Germán Silva Cuadra Director del Centro de Estudios y Análisis de la Comunicación Estratégica (CEACE), Universidad Mayor
La crisis política y social –que se llevó consigo a Andrés Chadwick– se ha extendido ya por dos meses sin visos de solución. Primero fue la masividad, luego se la tomó la violencia, después vino el lumpen y el narco, que aprovechó el momento, para volver a las manifestaciones ciudadanas más focalizadas, pero que no han decaído nunca. El Gobierno, por su lado, ha mostrado una confusión y una debilidad tan grandes, que no logra repuntar. Para desgracia del Presidente Piñera, gran parte de las demandas y las críticas se terminaron por representar en él. La gente ve en su figura los desbalances del sistema y los abusos. Es inevitable: es un hombre rico y las conductas y frases del clan este año no ayudaron mucho.
Qué año. Ni el más creativo de los guionistas de Netflix podría haber imaginado una historia como la que vivimos durante 2019. No solo terminaron de caerse los últimos mitos que nos iban quedando como sociedad –¿le suena eso del país flemático, serio, legalista?–, después que, cuando celebramos el bicentenario, se derrumbó la mayoría, sino que también se desplomó la peor de las autoimágenes que teníamos: lo predecibles. A solo 48 horas de explotar la peor de las crisis que hemos vivido desde 1973 –que aún no termina–, Bloomberg concluyó que “si esto ocurrió en Chile, puede pasar en cualquier país”. Juicio certero y claro. Los suizos de américa, el país de la OCDE entraba en un ataque de locura, en una especie de brote psicótico.
La elite quedó perpleja, atontada, confundida, pero no solo desde el estallido, sino también durante gran parte de este año. No lo vieron venir. Una Iglesia en el suelo, enredada entre los sacerdotes pedófilos y la imagen del cura Poblete. Los evangélicos avergonzados por los negocios de los Durán. Una derecha obsesionada por Venezuela, lo que después les rebotaría en la cara en su propio país. La oposición mostrando su falta de talento e inteligencia al ser incapaz de aprovechar al rival en el suelo. Un Gobierno que se fue desmoronado no solo al perder respaldo, sino además al abandonar las ideas. Un empresariado más asustado que nadie. Y, claro, una ciudadanía que les perdió el respeto y el miedo a unas instituciones desprestigiadas.
Por supuesto que 2019 quedará marcado por el 18/O, sin embargo, el inicio del fin para el Gobierno comenzó en el verano en Cúcuta.
Aún estaba fresco el caso Catrillanca y La Moneda había optado por cambiar la agenda gracias a Maduro. Una estrategia diseñada por quien luego saldría sin pena ni gloria del gabinete, Roberto Ampuero. La frontera entre Venezuela y Colombia marcaría el primer punto de inflexión para Sebastián Piñera. El Presidente viajó, no pudo entregar la ayuda, Guaidó no le prestó mucha atención, y su frase, “le quedan los días contados a Maduro”, sigue rebotando hasta el día de hoy. El Mandatario bajaría de manera brusca de 44% a 39% su respaldo. Por cierto, en el segundo piso nadie se dio cuenta de esto. En la oposición, tampoco.
Pese al revés, los creativos de Palacio diseñaron luego una nueva estrategia: convertir a Piñera en un líder o referente internacional. Ampuero convenció al Jefe de Estado de inventar Prosur y en marzo un grupo de mandatarios llegaba a Santiago a celebrar lo que el propio Sebastián Piñera anunciaba, con una amplia sonrisa, como una buena nueva. El continente se volvía a inclinar a la derecha. Pero Bolsonaro fue la estrella y hoy sus protagonistas, en su mayoría, están más que complicados. Crisis en Ecuador, Colombia, Chile y Argentina. Hoy Prosur no es más que una sigla sin vida. Partían los invitados y el Presidente bajaba a 37%.
Tal vez obsesionado por el rol internacional de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, Piñera apostó por esta opción. Llegó a Brasilia como mediador entre un taimado Bolsonaro –que no quería recibir apoyo para combatir los incendios en la Amazonía– y la Comunidad Europea. El Presidente chileno anunciaba luego, con bombos y platillos, que se firmaría el tratado entre EE.UU. y China en Santiago. Soñando con inaugurar y cerrar la COP25 con un confirmado Macron. Todo eso se derrumbó y de seguro no volverá a ser una opción para el Mandatario: los informes de violaciones a los DDHH serán una muy mala carta de presentación.
