El dilema del retorno a clases en tiempos de pandemia

Antonia Cepeda .Educadora de Párvulos, ex Directora Técnica de la Junta Nacional de Jardines Infantiles (JUNJI), con trayectoria en la dimensión curricular y en el desarrollo de programas sicoeducativos.

El ingreso a los colegios requiere de un proceso previo. Los docentes deben remirar sus proyectos educativos, dándole nuevos sentidos. Por el contrario, si lo que se pretende es que los alumnos se pongan el uniforme y salten directamente del confinamiento a la escuela para ponerse al día en las materias, sin pausa ni procesos preparatorios por parte de las comunidades educativas entonces, se puede partir mañana. Por ahora, no habrá protocolo que permita adecuar la escuela a la “nueva normalidad” a la cual se aspira.

La decisión de la autoridad de reanudar las clases ha dejado perpleja a la ciudadanía, porque nada genera más confusión e inseguridad (a niños y adultos) que recibir dos mensajes contradictorios; por un lado: “Cuídate, quédate en la casa, sé responsable, es gravísimo” y, por otro, “Las clases se van a reanudar, lleva a los niños a la escuela”. En sicología esto se llama “doble vínculo”. Si bien el concepto alude a conductas recurrentes y predominantemente en las relaciones padre-hijos, Gregory Bateson señala: “Muchas personas en posición de autoridad utilizan los dobles vínculos para controlar a otras”. La confusión genera inseguridad, aminora la propia iniciativa y facilita la subordinación.

Para reanudar las clases el sistema público debe asegurar antes que nada la salud y el bienestar físico de sus alumnos y un cuerpo de profesores en condiciones de ofrecer contención, apoyo emocional, espacios para compartir la experiencia vivida y la que vivirán producto del impacto que tendrá esta pandemia en sus vidas. Heather Geddes, en su libro El apego en el aula, señala: “El sistema escolar puede así replicar la inseguridad si su objetivo principal y sus intenciones ignoran la experiencia emocional de los alumnos”.

Duela a quien duela, el itinerario escolar dejó de tener vigencia. No sólo hay que replantear el calendario, sino también sus objetivos y sentidos. Es ilusorio pensar que los alumnos van a volver a sus colegios a retomar la misma escuela de la cual salieron a raíz de la pandemia y a lo que estaba proyectado. Los equipos de asesores y técnicos del Mineduc debieran estar enfocados a definir cuáles son las estrategias para resignificar el sentido de la escuela a partir de esta catástrofe y cómo ello debiera expresarse en el proceso de aprendizaje de niños y niñas durante este año.

El ingreso a los colegios requiere de un proceso previo. Los docentes deben remirar sus proyectos educativos, dándole nuevos sentidos. Por el contrario, si lo que se pretende es que los alumnos se pongan el uniforme y salten directamente del confinamiento a la escuela para ponerse al día en las materias, sin pausa ni procesos preparatorios por parte de las comunidades educativas entonces, se puede partir mañana. Por ahora, no habrá protocolo que permita adecuar la escuela a la “nueva normalidad” a la cual se aspira.

El país está en medio de una catástrofe nunca antes vista y el Ministerio de Educación está obsesionado por iniciar las actividades académicas. Digamos las cosas por su nombre: no es que la autoridad esté confundida o que sea ignorante en la decisión de reanudar o no las clases. Lo que se está manifestando es una concepción educativa tecnocrática, sin perspectiva humanizadora, que no considera la importancia de los procesos en la construcción de aprendizajes y tampoco admite que lo central es la persona y no un programa de estudios. Aquella que no pierde nunca de vista, ni siquiera en tiempos de pandemia, la aspiración de seguir formando sujetos eficientes, orientados al logro y a la productividad, que den respuesta a las necesidades de sostener un modelo económico del cual muchos de los niños y sus familias nunca se beneficiarán.

Una concepción educativa que deja en segundo plano el ejercicio democrático y la perspectiva comunitaria de la educación, esto es, considerar la opinión de los principales actores involucrados, los profesores, las familias y los líderes locales. En tiempos de crisis visiones como éstas son propicias para que se manifiesten los rasgos autoritarios en el ejercicio del poder y se tomen decisiones equivocadas.

Desgraciadamente, por las características de esta catástrofe, mientras no se despejen las posibilidades de que los colegios se constituyan en focos de contagio para las comunidades no van a poder jugar el importante rol protector, de socialización y aprendizaje que les compete. Argumentos como la necesidad de ofrecer alimentación o vacunar a los alumnos no es excusa, pues ambas acciones pueden implementarse sin que se reanuden las clases.

Los expertos plantean que por un largo tiempo habrá que crear condiciones para convivir con el virus y la escuela como espacio de formación indudablemente tendrá que jugar un papel preponderante para la modificación de conductas. Pero sin duda no es el momento hoy: es apresurado, no es la oportunidad, no es prudente que las escuelas abran sus puertas para cumplir esta misión.

Por ahora sigamos lo señalado por la OMS (en los últimos días, casi implorado): lo peor aún no llega. Esperemos que baje la marea, más que anticipar fechas que crean alarma y luego no se pueden respetar. Hoy es el momento de hacer carne el eslogan “los niños primeros en la fila”.

La decisión de reanudar las clases, aunque sea en forma progresiva, es una medida temeraria porque, aunque los niños no son principalmente afectados por el virus, a mediano plazo pueden cargar con una gran mochila: ser una gran fuente de propagación del virus en sus comunidades.