Cuando lo que importa no es ganar, sino “saber llegar”

Por Juan Pablo Cárdenas/ Editor Radio U de Chile

Sebastián Piñera quiere volver a La Moneda sin que sepamos realmente qué podría hacer allí que no sea lo mismo que ya conocimos durante su cuatro años de gobierno. Razón por la cual no pudo darse la satisfacción de traspasarle la Banda Presidencial a uno de los suyos. Sin embargo no solo él sino todos sus contrincantes asumen que obtendría la primera mayoría relativa en próxima contienda presidencial, por lo que varios de éstos ya propician públicamente la necesidad de “negociar” desde ya la segunda vuelta electoral a objeto de derrotarlo con quien obtenga en segundo lugar.

Ante tal certeza, nos preguntamos, entonces, si  no habría sido mejor que al menos los referentes de izquierda se hubieran unido tras un candidato realmente competitivo y que, de haberle ido bien, nos habría librado de sufragar dos veces y obligarnos a votar por quien sea con tal de “parar” al abanderado de la derecha. Junto con ahorrarle al erario nacional el inmenso gasto que representan estas contiendas electorales. Cuando ahora es el Estado el que financia en buena parte a los candidatos, a las imprentas y medios de comunicación que lucran con las elecciones.

Me acuerdo que en la última elección presidencial realmente republicana,  Allende, Alessandri y Tomic lo que realmente querían era ganar, por lo que se hizo tan razonable que todos los parlamentarios tomicistas votaran por Allende enseguida en el Congreso Nacional, dado que fue éste el que obtuvo más votos en las urnas, pero insuficientes para imponerse como jefe de estado sin la unción del Poder Legislativo. En un proceso en que muchos proclamaron que el que ganara, aunque fuera por un voto, debía asumir la Presidencia, aunque después hicieran infructuosos esfuerzos para que la Democracia Cristian apoyara al que había obtenido el segundo lugar.

Se trataba,  sin duda,  de candidatos qué sí sabían lo que querían hacer en La Moneda; con programas de gobierno cuya contundencia les daba el nombre de “proyectos históricos”. Mientras que ahora la incertidumbre es completa, por lo que no sería raro que Piñera terminara imponiéndose por esa vieja creencia popular de que “más vale un mal conocido que otro por conocer”. Solo que ahora habría que decir un malo o una mala, desde que las mujeres ingresaron  decididamente a la política.

Cuando  solo restan algunas semanas de campaña presidencial, recordemos que también se realizaran elecciones parlamentarias y se elegirán a centenares de consejeros regionales sin que a ciencia cierta los ciudadanos sepan realmente de quienes se trata. Cuando, además, las afinidades partidarias suelen ser escondidas por la parafernalia propagandística, con tal de obtener apoyo aunque sea por error u omisión de los ciudadanos.

De lo que ahora se trata, en efecto, no es que triunfe una idea sobre las otras; que se imponga y legitime una propuesta de acción conveniente para el pueblo. Simplemente, los electores tenemos que apostar entre contendientes que posiblemente nunca los hayamos escuchado. Dirimir entre postulantes que no tienen, siquiera, trayectoria política o idearios conocidos por la opinión pública. Entre quienes podrían llegar hasta La Moneda, incluso, nada más que para evitar que ganen otros que se les supone más inconvenientes para el país. Recordemos, al respecto, que la gran cantidad de votos que obtuvo Michelle Bachelet solo se contaron entre los que decidieron sufragar, esto es el 40  por ciento de los ciudadanos habilitados para entrar a la urna secreta. Abstención masiva que hoy caracteriza a nuestro curioso “estado de derecho”,  cuando ya mucho más de la mitad de los chilenos declara en las encuestas que ha perdido su fe en la democracia, las instituciones públicas y, por cierto, la Constitución Política de nuestro Estado,  definida en una consulta espuria en tiempos de Pinochet.

Pero lo importante es “saber llegar”, como dice el bolero, a ese edén de posibilidades que se ofrece para convertirse en moradores de La Moneda, del Poder Legislativo o del llamado poder comunal. Esto es, sueldos que suelen multiplicar por 30 o 40 veces el salario mínimo. Abundantes y discrecionales recursos para contratar asesorías que, como se demuestra, se direccionan a los operadores políticos cuanto al clientelismo de cada autoridad pública. Alcanzar fueros para cometer delitos u ofender impunemente desde los curules parlamentarios a quien se les ocurra.  Al mismo tiempo que cobrarle a los empresarios por las leyes que dictan en su favor, para así incrementar todavía más sus ingresos y dejar bien dotada las cajas electorales para la próxima competencia. Además, por supuesto, de sumar viajes, viáticos y otros… Práctica en las que los más privilegiados son nuestros empolvados cancilleres que, de tanto viajar por el mundo resultan ser los ministros que menos castigo reciben en las evaluaciones de la población. Y que, desde luego, suelen dejar sus cargos muy ricos con tantas asignaciones y hasta gastos “reservados”, como se los denomina.

En todo esto sin duda se funda lo que pomposamente algunos denominan “vocación de servicio público”. Mientras ya se conoce que el actual gobierno y Parlamento van a dejar, de nuevo, en pañales la reforma educacional, no van a construir todos los hospitales que prometieron, tolerarán las bochornosas pensiones que pagan las AFP; esto es las más lucrativas empresas del país dedicadas a arrancarle un abusivo cobro a la administración de los fondos previsionales de la inmensa mayoría de los trabajadores. Salvo las de los uniformados, por cierto, que siguen acogidos a un sistema de privilegio con estipendios en promedio cuatro o cinco veces mayor que el que reciben los que efectivamente trabajaron más der 30 o 40 años..

Y, por supuesto, van a mantenerle todas las atribuciones que hoy tiene el Tribunal Constitucional, el soberano rector de los llamados tres poderes del Estado. No sería raro, tampoco, que en los meses que siguen la Presidenta siga deliberando si conviene o no cerrar el lujoso penal de Punta Peuco destinado a los más horrorosos terroristas de nuestra historia. O esta clausura, la haga cuando ya esté haciendo sus maletas y se disponga a convertirse en asesora de las Naciones Unidas.

Nos quedan semanas de campañas en que podremos observar cómo se prodigan las más embusteras promesas y los partidos políticos sigan haciendo esfuerzo por retener a sus militancias centrífugas o díscolas. A los que desconocen abiertamente las órdenes de partido e imponen candidatos mediante los arreglos cupulares, desoyendo sobre todo al pueblo y a las regiones. Mientras el Servicio Electoral se rinde frente a las inscripciones de colectividades y candidatos con firmas adulteradas de ciudadanos que fueron suplantados. Así como le tendrá que “poner vista gorda” a las transgresiones que ya cometen muchos candidatos. En esto que la clase política hace muy bien: dejar la trampa en cada ley que se dicta.

Por ahora, escuchamos a varios analistas que predicen una alta abstención electoral. Pero ¡qué duda cabe que después de las elecciones este baldón a nuestra supuesta democracia poco o nada le importará a quienes resulten elegidos! Porque lo que importa, insistimos,  no es llegar ganar, sino “saber llegar” al poder. Aunque no se sepa para qué.

Mientras que el país siga acumulando rabia.

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