Por Oscar Contardo/ Periodista
¿Cuándo es que TVN comenzó a hundirse en la irrelevancia? En el mismo momento en que la generación política que condujo la transición desdeñó las señales de cambio y se aferró al poder.
Hay una historia no contada de TVN, el relato de aquello que ocurrió cuando el canal pasó de depender del régimen militar al control de las nuevas autoridades de la democracia. TVN produjo una trivia persistente y pegajosa, visitada y revisitada durante los 80, sin embargo, hay algo que permanece en la incógnita: ¿Qué ocurría detrás de las pantallas? ¿Dónde está la contabilidad de esa factoría que se gastó millones para dar la impresión de satisfacción y alegría en medio del baldío? En una ocasión, una publicista argentina radicada en Chile me hizo notar lo curioso que le parecía la captura de ciertos avisajes durante ese período. Sugerencias, sospechas, pequeñas piezas de un rompecabezas. La censura tenía una oficina propia dentro del canal. La gente se acostumbra a todo.
A principios de los 80, los programas estelares pagaban en efectivo a las estrellas extranjeras que venían a hacer playback de dos canciones en las veladas nocturnas. En fajos de billetes, como se hace cuando no se quiere dejar huella. Luego, poco antes de que la crisis del 82 estallara, hubo un atisbo de escándalo financiero reporteado apenas por los medios escritos dedicados al espectáculo. Rápidamente, el asunto cayó en el olvido. Hay una historia no revelada de esos años en que TVN era un instrumento de propaganda, cuando la pobreza era disfrazada de estampa costumbrista y los valores los difundía el capellán militar los domingos por la mañana. Recordé estos retazos de historia cuando leí las revelaciones sobre el contrato del actual director ejecutivo. Quién diría que las exigencias de transparencia vendrían de donde vienen.
La dictadura se cruzó con Canal 7 justamente en la década en que los aparatos de televisión llegaron a la mayoría de los hogares. Desde ese canal no solo se emitían noticieros despojados de realidad, sino también una programación que establecía hitos comunes para poblaciones alejadas, de un país de geografía insólita. Ríe cuando todos estén tristes, era la sugerencia que bien podría haber sido un lema o, en el peor de los casos, una orden.
En 1990 la transición democrática recibió un canal quebrado. Los trabajadores de la época recuerdan que las antiguas autoridades se llevaban hasta los cables antes de entregar la estación. Hubo un acuerdo para no levantar olas ni agitar las aguas. La democracia era débil y Pinochet aún era general en ejercicio. Un nuevo equipo montó desde los escombros un proyecto nuevo que fue fortaleciéndose en la medida en que los peligros políticos se alejaban o se esquivaban y la economía del país crecía. Surgió entonces el canal reformulado en la medida del consenso binominal que se reflejaba en su directorio; una empresa pública que no recibía un peso del Estado, pero que tenía una misión que sobrepasaba el éxito comercial. TVN llegó a ser un modelo del que se pavoneaban las autoridades. Que su noticiero fuese el más visto significaba que habían tocado el cielo: los chilenos le creían a 24 Horas. Liderazgo era una palabra que los ejecutivos se acostumbraron a masticar.
El canal se sobrepuso a las exigencias de un período políticamente complejo y estableció, incluso, una conversación con el público. Pero los desafíos del nuevo siglo no eran los mismos de la transición y, al parecer, nadie estaba preparado para planteárselo así. La misma fórmula ya no surtía efecto para las nuevas generaciones criadas con banda ancha en un país muy distinto al de los 90. Si antes la misión era informar en un país disgregado por la geografía, escéptico del profesionalismo del medio, ahora el objetivo era salvar las fracturas sociales y la desinformación. La oportunidad de ser un referente periodístico en la era de las noticias falsas y el caudal desinformativo que circula libre por las redes sociales se perdió. Ni qué hablar de los programas de ficción que acabaron reducidos a poco más que sketches de bajo presupuesto con guiones elaborados desde la confusión y la falta de recursos.
¿Cuándo es que TVN comenzó a hundirse en la irrelevancia? En el mismo momento en que la generación política que condujo la transición desdeñó las señales de cambio y se aferró al poder. Una generación que siguió rindiéndoles culto a sus trofeos pasados sin mirar lo que se les venía encima, concentrándose en atizar la tontería barata en lugar de sondear nuevas posibilidades, jibarizando las ideas hasta reducirlas a un generador de caracteres con faltas de ortografía. Todo eso acabó en la situación actual: un canal del que solo se habla para subrayar del dinero que pierde y el personal que despide. Lo que sucedió tras las bambalinas -o lo que no sucedió- es lo que ha llevado a que un sector político comience a buscar su cierre. Bajarle las cortinas al canal, enterrar su historia y rematar su porvenir. La fórmula para hacerlo es agitar su irrelevancia, cuestionar la necesidad de su existencia, lograr que todos nos enteremos de los pormenores del contrato de su director ejecutivo. ¿Para qué mantener en pie un canal que reproduce las desigualdades de ingresos? El fin de TVN, sin embargo, dejaría un baldío peor que su crisis financiera justo cuando la industria de los medios, en general, sufre los golpes de un cambio de era. Significaría la muerte de un proyecto de televisión pública que construía un débil aunque significativo “nosotros” en un país separado por los abismos sociales y, en muchos casos, de la segregación. La tragedia es que quienes pudieron hacerse cargo de esa misión la desdeñaron y dejaron ese proyecto a merced de los sepultureros. El desafío es que los responsables actuales hagan algo más que alargar su agonía y en lugar de hablar solo de dinero, comiencen a hacerlo de la necesidad de un futuro para TVN. Un plan que no solo convenza a los parlamentarios, sino también a la opinión pública. Buscar la atención y el respeto de la audiencia que los abandonó como se hace con lo innecesario.
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