Fuente: El Mostrador
El objetivo debe ser cómo plasmar una nueva Constitución donde los grandes conflictos sociales puedan ser abarcados desde el consenso de todas las miradas, lo que per se es muy complejo, y requiere de un esfuerzo intelectual de todos lados. No podemos vernos desde los buenos y los malos, sino como ciudadanos que pensamos y vemos el mundo de maneras distintas. Y, más que solo “pensar distinto”, reconocer que tenemos legítimos diferentes intereses concretos, respecto no solamente de la forma de distribuir el producto socialmente generado, sino también de la forma que adoptan las relaciones sociales, la existencia, contenido y prioridades de los indicadores utilizados (crecimiento, progreso, desarrollo, calidad de vida, pobreza, etc.). “Pensar distinto” enmascara o esconde, en un manto intelectual lógico, un tema concreto bastante más amplio.
La actual confrontación ciega no tiene sentido y es mejor dejar la guerrilla comunicacional que no gana adeptos, ya que a este nivel de división no hay ganadores y, dado que nadie convencerá a nadie, solo se alimenta la odiosidad.
Veamos entonces una forma que ordene un poco lo importante y que, respetando las ideas de cada uno, nos permita avanzar en una conversación positiva.
Para ello, van estos lineamientos o ideas centrales no alineadas con un sector, sino de contexto de la conversación constituyente:
1. Tanto partidarios y optimistas de la convención constitucional, como fatalistas que la rechazan, aceptan y tienen la convicción interna de que una nueva Constitución probablemente va sí o sí. Creo que se puede afirmar que difícilmente hay vuelta atrás en eso.
2. Cualquier persona sensata, y que crea en la república, condena la violencia cuando su único fin es destruir todo y no aportar. No usemos la dialéctica y aceptemos esto. No vale condenar una violencia y aceptar otras. Y en esto las violaciones de DDHH no son contribución alguna porque fuerzan el argumento al extremo, como tampoco romantizar la violencia contra quienes se ganan la vida en las zonas de sacrificio político.
3. Redactar una nueva Constitución es un acto complejo, que requiere de mucha discusión, estudio de temas, análisis, antecedentes para lograr una real comprensión y saber qué es lo que se está discutiendo y poder aportar para lograr acuerdos. Hay que tomar esta tarea muy en serio, me refiero a una seriedad republicana.
4. Mantener la discusión en la teoría del ¿caos?/negación y no avanzar hacia la discusión técnica, económica, filosófica, sociológica de los grandes temas, también es un acto de violencia, ya que precisamente no aporta a lo que todos creen va a pasar (la nueva Constitución) y solo parece buscar deslegitimar el proceso (lo que iría contra la idea de democracia). Impide, por lo tanto, avanzar hacia una discusión seria de los asuntos importantes.
5. El objetivo debe ser cómo plasmar una nueva Constitución donde los grandes conflictos sociales puedan ser abarcados desde el consenso de todas las miradas, lo que per se es muy complejo, y requiere de un esfuerzo intelectual de todos lados. No podemos vernos desde los buenos y los malos, sino como ciudadanos que pensamos y vemos el mundo de maneras distintas.
6. Y, más que solo “pensar distinto”, reconocer que tenemos legítimos diferentes intereses concretos, respecto no solamente de la forma de distribuir el producto socialmente generado, sino de la forma que adoptan las relaciones sociales, la existencia, contenido y prioridades de los indicadores utilizados (crecimiento, progreso, desarrollo, calidad de vida, pobreza, etc.). “Pensar distinto” enmascara o esconde en un manto intelectual lógico un tema concreto bastante más amplio.
7. No debe ser aceptable el estándar de discusión del actual Parlamento, donde muchos hablan sin estudiar realmente los temas. Se necesita un nivel moral superior en cada discusión, en términos de legítimo interés democrático y pro país de todos los sectores políticos. No comenzar a prepararse desde ya para construir ese camino, es una irresponsabilidad, sobre todo el que quiera ser parte en estas discusiones. Que un sector no se prepare abordando fundadamente los temas, es un daño para todos.
7. El primer deber de quienes pretendan participar en la Convención Constituyente es que su motivación sea aportar al país y no un interés personal mezquino. Los candidatos deben tener merecimientos y asumir la tarea con un nivel de conciencia ciudadana superior. Quien no tome seriamente el presentarse como posible constituyente hace un daño a la democracia. Ya sabemos mucho de eso en nuestro país.
8. Que la política profesional se olvide de ganar por ganar, presentando gente que no entiende lo que está en juego, ni califica moral ni ciudadanamente (y no hablo aquí de méritos académicos o de clase, sino del uso por ejemplo de “rostros” sin contenido político o social). Hay que dejar la pelea chica fuera de esto. No es tiempo de darse gustitos.
9. No es posible pensar en avanzar en este camino sin considerar al principal actor de este momento, histórico, llamémosle movimiento social o de otra manera. Para esto es necesario que ellos no se autoexcluyan (y menos ser excluidos). Pero esto no es posible sin alguna clase de organización o representación, sin lo cual sus ideas quedan vacías de contenido y son imposibles de representar en su multiplicidad.
10. Independiente de la importancia de este proceso, el objetivo concreto y urgente de las demandas sociales persistirá y no se me ocurre cómo congenian ambos procesos. Se necesita una sabiduría y generosidad hoy ausentes para lograrlo.