Arrinconados: Los dos golpes de la pandemia a los cités

«Andan diciendo que ustedes están enfermos. Si llego a ver a alguno afuera voy a pegarle». Esa fue la amenaza que los 24 residentes del cité de calle Amenthy, en Lo Prado, escucharon de un vecino que pasaba frente al portón, el 25 de abril.

Ernest Junior Jean Pierre (20) se quedó perplejo. No entendía cómo, de un minuto para otro, toda la atención del barrio se centraba en su hogar, con miradas, rumores e incluso agresividad. “Es catastrófico vivir esta pandemia aquí. Las cosas por las que estoy pasando no pasarían en mi país, porque allá tendría el apoyo de mi familia”, dice Jean Pierre.

No era la primera vez que Junior -como lo apodan sus amigos- se sentía discriminado. Le ocurría seguido en el transporte público. Se había percatado que, en el último tiempo, ya no se trataba solo de gritos racistas. Hacía un mes, saliendo de Estación Central, había visto a un hombre empujando a una joven. Cuando salió a defenderla, le escupieron en la cara. “A los argentinos, peruanos y bolivianos no los tratan como a nosotros. Siempre nos han discriminado por el color de nuestra piel, desde que tengo memoria”, cuenta.

A diferencia de la mayoría de sus compatriotas, Junior no se vino desde Haití en busca de oportunidades. Según la describe, tenía una vida “perfecta” en Puerto Príncipe: vivía junto a una tía y a su hermano menor, de 13 años, y cursaba primero medio en un colegio de la ciudad. Pero su madre, Estelle Millord, había llegado en 2016 a Chile, donde trabajaba sin contrato en un motel. Vivía junto a su pareja en el cité de calle Amenthy. Ahí arrendaba una pieza “doble”, que en rigor eran dos habitaciones de dos metros por 130 cm. cada una, por un total de $ 220 mil. Se sentía privilegiada -dice hoy-, pues de las 20 piezas que había en la casa, ocupaba una de las pocas que tenía un baño privado. Aun así, no ganaba lo suficiente, por lo que le pidió a su hijo mayor que viniera a ayudarla.

Sin saber una palabra de español, Junior llegó a Santiago el 29 de julio de 2017, pero para conseguir trabajo más rápido, se fue de inmediato a Valdivia, donde comenzó a trabajar en una fábrica de quesos. Ganaba $ 300 mil mensuales trabajando desde las seis de la mañana hasta las 10 de la noche, ya que, además, ayudaba como asesor del hogar a la familia dueña de la fábrica. Cansado del ritmo laboral, regresó a la capital para trabajar como empaquetador y auxiliar de aseo en la Municipalidad de Lo Prado. Al llegar de vuelta a la habitación de su madre, el dueño del cité había aumentado en 24 las piezas que arrendaba y ya se veía gente viviendo de a tres en una misma habitación.

“En Haití al menos tenía una casa con habitaciones para mis hijos. La gente se aprovecha de los extranjeros, sobre todo en el tema de la vivienda. Aquí han dividido piezas grandes solo para sacar más plata”, cuenta Estelle, mamá de Junior.

Asintomáticos

El coronavirus llegó al cité a mediados de abril.Las primeras sospechas recayeron sobre un chileno del segundo piso. Los residentes no sabían mucho de él, vivía solo, pero tenía una familia afuera y era amigo del dueño, quien le arrendaba gratis la habitación. Al hombre le costaba caminar, tosía por las noches y le faltaba el aire. Desde un principio, Junior y los demás le ofrecieron ayuda; con guantes y mascarillas salían a comprarle comida o lo que les pidiera. Eso, hasta el miércoles 23 de abril, cuando comenzó a toser sin parar y la comunidad decidió llamar a una ambulancia. Esta nunca llegó y sus familiares tuvieron que pasar a recogerlo para llevarlo al hospital.

Un día después, la Seremi y la Municipalidad de Lo Prado se enteraron del brote y enviaron personal sanitario a aplicar exámenes de PCR. De las 24 personas que había en el lugar, 22 dieron positivo. Todos eran asintomáticos.