Y, claro, la oposición observando, dividida, pero sin ningún protagonismo. Si no fuera por el proyecto de 40 horas de la dupla Vallejo-Cariola, el resultado previo a la crisis sería cero. Sin liderazgos claros, sin renovación y con una DC jugando a pasarse de un lado a otro. Un PS avergonzado por una elección sospechosa que, además, dejó una duda tremenda por el caso de San Ramón, el que nunca se preocuparon de aclarar.
El oficialismo, por su parte, llegó al 18/O fracturado entre una UDI que se acercaba peligrosamente al nuevo partido surgido este año –Republicanos, de José Antonio Kast–, y Renovación Nacional, que ya mostraba un inicio de rebelión encabezado por la dupla Ossandón-Desbordes. Ambos parlamentarios planteaban que había que flexibilizar la reintegración y valoraban el proyecto 40 horas. Evópoli tomaba distancia de los dos, como si ya sospechara que eso les permitiría quedar de protagonistas al salir Chadwick y Larraín del gabinete. También se había producido el primer desmembramiento en el Gobierno con la salida de los polémicos Valente y Ampuero.
Así llegamos a esa tarde del viernes 18 de octubre en que la gente siguió –por si lo olvidaba– a un grupo de estudiantes del Instituto Nacional que había comenzado unos días antes a evadir el metro, luego que, por meses, el colegio emblemático, ubicado a solo dos cuadras de Palacio, se convirtiera en ingobernable. En las primeras horas fue tal el desconcierto de La Moneda, que el Presidente y el entonces ministro del Interior se fueron a una pizzería de Vitacura a celebrar el cumpleaños de un nieto. Al Piñera se le veía extendido, alegre, mientras las calles se llenaban de manifestantes y fuego. El resto de la historia es conocida.
Creo que aún ellos siguen sin entender la profunda crisis de este año. No imaginan cuánto ayudó Perez Cruz y su playa privada a encender la mecha. Tampoco sospecha Cecilia Morel que sus frases “vamos a tener que compartir los privilegios” o catalogar de “alienígenas” a los manifestantes desató la ira, junto al no pago de contribuciones por 30 años, el viaje gratis de sus hijos a China o el traspaso de US$500 millones a paraísos fiscales. Y, claro, este no era un “oasis en Latinoamérica” ni tampoco estábamos en guerra. Además, no eran 30 pesos sino 30 años donde la gente acumuló bronca por la desigualdad, los abusos, la colusión, los privilegios. Tal fue la ceguera, que alguien sentenció “cabros, esto no prendió”. Una elite que hoy busca cómo sacar su plata de Chile y que abandonó, por completo, al Presidente que eligió hace apenas dos años.
La crisis política y social lleva ya dos meses y parece estar hoy en un momento de calma aparente. Primero fue la masividad, luego se la tomó la violencia, después vino el lumpen y el narcotráfico, que aprovechó el momento, para volver a las manifestaciones ciudadanas más focalizadas, pero que no han decaído nunca. El Gobierno, por su lado, ha mostrado una confusión y una debilidad tan grandes que, pese a los esfuerzos de unos pocos –como Blumel y Briones–, no logra repuntar. Para desgracia del Presidente Piñera, gran parte de las demandas y las críticas se terminaron por representar en él. La gente ve en su figura los desbalances del sistema y los abusos. Es inevitable: es un hombre rico y las conductas y frases del clan este año no ayudaron mucho.
Y aunque la ciudadanía vive un paréntesis de fin de año –sin fuegos artificiales, pocas luces y escaso ánimo–, que se extenderá algo en el verano para retomar su intensidad en marzo, la verdad es que la mayoría de nuestros políticos está dando pie a que eso ocurra, con su pésimo ejemplo. Un proceso Constituyente sin claridad en lo de fondo, que ya provocó un quiebre en Chile vamos –la excusa perfecta para la UDI–, el Frente Amplio y también en los radicales, que perdieron a dos diputados.
Difícil escoger a los personajes del año. Me inclino, primero, por los que solo influyeron, aunque no de manera positiva. Sin duda, la familia Piñera Morel lleva la delantera, seguida por el cura Poblete –póstumo– y los ministros poco empáticos que invitaban a levantarse más temprano para ahorrar el alza de los $30. También están Gabriel Boric, Jacqueline Van Rysselberghe y Pepe Auth, que pensaron que la política era un asunto personal y no colectivo. Y están los intrascendentes como Bea Sánchez o Lavín, que apostaron por guardar silencio, cuando más se esperaba que hablaran. Pero postulo de personaje a LasTesis, como representantes de la ciudadanía, y premio de consuelo a Mario Desbordes, pese a que la elite ya lo puso en la mira.