El cantautor entendió primero que casi todos que la música chilena debía estar dotada de buenos textos y hablar de personajes situados en los márgenes para hacerse universal. “Fue nuestro John Lennon”, dicen en torno al legado del hombre fallecido ayer, y que quería seguir de fiesta hasta la muerte.
No sólo de trata del golpe que significa decir hasta siempre a un amigo, a un compañero de generación y a una figura esencial de la cultura chilena. Para muchos de sus coetáneos, la muerte de Patricio Manns ayer a los 84 años en Reñaca -como consecuencia de una falla multisistémica- simboliza la alerta de la paulatina desaparición de quienes dieron vida desde mediados de los años 60 a la Nueva Canción Chilena, el movimiento musical más universal nacido en el país, médula y eslabón de casi la mayoría de las variantes del cancionero nacional que surgieron después.
“Yo siento que me estoy quedando sola. Porque ya no están Víctor Jara, ni Rolando Alarcón, ni mi hermano, todos los que estábamos en ese proyecto que después trascendió tanto. Es un mundo que se está perdiendo. Así es el paso del tiempo”, admite Isabel Parra, quien junto a su hermano Ángel administraba La Peña de los Parra, el lugar donde Manns se hizo célebre. “Yo siento que se va cerrando aquella puerta grande y sonora, de estridencia mundial, como fue la Nueva Canción Chilena”, reconoce por su parte Horacio Salinas, de Inti-Illimani.
Un lamento colectivo sintetizado en el deceso de un creador que precisamente ayudó a darle una narrativa única a ese grupo de artistas: aportó las letras bien cuidadas y la mirada aguda en torno a inspiraciones que nunca antes habían tenido espacio en la música local, sin jamás negar de la masividad. Manns quería que la cultura nacional hablara otro léxico, alcanzara otros contenidos, pero siempre amplificada por los medios de comunicación que por esos días revolucionaban el planeta. Violeta Parra había empezado a indicar esa dirección, pero Manns tenía la brújula para entender el camino completo.
“Hay que situarse en esa época: cuando por ejemplo salió Arriba en la cordillera, no había nada semejante. Habían puras cancioncillas menores que hablaban de la vida en el campo o ese tipo de cosas. Pero eran menores, ningún valor evocativo o histórico, eran demasiado simples”, califica Eduardo Carrasco, de Quilapayún, al sopesar la contribución de Manns.
¿Puede que su aporte creativo haya tenido relación con su labor como periodista? Nacido el 3 de agosto de 1937 en Nacimiento, con un padre pianista de jazz y una madre concertista en piano, la música era sólo una más de sus alternativas a futuro. De hecho, a los 17 años se casó, tuvo un hijo y empezó a trabajar en las minas de carbón de Lota. Dos años después, mientras residía en Concepción, compuso su primera canción, Bandido, la que fue interpretada por el grupo folclórico Los Andinos.
Aunque recién era fines de los 50 y su nombre aún estaba lejos del radar popular, su debut en la autoría ya anunciaba su huella posterior: el tema trataba de un forajido que escapa rumbo a la sierra y que a cada minuto temía por los rifles que lo acechaban en el camino. O sea, Manns no sólo empezó a entender que la música debía dotarse de relatos ágiles y elaborados; esas mismas historias tenían que hallarse en los márgenes, en figuras que rompían la hegemonía de la zona central, en universos que efectivamente eran más interesantes porque hasta ese entonces habían permanecido relegados.
El destacado musicólogo Juan Pablo González acota: “El foco de su canción se va hacia los márgenes de Chile, hacia el sur o el norte, aparecen con él otros sujetos. El centro es bastante más benigno para la vida, por lo que él busca figuras con mayor atractivo desde el punto de vista dramático. Y obvio que esas figuras no están a la vista. Si alguien que no tiene idea de Manns me pregunta por su legado, yo le digo que él era nuestro John Lennon: por su rebeldía y su figura solitaria, pero que igual siempre buscaba el éxito”.
Quizás Manns empieza a depurar su mirada cuando despega como periodista del área policial a principios de los 60 -aunque ya había publicado un poema a los 14 años en el diario El Colono de Traiguén- y lo hace primero en la radio Simón Bolívar de Lota y después en el canal 9 de la Universidad de Chile. Ahí conoce al compositor y arreglador Luis “Chino” Urquidi, quien lo acerca al movimiento del Neofolklore, integrado por emblemas como Los Cuatro Cuartos, Willy Bascuñán y Pedro Messone. Pero él nunca se sintió parte de ese colectivo: sus letras no le parecían con suficiente espesor.
Hacia 1965 empezó a trabar amistad con Ángel Parra, quien lo invita a La Peña de los Parra. Manns realiza shows de manera frecuente, aunque con un repertorio todavía modesto y poco familiar para el gran público. Pero la constancia le sirve para conocer a Camilo Fernández, el productor más influyente de la época, quien le propone grabar una canción en conjunto.
Al otro día, el músico llega hasta las oficinas de la disquera, pero el ejecutivo considera que su catálogo no es suficiente. Según ha contado el propio Manns, quizás ayudado por su oficio de cronista, pidió una noche para traerle una nueva composición y en apenas un par de horas escribió Arriba en la cordillera: se trataba de una vieja anécdota que él había vivido años antes, cuando, luego de un par de actividades poco santas desarrolladas con unos primos, debió esconderse de la policía en el interior de Los Ángeles, adentrándose en un sector cordillerano aledaño al volcán Antuco. Ahí convivió con unos arrieros que robaban ganado del lado argentino, inspiración que sirvió de base para lo que se transformaría en su mayor himno.
