Por Sergio Vera, Magister y Doctor en Ciencias COPPE – UFRJ, OPM Harvard Business School
El Producto Interno Bruto (PIB) es el indicador macroeconómico más usado para representar el valor monetario de la producción de bienes y servicios de la demanda final de un país, esto es, el valor de todas las ventas en un período determinado. Se emplea para medir la riqueza de los países y los avances de su economía. El crecimiento o disminución del PIB es una referencia de éxito o fracaso de la política económica de un Gobierno, centrando las expectativas del bienestar y desarrollo en el crecimiento del intercambio comercial, una resultante del trabajo remunerado.
Esta relación entre trabajo y riqueza es fundamental. Constituye la base de la economía social de mercado, que mediante la división del trabajo multiplica las capacidades de quienes reciben salarios a cambio de su aporte en procesos que crean valor para lograr la riqueza. Desde sus inicios (Adam Smith, La Riqueza de las Naciones, 1776) consideró la necesidad de un mercado eficiente no solo en el intercambio comercial, sino también en el trabajo y sus salarios. Tanto el éxito como el fracaso deberían ser representados de igual manera en los empleados y empleadores, obligando al Estado a intervenir para corregir cualquier distorsión que cree ineficiencias (Adam Smith, Teoría de los Sentimientos Morales, 1756).
En este análisis veremos qué correspondencia ha existido en la práctica entre la generación de riqueza, medida a través del PIB per cápita o PIB por habitante de un país, y la variación de los salarios, medida a través del Salario Medio como un valor promedio de las remuneraciones pagadas a través de empleos formales. Previamente, convengamos que parte fundamental de toda política económica es lograr que los beneficios del crecimiento alcancen a todos sus habitantes, de la manera más uniforme y justa posible.
Ahora bien, ¿qué pasó en Chile en igual período? Nuestro PIB per cápita se incrementó 189,6%, pero el Salario Medio subió solo en 72,2%. Lamentablemente, esto evidencia que solamente en estos 20 años se generó una diferencia de 117,4% a favor del incremento de la riqueza y en contra de los salarios.
Es evidente que la lógica de una economía social de mercado se cumple en países que han logrado su desarrollo y, obviamente, no ocurre en países como el nuestro, donde sus gobiernos no han sido capaces de implementar políticas para distribuir de manera justa la riqueza que ha sido fruto del trabajo de todos chilenos: los números no mienten, demasiado abuso.