Vicepresidenta de la Sociedad Chilena de Infectología, académica de la Universidad de Chile e infectóloga de una clínica privada de Santiago, Claudia Cortés y su equipo se adelantaron a esta situación. Analizaron lo que ocurría en China y vieron cómo se trasladó a Europa y sabían que, aunque con algo de retraso, el coronavirus llegaría a Latinoamérica.
Estimaban que el aumento de casos partiría a mediados de esta semana, pero los primeros pacientes hospitalizados en su clínica fueron a finales de la semana pasada. Eso significó un cambio radical en la rutina y una pronta capacidad de reacción: aprender a vestirse y desvestirse con ropa de aislamiento, enseñarle a las enfermeras a hacerlo, preocuparse del personal de aseo para que realicen la limpieza de las habitaciones de la manera correcta y más segura para ellos mismos, y una serie de logísticas que nunca antes habían tenido que resolver. Gran parte del trabajo, estos días, ha tenido que ver con traspasar el conocimiento y capacitar al resto del equipo médico y de colaboradores, porque lo que está ocurriendo no tiene precedentes. Y porque todos, en mayor o menor medida, están conscientes de que se pueden contagiar. Frente a esta situación vertiginosa se organizan en turnos de 7 días de trabajo y 7 días de descanso.
En Chile, de los 300 miembros que componen la Sociedad Chilena de Infectología, 130 son mujeres. Y al igual que Claudia, son muchas las que han tomado la decisión de alejarse de sus familias para que no corran el riesgo de contagio. El martes 24 de marzo Claudia y su marido cumplieron ocho años de matrimonio y, lejos de celebrar, mantuvieron durante todo el día una distancia de cinco metros. En la noche hablaron de un lado a otro del patio, respetando la distancia social. No hubo abrazos ni acercamiento alguno. Y es que hace una semana Claudia decidió trasladarse a la pieza trasera del jardín, que habían habilitado como taller. A la casa principal sólo entra para usar el baño de servicio y recibe la comida en bandeja afuera de su puerta. A sus dos hijas, de 6 y 8 años, las ve a través de la ventana. Así han sido sus últimos días.
“La situación actual ha implicado una carga mayor para los infectólogos y el equipo médico. Todo ha escalado tan rápidamente y de manera tan masiva que hay poco tiempo para almorzar, comer o ir al baño. El protocolo es así: cada vez que visitamos a un paciente hay que vestirse con un traje especial de aislamiento, cuyo uso implica 10 pasos distintos para ponérselo y 10 para sacárselo.
Los pacientes están en sus piezas aislados, sin poder recibir visitas, y muchos de ellos ven televisión durante todo el día. Están asustados y parte de nuestro trabajo es tranquilizarlos, explicarles lo que está ocurriendo a nivel macro y también lo que estamos haciendo nosotros individualmente por cada uno de ellos.
Este es un virus que tiene tres meses en el mundo, por lo que, si bien se está generando mucha literatura científica, todavía no contamos con la experiencia. En la medicina muchas veces se trabaja sin tener certezas, pero no deja de ser difícil tener que explicarle a un paciente que vamos a probar con tratamientos que se están recién validando en el mundo, pero que no cuentan aun con el respaldo de un gran estudio, como suele pasar cuando se prueba cualquier otra droga. Porque acá no hay tiempo que perder y por ahora nos orientamos en base a lo que ha tenido éxito en otros países.
Esa explicación uno a uno y toma de decisión consensuada junto a los pacientes, se da mientras estamos vestidos con mascarilla, lentes y guantes, cosa que dificulta aún más la comunicación. Luego de visitar a un paciente, nos desvestimos y esterilizamos algunas partes del traje y otras las desechamos. Y eso también genera un poco de estrés, porque en el fondo sabemos que no van a haber infinitos implementos y en algún minuto se van a acabar como se están acabando en todo el mundo, por lo tanto hay que ser precavidos: no usar elementos de más, pero tampoco usar de menos para no poner en riesgo nuestra salud. Ese es el balance al que tenemos que llegar permanentemente.