Las condiciones de la vivienda habían hecho imposible contener el contagio. Aunque por fuera parece una casa de madera común y corriente, por dentro es una especie de garage lleno de ampliaciones, con 24 habitaciones en las que convivían hasta 38 personas entre chilenos, dominicanos, haitianos y peruanos. Afortunadamente, la semana del brote había menos residentes; muchos se habían ido por miedo a infectarse o a ser deportados, pues tenían sus visas vencidas. «Hay personas que arriendan una semana, después se van, otros que se quedan solo por 15 días. Pasa mucha gente por ahí», cuenta Marcela Cárdenas, vecina que vive al frente del cité.

La peor parte del hacinamiento, dicen en la comunidad, son los baños. Solo hay dos en toda la casa: uno en el primer piso y el otro en el segundo, con tres inodoros en cada uno. Sin embargo, cuatro están malos, por lo que solo dos funcionan. Aparte de esto, hay un desagüe que se escapa por el pasillo.

María Angelina (53), una dominicana que vivió durante un año en el cité, prefería ir a bañarse a la casa de una amiga en Lo Espejo, pero reconoce que podía pasar semanas sin hacerlo. Sus recuerdos del lugar aún están frescos: “Es una caja de fósforos con habitacioncitas donde tú no puedes ni moverte (…). Yo no vivo así en mi país, y no voy a vivir como un perro ahora. Por eso me fui, eso ahí es horrible”.

El martes 28 comenzó la intervención. La Seremi ingresó para explicarles que los contagiados debían trasladarse a una residencia sanitaria para pasar su cuarentena. Junior -quien dio positivo sin ningún síntoma- no quería. “Parecía como que fuera a haber una guerra, muchos policías, mucha gente afuera. No sabíamos qué estaba pasando y ahí se comenzaron a juntar los vecinos a grabar”, asegura.

Al principio, solo cuatro accedieron a trasladarse a una residencia en Estación Central. No entendían por qué había que irse si nadie se sentía enfermo. Al día siguiente, el miércoles 29, la Seremi llevó a un funcionario haitiano que haría de traductor para lograr convencerlos de que lo mejor era aislarse. Estuvieron conversando desde las 12.30 hasta las 17 horas.

-Esta no es una decisión de por vida, es algo pasajero para que puedan sanarse -decía una doctora del equipo sanitario.

-Pero cuando vuelva para acá no sé si van a estar nuestras cosas.

-¿No hay posibilidad de dejar cerrada su pieza con llave?

-Puede llegar el dueño y sacarlas…

Por esto, uno de los acuerdos fue cambiar la chapa del portón y entregar nuevas llaves, para que nadie más pudiera entrar. Sin embargo, la desconfianza también existía puertas adentro. “Un día antes de que ocurriera todo esto, nos robaron adentro, una bicicleta, lavadora y otras cosas. Aún no sabemos quién fue”, dice Junior, quien después de pensarlo decidió irse ese martes a la residencia. Al otro día, otras 16 personas fueron trasladadas, entre ellas su madre.

Construir confianzas

Si bien este es el primer brote dentro de un cité en Lo Prado, al alcalde le preocupa, pues en el sector existen casi 30 comunidades similares en las que podría repetirse esta situación. Hasta hace unos días, la comuna tenía 48 casos activos, con una tasa de incidencia actual de 46 positivos por cada 100 mil habitantes; sin embargo, el último informe epidemiológico indica que la tasa de incidencia actual subió a 91 casos por cada 100 mil habitantes y que hay 95 infectados activos. “Casos como estos son los que se transforman en un foco de contagio”, advirtió el alcalde Maximiliano Ríos este miércoles, mientras se efectuaba el operativo sanitario.

No se trata de un caso aislado. En Estación Central, en un galpón ubicado en calle Obispo Umaña, ocho de los 70 residentes contrajeron el virus; en la Villa Parinacota de Quilicura, quizás el foco más complejo, había 33 infectados en una comunidad de 250 personas.

