Por Marco Moreno, Decano Facultad de Ciencia Política y Administración Pública, Universidad Central de Chile
De las varias lecturas e interpretaciones acerca de lo ocurrido el 25-O, la referida el fin del pacto político inaugurado en 1988 resulta clave para entender el significado del plebiscito más allá de los resultados.
aís durante dos décadas. Se llegó a hablar del «modelo chileno». Lo anterior no era poca cosa en una región nada habituada a periodos sostenidos de estabilidad. Sin embargo, esto no quita que se haya registrado una acumulación de factores negativos, no procesados ni menos resueltos debidamente por la matriz política e institucional, que lleva a establecer un balance insatisfactorio, especialmente en los últimos 10 años de vigencia del paradigma de gobernabilidad.
De este modo, el mito de nuestra transición exitosa y la derrota de los fantasmas de una regresión autoritaria a través de la estabilización y protección de las instituciones, comenzó a mostrar los primeros signos de una crisis larvada hacia fines de los 90. Desde entonces se han venido erosionando y socavando los pilares sobre los cuales se asentaron dichos supuestos, constituyéndose en una amenaza a la sustentabilidad de nuestra democracia.
En los hechos el triunfo de la opción Apruebo pone fin al pacto político de la transición e inaugura un nuevo acuerdo político que deberá hacerse cargo de la actual crisis, pero sobre todo de un conjunto de problemas complejos derivados de los actuales niveles de exclusión, desigualdad y de la demanda ciudadana por avanzar hacia un Estado social de derechos que corrija las distorsiones y, especialmente, las asimetrías de poder que han persistido en Chile desde 1990.
Lo anterior será encauzado a través del actual proceso constituyente en marcha. Eso decidieron los chilenos este domingo 25 de octubre. Ciertamente, este no estará exento de tensiones y dificultades en un periodo de interregno político, en donde lo viejo no muere y lo nuevo no termina de nacer.
Queda aún una cuestión pendiente. La magnitud de los problemas que debemos afrontar exigirá dejar a un lado la dimensión competitiva de la política y fortalecer su dimensión cooperativa. Este desafío requiere necesariamente del recambio de los actuales liderazgos, que parecen más cómodos administrando el descontento que gestionando el poder. El ciclo electoral intenso del próximo año –con varias elecciones en 2021– será la oportunidad de los ciudadanos para remplazar, ahora también, al elenco que habilitó el consenso que hizo posible el modelo de gobernabilidad agotado y que lo han administrado desde el Gobierno y la oposición en los últimos 30 años.