Hemos estado híper conectados mirando lo que ocurre en el mundo porque las redes nos permiten saber al instante lo que está pasando. Pero después llegamos a la casa y existe la preocupación por la familia, porque sabemos que aunque no presentemos síntomas, está la posibilidad de enfermarnos y enfermarlos a ellos. En el trabajo mis pensamientos están ahí, pero después del turno hay que hacer switch y pasar al espacio personal. Esa transición también conlleva una rutina: me ducho en el trabajo y en el camino me cambio de ropa. Cuando llego, echo la ropa de la clínica a la lavadora y me voy directo a la pieza trasera del patio donde, hace ya una semana, decidí instalarme. Mis hijas son pequeñas y mi marido toma remedios inmunosupresores, por lo que si se enferma corre un riesgo mucho mayor.
La distancia social no ha sido fácil, no hemos comido juntos, no interactuamos de cerca. Él lo entiende, porque sabe con quién se casó y me conoció así, pero lo que cuesta es saber que no serán solo tres semanas, sino que varios meses. Lo difícil es lidiar con esa incertidumbre. Con mis hijas ha sido más difícil aún. No he podido ayudarlas en las tareas en estos días que estudian desde la casa y solamente las veo a través de un vidrio. Por temas de trabajo me ha tocado viajar mucho, entonces ellas saben que a ratos tengo que estar fuera de Chile durante un tiempo. Cuando eso pasa hablamos por distintos soportes tecnológicos y lo entienden bien. Pero esta situación es distinta; aquí la mamá está al lado. Quieren meterse a mi cama, tocarme la puerta. Pero saben que no pueden entrar y que si más adelante queremos estar juntas, por ahora tenemos que mantener una distancia.
Yo elegí esta profesión porque me apasiona y soy una agradecida de lo que hago. En cierto sentido, los profesionales del área de la salud estamos pasando por distintas emociones: tenemos miedo y hay cosas que nos preocupan o inquietan más que otras, pero también siempre hemos querido ver esto. Estar enfrentados a una pandemia es un desafío humano y profesional. Por eso tenemos que estar preparados.
Hay estudios que demuestran que si tenemos un volumen muy alto de pacientes de manera simultánea, existen más probabilidades de cometer errores y de contagiarnos, por lo tanto el ideal es tener un número no tan elevado e ir sumando colaboradores en la medida que estén capacitados. En Chile –y en el mundo– hay déficit de infectólogos y en algún minuto algunos nos vamos a enfermar y otros vamos a estar en descanso, entonces hay que ir capacitando a colegas con anticipación. Esto sumado a la investigación que hay que ir realizando a la par, la preocupación por nuestros alumnos y por supuesto por la familia.
Creo que un país nunca está preparado para enfrentar una pandemia, pero a Chile le azotó en un pésimo momento en el que no había confianza ni en las clases políticas, ni en las autoridades o instituciones. Y por lo tanto se hace más difícil aún tomar medidas radicales como la de hacer un cierre total. Por suerte, se ha dado de manera un poco más gradual y eso ha dado plazo a que la gente reaccione y entienda que esto es necesario para la salud. Porque la distancia social y las medidas preventivas de higiene y limpieza son lo único que pueden ayudar a detener la curva de contagio.
Hay que informarse, seguir al pie de la letra las medidas de las organizaciones de salud y no caer en la histeria. En Italia, por ejemplo, se dictaron medidas precautorias y cerraron los colegios, algunas instituciones y trabajos. Pero la gente siguió yendo a los bares, a la playa o se trasladaron a sus segundas viviendas. Ese es el gran problema y es lo que estamos tratando de evitar acá. Por lo menos es lo que hemos dicho una y otra vez desde las organizaciones de salud. Pero mientras sigan habiendo matrimonios y carretes, no se va poder. Hay que entender que el aislamiento social es serio y no implica invitar a gente a tu casa.
Es muy difícil para las autoridades encontrar un balance adecuado entre no matar la economía versus no matar a las personas. Pero yo sólo velo por las personas y su salud. Y si no actuamos rápido, las unidades de pacientes críticos van a colapsar. Tenemos que estar –paradójicamente– todos juntos. Si no remamos para el mismo lado, esto no va funcionar. Vienen tiempos duros y para poder estar cerca tenemos que distanciarnos, como lo he hecho yo con mi familia y como lo estamos haciendo muchas y muchos. Quizás es un buen momento para valorar todos los abrazos que nos dimos y que en estos momentos no podremos dar. Pensemos en eso para poder darlos más adelante”.