“Aquí la gente del entorno del barrio se enteró de que había personas contaminadas y les tiraron piedras durante toda la noche, los amenazaron con que los iban a incendiar, con que los iban a matar”, señaló el intendente de Santiago, Felipe Guevara, frente al episodio.

Jean Peterson Elien (30) fue uno de los haitianos trasladados desde allí. Hace seis años que vive en Chile junto a su señora y su hija de un año, trabajando en una construcción en Las Condes, donde le pagaban los $ 25 mil diarios con los que costeaba dos piezas del cité con baño privado. Dice nunca antes haberse sentido más discriminado que el día de la evacuación. Aquel doloroso episodio no terminó ahí: «Unos vecinos haitianos nos contaron que entraron a robar a nuestra casa. Me dijeron que mi pieza estaba abierta y que se llevaron mi televisor y un tanque de gas”.

El robo ocurrió la misma noche que habían partido a la residencia y afectó a varios vecinos. “Ahora trato de olvidarlo, porque estoy aquí en la cuarentena y no puedo hacer nada. No tengo plata para comprar de nuevo lo que perdí, así que estamos viendo con los demás qué podemos hacer para que se solucione todo esto”, agrega Elien.

Para el director nacional del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), José Tomás Vicuña, será necesario un acompañamiento posterior a las personas que se están trasladando a residencias sanitarias, pero también, asumir que las diferencias culturales son mutuas y construir confianzas.

“En el cité de Quilicura las personas tenían muchas dudas que nadie se las había explicado. Sólo les habían dicho que tenían que salir. Hay que generar condiciones para el diálogo y no sólo obediencia de órdenes. Estas últimas no bastan”.

Pero esto no solo ocurre en espacios donde residen migrantes. Ahora, la pandemia está llegando a las comunas con mayor densidad poblacional y ese ha sido el foco para establecer cuarentenas en San Ramón, Independencia, La Pintana y Estación Central. Según el último informe epidemiológico, en esta última comuna hay 177 casos activos de Covid-19, con una tasa de incidencia actual de 85,6 casos por 100 mil habitantes. Pero el dato que llama la atención es que dos tercios de estos contagios han ocurrido en viviendas comunitarias de dos pisos, y otro tercio, en edificios de más de cuatro pisos. Otro ejemplo es el de La Pintana, que muestra una tasa actual de 67,6, con 126 casos activos. Su alcaldesa, Claudia Pizarro, alertó que el 14% de las viviendas están hacinadas. Extraoficialmente, desde el municipio indican que el sector de Villa Nacimiento sería el más crítico. “Acá hay casas donde viven 15 personas, eso es lo más preocupante”, dice Constanza Martínez, presidenta de la junta de vecinos del lugar. “Son pocas las casas con menos de cuatro personas. Hay adultos mayores que están solos; me preocupa no poder ayudarlos”.

Mientras todo esto ocurre, Junior y su madre cumplen su cuarentena en la residencia sanitaria de Estación Central. Él comparte pieza con una joven peruana que también vive en el cité de Lo Prado, y Estelle junto a su pareja. A la madre de Junior le preocupa su situación económica. Ni su hijo ni su pareja están trabajando, y ella espera preocupada a que se acabe el aislamiento para volver a su trabajo como auxiliar de aseo en un edificio de Av. Presidente Balmaceda.

Junior, en tanto, pasa el tiempo haciendo sus guías del Complejo Educacional Pedro Prado, en el sector de San Pablo, donde está cursando segundo medio. Le gustaría estudiar algo relacionado con construcción, para así ahorrar para cambiarse de casa y traer a su hermano menor de 13 años. Dice tener vistos algunos lugares en La Cisterna, una comuna que le gusta, porque, a su juicio, no hay mucha gente.

“Las casas se ven cómodas. Ahí junto a mi mamá en un edificio o algo más personal estaría bien”, sostiene.