La noción de obrero

María Fernanda Villegas A./ Directora de Proyectos, CETRA

A pocos días de haber conmemorado un nuevo 1 de mayo, que recuerda el triste pasaje de lucha y muerte de obreros norteamericanos para alcanzar una regulación más humana en la jornada de trabajo, leo que avanza en el Congreso una moción presentada allá por el 2011, referida a eliminar el concepto de “obrero” de la Ley 16.744 aspirando con ello a dar igualdad de trato para acceder a atención de salud laboral entre trabajadores chilenos. Valorables buenas intenciones, veremos sus resultados. Sin embargo, lo que me ocupa hoy no es dicha iniciativa, sino que a propósito de ella reflexionar sobre  la identidad de los trabajadores hoy  y la eventual correlación de las transformaciones en las prácticas sociales a partir de cambios que se introducen en la realidad jurídica.

La sociedad industrial trae como consecuencia el trabajo asalariado y con ello la noción de obrero para denotar a quienes prestaban su fuerza  física de trabajo a cambio de un salario y como una distinción respecto del esfuerzo intelectual (empleado). Esa diferenciación también abarcaría el lugar donde se desempeñaba el trabajo y traería como resultante una posición en la estructura social (la más baja) y diferencias en derechos laborales y sociales en los procesos de industrialización.

El mecanismo de organización social, también trajo la creciente constitución de la identidad proletaria. Los y las obreras eran reconocibles, identificables en sus condiciones de vida, lugares de residencia, en las condiciones en que se les empleaba. Las historias de las mujeres en el trabajo asalariado aparecen en este escenario, al igual que el trabajo infantil.

Así de esa identidad, la consciencia de estos trabajadores por un lado y la desesperanza por otro actuaba en sentidos contrarios pero con la misma fuerza pugnando por imponerse. Será el surgimiento del movimiento sindical, que en Chile alcanzará una estructura orgánica primera en 1909 con la Gran Federación Obrera de Chile- FOCH

Posteriormente, asalariados “empleados” con sus necesidades mínimas cubiertas y reconociendo un aparente alejamiento del eslabón más bajo de la sociedad (movilidad), fortalecerán la diferenciación en elementos como el vestuario, las viviendas y las prácticas sociales. Los administrativos, los llamados -aun hoy – mandos medios constituidos se auto percibirán aparentemente distintos. En Chile, el régimen militar uso también  esta realidad como una herramienta para normativamente distinguir a los trabajadores y sus formas de organización y derechos colectivos.

Desde ese tiempo el  concepto de trabajo y trabajador, el valor y la moral del trabajo, se transformó sustancialmente tanto por hechos generales como locales. Entre los primeros destaco la sustitución de la fuerza física por la irrupción de la tecnología en todos los campos, la globalización, la trashumancia y movimientos laborales migratorios ascendentes, la perdida estructural de puestos de trabajo en la sociedad del conocimiento y entre los segundos, subrayo  dos hechos: el que Chile no ha logrado superar significativamente en décadas su estructura productiva básicamente exportadora extractivista así como el sostenido incremento de la pobre calidad generación de puestos de trabajo (cuenta propia o de alta precariedad, flexibilidad y rotación como en el sector comercio y servicios financieros).

Los trabajadores chilenos siguen lejos de estar en posesión o influir en los medios de producción,  y más lejos de ser imprescindibles que ayer, recibiendo una retribución económica en su vida activa y pasiva que no alcanza para cubrir estándares de vida que impone el propio modelo de desarrollo que los origina y que tampoco da cuenta de la riqueza acumulada en el país.

Con una identidad diluida a partir de una escolarización estandarizada y del sueño de la movilidad social que portaba, así como del sistemático intento de huir de la discriminación y el estigma de ser obrero que se respira en una sociedad arribista como la nuestra. Se incrementan ciudades habitadas de personas menos organizadas  de “cuello blanco”, más oficinas, tiendas y bancos que fábricas. Más consumidores que ciudadanos, con el espejismo de libertad que otorgan las tarjetas de crédito en el bolsillo aún cuando en realidad se tenga menos poder e injerencia para alterar la realidad.

En este nuevo mundo laboral la conciencia necesaria para constituirse en actor político, económico y social relevante no existe o no la hemos encontrado y las elites sindicales, ancladas la mayor parte en lógicas en retirada y prácticas poco convincentes no hacen mucho al respecto.

Poco entendemos o hablamos acerca de la nueva naturaleza y estructura del trabajo hoy,  donde la superación jurídica del término “obrero” aunque persiga corregir una práctica lamentable y discriminadora, resulta más una constatación de lo que dejo de ser, que una iniciativa que permita dar cuenta de lo existente y los requerimientos en seguridad de los trabajadores.

Lo cierto, es que de cerca de 8.200.000 ocupados en el país (367.000 tiene la calidad de empleadores y 1.755.000 cuenta propia), la mencionada Ley 16.744, inscrita como soporte de nuestro sistema de Seguridad Social alcanzaba una cobertura promedio de 5.647 778 trabajadores según la Suceso para el año 2015. El resto, descontando empleadores, son un grupo poco identificable, los más sin cotizaciones, muchos bajo formas de trabajo que no alcanzan a incluirse en estadísticas o estudios. Simplemente trabajadores y trabajadoras que no se reconocen en la noción de obrero, empleado o asalariado pero, que venden su fuerza de trabajo de modos inéditos, donde la posibilidad de seguridad social, la construcción de identidad colectiva y de organización escapa de la normativa laboral, las lógicas sindicales o la conceptualización en uso.

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