De hecho, fue un éxito instantáneo que planteaba conflictos hasta entonces inéditos en la canción local -la sobrevivencia, la lucha con el sistema, la incertidumbre-, y que sonó en radios y catapultó a su autor como artista pop, apareciendo incluso en revistas juveniles como Ritmo o Musiquero. Las mismas donde Manns, de forma paralela, escribía manifiestos y editoriales pidiendo mejor contenido en la música del país o -adelantándose décadas- criticando la parrilla del Festival de Viña.
Jorge Coulon, de Inti-Illimani, comenta: “Fue un vanguardista también en lo musical, a pesar de que era un artista totalmente instintivo. En la complejidad de las armonías que usaba se ve su afición al bolero o al jazz”.
El derrotero de Manns siguió después con numerosos éxitos, como América, novia mía o El cautivo de Til Til, o álbumes como el conceptual El sueño americano (1967) o el rotundo Patricio Manns (1971), donde venían La exiliada del sur y la evocativa Valdivia en la niebla. Y a la par no sólo despachaba editoriales; también empezaba la faena de escritor que mantuvo hasta su adultez, debutando en 1967 con la novela La noche sobre el rastro. Su apetito en las letras siempre fue amplio: su libro de cabecera y referente era Ulises, de James Joyce, mientras que desde chico escuchó El Conde de Montecristo cuando su padre se lo leía antes de dormir. Aunque al minuto de definir su paso por el periodismo, se encogía de hombros y el asunto le parecía sencillo: “Era re fácil: te hacían una prueba de redacción y, si escribías bien, para adentro”.
Tras el golpe militar de 1973, estuvo casi un año en Cuba y a fines de 1974 llegó hasta Francia, inaugurando una segunda etapa en su vida y en su carrera. Sus composiciones empezaron a girar en torno a la nostalgia por la tierra que se dejó y en torno al amor por las mujeres que marcarían su destierro. Tras una ruptura amorosa en los años 70 y luego de caer en una profunda depresión, fue rescatado primero por Inti-Illimani, quienes lo invitaron a Roma a grabar el álbum Canción para matar una culebra (1979), aportando con los clásicos Vuelvo y Samba landó.
Pero un día de ese mismo 1979, cuando volvió desde Roma a París, vino el salvataje definitivo. El flechazo decisivo. “Una tarde de septiembre de 1979 totalmente inesperada en París, conocí a Alejandra Lastra y toda mi vida cambió”: ese día conoció a la psicóloga argentina que se convertiría en la mujer de su vida, con quien se vino de regreso a Chile en 1990 y quien funcionó como su mánager hasta su muerte, el año pasado, a causa de un cáncer de colon. A ella le dedicó Balada de los amantes del camino de Tavernay.
Pero Manns no olvidaba su costado político. Según cuenta Eduardo Carrasco, sus inclinaciones ideológicas se fueron haciendo cada vez más elocuentes: “En un momento hubo un cierto alejamiento, porque él era mirista y nosotros éramos comunistas, más de la vía pacífica. Había un desacuerdo político, pero que en ningún caso terminó con la amistad, el respeto y el cariño que nos teníamos”.
En 1982, junto a Inti-Illimani, grabó el himno del Frente patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), en los estudios Forum Music Village, propiedad del compositor italiano Ennio Morricone. Mucho tiempo después, en 2020, el mismo cantautor sorprendió al revelar en el programa Mentiras verdaderas que había cooperado con el atentado de Augusto Pinochet de 1986. “Se reunieron en mi casa en Francia algunos comandantes del FPMR y allí cada uno aportó algunas ideas para ver como darle el bajo a este gallo. Yo era vocero del FPMR en Europa”.
De regreso a Chile en los 90, realizó giras nacionales e hizo memorables conciertos en el teatro Teletón y el actual estadio Víctor Jara. Se fue a vivir a Concón, fortaleció su trabajo con los Inti, así como también editó canciones que llevaban el pulso de la contingencia, retratando desde el conflicto mapuche hasta el caso Pascua Lama, o incluso el estallido social, como en el reciente tema La calle.
Ya veterano, destapó en algunas publicaciones detalles menos conocidos de su vida. Por ejemplo, en 2014 dijo a revista Paula que había tenido 16 hijos -aunque cercanos dicen que esa cifra no es tal- y que dos de ellos habían fallecido; uno, según contó, asesinado en la Base Naval de Talcahuano. El 3 de agosto pasado, sólo días antes de que lo internaran, celebró su cumpleaños con un pequeño grupo de personas, entre quienes estaban una de sus hijas, Liselotte -encargada de cuidarlo en el último tiempo-, y los hermanos Coulon de Inti-Illimani. “Vaya que agradezco ese momento”, expresa ahora Jorge Coulon.
Casi fue una forma no buscada de despedirse de sus más cercanos. O más bien, un momento en sincronía con su propia vida, tal como se autodefinió en esa entrevista con Paula: “Soy un gallo práctico: si hay que ser fuerte, soy fuerte. Si hay que salvar a alguien, me tiro de cabeza. Si hay que cantar, canto, porque si no saco lo que tengo acá dentro, me convierto en una bola y salgo para arriba, lleno de música. Soy partidario de que hay que hacer fiesta hasta morir”.
Fuente: El Mostrador