuado el poder real y simbólico de la candidata dentro del movimiento.
Y está la DC, que después de zanjar con lágrimas y sangre la continuidad de Carolina Goic como candidata, aparece nuevamente escindida, ahora entre los parlamentarios candidatos y los mecenas de Goic, confundidos en una patria resiliente que solo ellos entienden.La Nueva Mayoría, en tanto, no logra transmitir más que una escasa convicción en las reales posibilidades de su candidatura, al tiempo que no consigue dinero para financiar una campaña que no logra despegar y respecto de la cual parece haber más detractores que promotores dentro de su propio sector.
Como en un manual de política aplicada, se confirma que el poder aglutina tanto como la falta de este disgrega. Así se observa en las candidaturas de Sánchez, Goic y Guillier, que diariamente dan señales equívocas en cuanto al poder real que tienen en su entorno.
En este cuadro, es notorio que ninguno de los candidatos de los conglomerados que dieron origen a la coalición gobernante está hoy compitiendo frontalmente con Piñera. Más bien, compiten entre ellos por una supuesta segunda vuelta que, por su misma acción, puede ser solo una quimera. Piñera lo sabe y, por lo mismo, no entra en confrontación con ninguno. Que se fagociten entre ellos, debe pensar.
En este complejo contexto para la centroizquierda, es que la figura de la Presidenta Bachelet pareciera abandonar la cojera de pato que la ha acompañado el último tiempo, para renacer como principal activo de su sector frente a una derecha alineada bajo el todopoderoso candidato con que cuenta.
La aprobación del aborto en 3 causales, el envío de la propuesta de reforma al sistema previsional y la posible aprobación del matrimonio igualitario, no solo han devuelto protagonismo a la Mandataria sino que también han esbozado de mejor manera su legado en torno a un conjunto de reformas sustantivas sobre derechos sociales y personales.
Si la Presidenta se jugó gran parte de su capital político durante su Gobierno, no debiera escatimar esfuerzos por jugarse el saldo que le queda en apuntalar a su alicaída coalición, poniéndose ella al frente de Piñera y, especialmente, presentándose ante la ciudadanía para llamarla a ejercer su voto y así continuar con la agenda de cambios impulsados por su administración.
Devenida nuevamente en la figura más gravitante de la centroizquierda, Bachelet debe jugársela por sacar a su electorado a votar en la primera vuelta de noviembre. De lo contrario, es posible que Piñera gane por varios cuerpos y en una única carrera, recibiendo a su llegada la banda presidencial de las mismas manos que en 2010.
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