Por Germán Silva, Director del Centro de Estudios y Análisis de la Comunicación Estratégica (CEACE), Universidad Mayor
Debe ser uno de los argumentos más curiosos levantados por el oficialismo, y particularmente por un sector –a estas alturas mayoritario– de Renovación Nacional. Según lo expresado por 8 senadores y 21 diputados, no existirían condiciones para este proceso, considerando la violencia e inseguridad que aún se mantienen en el país. Solo un detalle: La Moneda es dirigida por uno de los suyos y son parte de un Gobierno que, se supone, debería asegurar ese derecho. ¿No era esa una de las promesas con que llegaron al poder en 2017?
Pero si las razones usadas sonaron extrañas, el rol activo cumplido por Andrés Allamand fue el hecho político que marcó el anuncio –casi simultáneo– de estos 29 parlamentarios. El senador había expresado públicamente su apoyo decidido a la opción Sí hasta solo unas semanas antes. Convencido, según él, de que la Constitución actual tenía divididos a los chilenos por más de cuarenta años, que era el momento de hacer cambios y que, por tanto, se requería una nueva Carta Magna.
¿Qué le pasó a Allamand? Nada nuevo. A solo cinco días del acuerdo del 15 de noviembre, el senador ya parecía estar echando pie atrás cuando afirmaba que, si no se alcanzaban los 2/3 para ninguna de las normas, fracasaría la convención, el plebiscito, “y aunque les moleste no hay nueva Constitución”. Punto.
El senador era el primero en advertir la posición del sector más duro de la derecha: habían firmado, a regañadientes, para salir del paso, para evitar el repudio de lo que la mayoría de la gente estaba expresando –en todas las encuestas disponibles, cercano al 70%– en la calle. Fue una forma de “testear” el ambiente, de tomar la temperatura. Al parecer, el exministro de Piñera ha sido fiel a su propia estrategia que busca posicionarse en una derecha silenciosa y pasiva durante toda la primera parte del estallido social.
Lo cierto es que la derecha más dura, la que ha liderado la UDI y Republicanos, logró finalmente posicionarse en el Gobierno a partir de hace un mes e impuso su punto de vista. Esto ha sido tan evidente, que La Moneda dio también un giro y pasó de la proyección de una cierta apertura al diálogo hasta poner en práctica una estrategia confrontacional, más provocadora, que tiene tres objetivos claros: reencantar a sus bases más ideologizadas, generar temor en el ciudadano medio respecto del control que grupos radicales tendrían sobre la oposición y, claro, lo más importante, desacreditar el cambio de la Constitución.
La estrategia del temor, de generar miedo es tan antigua como la historia de la humanidad y de la política. La han usado todas las dictaduras y muchas democracias cuando se quedan carentes de ideas. Es una salida fácil que a veces da resultados, pero estos siempre son a corto plazo y suelen convertirse en un búmeran. Comunicacionalmente la receta es sencilla: generar confusión en la información –como el Big Data–, crear realidades paralelas, instalar ideas que provocan dudas y generar una sensación de incertidumbre respecto del futuro. Por supuesto, para eso se requiere también de grupos que colaboren en la estrategia, que presenten conductas atemorizantes, aunque sean unos pocos. Lo que pasó en la PSU es el cruce perfecto.
Esta arriesgada apuesta, de provocar miedo, es la que hemos visto estas semanas en una puesta en escena en que los ministros están cumpliendo un rol clave. El Presidente Piñera –a diferencia de su conducta permanente desde el 18/0– ha mantenido mayor silencio e incluso prudencia.
Volvamos al senador. Andrés Allamand fue siempre considerado un hombre progresista dentro de la derecha, pero un duro. Agresivo, con buen manejo comunicacional, simpático. Un rugbista en el deporte y en la política. Audaz también, como cuando, a raíz de la lamentable enfermedad de un hijo, estableció una amistad con Fidel Castro. Y aunque en la transición fue un hombre clave, con el tiempo comenzó a acercarse más a las posiciones conservadoras, no tanto por convicción como por pragmatismo y su evidente interés por el poder. Pareciera ser que la travesía por el desierto fue clave en su cambio interno. Volvió con otro tono. Empezó a hablar de su teoría del desalojo y a referirse a muchos adversarios que habían sido cercanos con conceptos más agresivos, más duros.
Un análisis simple haría concluir que Allamand en esta crisis –aún en pleno desarrollo– ha sido errático. Yo creo que no. Pareciera ser una estrategia bien pensada.
Hasta el 18/0 sabía que no tenía ninguna posibilidad de convertirse en un líder clave para el sector, ni, menos, soñar con ser candidato presidencial. La debilidad del Presidente y el Gobierno, las diferencias en Chile Vamos, la irrupción de JAK y el rápido posicionamiento de Ossandón y Desbordes le abrieron una oportunidad. ¿Por qué mejor no apostar a las elecciones de 2025? Es mejor ser políticamente incorrecto hoy, pero apuntar a un electorado de derecha, que está a la deriva, para conquistar su voto duro y de ahí crecer. Mal que mal, hoy Piñera apenas tiene el 13%, pese a haber ganado con un 54% hace solo dos años.
Allamand sabe que los dos candidatos con más opciones para competir en 2021, por el oficialismo, son Ossandón y Lavín. Y ambos hoy están en la vereda de enfrente. Tanto el senador como el alcalde han expresado su opción por el Sí, quedando como minorías en sus respectivos partidos. Y aunque en RN y la UDI también entienden que no es una mala alternativa poner las fichas en el color rojo y negro, la apuesta es arriesgada. ¿Cómo se justificarán frente a sus electores de derecha cuando les vayan a pedir los votos en octubre de 2021? Mientras tanto, Allamand estará trabajando para construir un vínculo con ese votante duro que tendrá que apoyar, a regañadientes y por pragmatismo, a Ossandón o Lavín, pero que nunca les perdonará haber cruzado el río. Similar a lo que hoy les pasa a muchos con Sebastián Piñera y su voto No en 1988.
Lo que sí es un hecho es que la estrategia del Gobierno y Chile Vamos apunta al muy corto plazo. Aunque logren repuntar algunos puntos entre las personas que ya están cansadas de la actuación de ciertos grupos extremos y de la falta de capacidad de conducción de la oposición. Pero lo cierto es que las querellas por Ley de Seguridad del Estado a los dirigentes de ACES pueden ser un disparo a la cabeza, ya que es equivalente a instalar una bomba de tiempo en la propia Plaza de la Constitución. No cabe duda que en la segunda etapa del 18/0 el protagonismo lo tendrán los estudiantes secundarios, y especialmente los universitarios, cuyas demandas no han estado presentes –hasta ahora– en esta crisis, pese a que siempre han tenido un rol clave en los estallidos sociales, como los pingüinos. Solo recordemos que Piñera I tuvo tres ministros de Educación.
Y un detalle final: la semana pasada renunció Jorge Selume a la Secretaría de Comunicaciones del Gobierno –que se suma a Ubilla, Atton y otros–. La pregunta que quedó en el aire es si al psicólogo no lo involucraron en la estrategia comunicacional cuyo objetivo es el miedo o, por el contrario, se opuso a ella y por eso abandonó el cargo. ¿Qué cree usted?