Aylwin, los estudiantes y el respeto al otro

Por Patricia Politzer/Periodista

Serán los jóvenes los que seguirán reinterpretando la historia y el legado del Presidente Patricio Aylwin. Tanto aquellos que participaron del funeral como quienes lo siguieron por televisión, aquellos que no se interesaron y, por cierto, los que manifestando su visión crítica se negaron a postergar la marcha por la educación, ignorando los tres días de duelo nacional.

La historia se vive, se recuerda pero, sobre todo, se analiza, interpreta y reinterpreta una y otra vez con la distancia que va dando el tiempo. Así ocurrió durante el funeral del Estado que mereció el Presidente Patricio Aylwin.

Fueron tres días de nostalgia, memoria y debate político en torno a su figura y a las peculiaridades de nuestra transición a la democracia. Da para seguir reflexionando.

La “justicia en la medida de lo posible” se repitió hasta el cansancio. Mientras unos la revalorizaron a la luz de las dificultades de aquellos años, otros mantuvieron la crítica reafirmando una claudicación innecesaria de la ética y un frenazo a la movilización social que había permitido el fin de la dictadura.

Los militares conservaban una cuota relevante de poder durante los primeros años de la transición. Pinochet no solo seguía a la cabeza del Ejército sino que mantenía el apoyo de una derecha que –gracias al sistema binominal y los senadores designados– prácticamente cogobernaba.

Durante su gobierno, miles de chilenos pudieron superar la miseria. Pero, al entregar el mando, se preocupó de subrayar que aún quedaba mucho por hacer en materia de equidad.

Sin embargo, es legítimo preguntarse si “lo posible” pudo ser más.

Como buen jurista, y también como animal político que capta sin equívocos el terreno que pisa, Patricio Aylwin entendió que no podía deshacerse de Pinochet porque la Constitución se lo impedía. La misma Constitución reconocida para ganar el plebiscito del No y la elección que lo llevó a la Presidencia de la República.

Pero una cosa era aceptarlo como Comandante en Jefe del Ejército y, otra, reconocerlo como una figura válida y digna para sentarlo a la mesa como un comensal respetable. En esta perspectiva, cabe preguntarse si era necesario convidarlo a las cenas oficiales, dando una señal quizás errática de respeto a su figura y de la evaluación que se tenía de la dictadura.

Sin duda el debate seguirá profundizándose y surgirán nuevos antecedentes para esclarecer la historia. Por eso, es bueno conocer la frase completa: “La conciencia de la nación exige que se esclarezca la verdad, se haga justicia en la medida de lo posible –conciliando la virtud de la justicia con la virtud de la prudencia– y después venga la hora del perdón”.

Y en la búsqueda de la verdad, no solo creó la Comisión Rettig sino que envió un oficio a la Corte Suprema indicando a los jueces que la ley de amnistía dictada por Pinochet en 1978 no solamente no impedía investigar sino que solo debía aplicarse después de determinar los hechos e identificar a los culpables que serían beneficiados por dicho indulto.

A muchos –especialmente a los jóvenes– les parecerá poco. Pero a comienzos de los 90, eran también muchos los que justificaban las violaciones a los derechos humanos, no solo en las Fuerzas Armadas sino también en el Parlamento, donde senadores y diputados –algunos siguen en sus cargos– insistían en que la verdad y la justicia ponían en peligro la reconciliación entre los chilenos.

Es posible que muchos jóvenes hayan descubierto en estos días partes de la historia que desconocían. Quizás nunca antes oyeron hablar de Carlos Altamirano, el ex secretario general del Partido Socialista durante el gobierno del Presidente Salvador Allende, adversario acérrimo de Aylwin, quien sorprendió a todos con su presencia en la catedral.

A los 93 años, a pesar de la neumonitis que lo mantenía en cama, Altamirano decidió levantarse para homenajear al ex Presidente. Quizás no entiendan la relevancia y el simbolismo de esa guardia de honor formada por los máximos dirigentes del Partido Comunista, desde Guillermo Teillier hasta las jóvenes diputadas Karol Cariola y Camila Vallejo.

Serán los jóvenes los que seguirán reinterpretando la historia y el legado del Presidente Patricio Aylwin. Tanto aquellos que participaron del funeral como quienes lo siguieron por televisión, aquellos que no se interesaron y, por cierto, los que manifestando su visión crítica se negaron a postergar la marcha por la educación, ignorando los tres días de duelo nacional.

Afortunadamente, vivimos en democracia y los estudiantes pudieron marchar libremente. Tienen plena libertad para analizar la historia a su antojo, desde las visiones más conservadoras hasta las más radicalizadas, incluso desde perspectivas descabelladas. Tienen todo el derecho a enjuiciar la transición y también la carrera política de Aylwin en toda su amplitud. A criticarlo de la manera más ácida.

Sin embargo, cuesta entender que se hayan negado a postergar una marcha que pudo ser igual o más masiva unos días más tarde. En ese acto hay una dimensión que incomoda y perturba a muchos: la falta de sensibilidad de los nuevos dirigentes con el pueblo que buscan representar. Porque un porcentaje sustancial de ese pueblo estaba de duelo.

Es una lástima que los estudiantes no hayan sentido la necesidad de empatizar con este sentimiento. Cuidar y profundizar la democracia requiere de un respeto explícito y rotundo hacia el otro, especialmente al que es diferente, al que piensa distinto, al que se plantea como adversario.

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