Más política, no menos

Por Héctor Soto

No solo el turismo, la gastronomía, los bares y las discos están entre los grandes damnificados de la pandemia. También lo está la política, no obstante que todavía quedan muchos parlamentarios que no se han dado cuenta. Viven en otro mundo. Desterrados de la agenda informativa, exasperados porque en las últimas semanas la gente no habla de otra cosa que del virus y disconformes con el protagonismo que ahora tienen las autoridades de salud, sienten no tener más opciones que echarle pelos a la sopa -cuestionando las cifras, exigiendo cuarentenas, interponiendo recursos, levantando sospechas- y amenazar en voz no tan baja con el reinicio de las revueltas, esta vez mucho más bravas que las de octubre, para cuando termine la crisis.

Al margen de las mascarillas circunstanciales y de rigor en estos días, como lo señaló el expresidente Lagos, la oposición no ha logrado ponerse a la altura de la emergencia. Sin ningún tipo de liderazgo y con una dramática falta de propuestas, es poco lo que ha cambiado en el discurso y sus disonancias internas siguen siendo las mismas. Incluso, esa oposición se permitió, cuando la situación del país era especialmente incierta en términos sanitarios, protagonizar un papelón que le significó perder la mesa de la Cámara de Diputados.

¿Significa esto que la política no tiene mayor relevancia en los tiempos que estamos viviendo?

Aparentemente sí, puesto que el rating informativo del área cayó en picada. Pero, en realidad, es al revés, puesto que la política se ha vuelto tanto o más importante. Por mucho que la autoridad tecnocrática haya pasado a tener una relevancia que hacía muchos años no tenía -la voz del ministro Mañalich en lo suyo tiene incluso mayor peso que la de un Büchi o un Foxley cuando eran sin contrapeso los patrones de Hacienda-, en realidad la mirada política sigue haciendo falta. Y no porque Chile tenga por delante un calendario muy poco realista de jornadas electorales instaladas con precipitación, a tontas y a locas, incluso, sino, en lo básico, porque la gente está temerosa, desconfiada y confundida. Lo están diciendo todas las encuestas. Y eso no describe otra cosa que un enorme reto político.

La Moneda, que hasta aquí ha manejado con indiscutible solvencia y responsabilidad su estrategia para enfrentar la epidemia, no siempre lo tiene presente. Como quedó claro en su primera administración, siempre se supo que el Presidente Piñera era mucho mejor sorteando desafíos de gestión que desafíos políticos. Y la actual emergencia ha vuelto a confirmarlo. El gobierno, que estaba muy caído, ahora lo está haciendo bien. El problema es que sigue sin sintonizar del todo con el núcleo central de las preocupaciones y temores ciudadanos. Sigue desconectándose con facilidad, para correr con colores propios, como quedó de manifiesto, por ejemplo, la semana pasada con el prematuro llamado a la reincorporación de los funcionarios públicos. Sigue sin ofrecer un rostro amable y receptivo a la gente que está con miedo -miedo a contagiarse, a salir, a perder su empleo, a no tener cómo pagar sus deudas del mes- y que se atormenta pensando, no obstante todos los programas de apoyo que el gobierno ha dispuesto, en qué va a terminar todo esto. Sí, eso nadie lo sabe. Lo que sí se sabe es que el Presidente está trabajando como nunca y se está sobreexigiendo quizás más de lo que un sujeto intenso y obsesivo como él puede soportar. También es cierto que, aparte de unas cuentas salidas de madre del ministro, las autoridades de Salud no están improvisando.

Fantástico que sea así. Sin embargo, no va a ser por el solo desgaste del Presidente ni tampoco por esos fatídicos puntos diarios de prensa del Minsal sobre nuevos contagios y muertos -con una escenografía de matriz francamente norcoreana- que la ciudadanía disipará sus incertidumbres y recuperará la confianza. Está claro que falta un poco más de empatía. Las cifras, las métricas y la transparencia no tienen por qué estar reñidas con los testimonios de indulgencia, modestia y comprensión. Dada la oposición que tiene, es lógico que el gobierno muchas veces se sienta solo. Lo está, y es sano que lo reconozca. Debería, sin embargo, advertir también que hay un amplio sector de la ciudadanía que tiene una experiencia parecida. Y darse cuenta de que la política es precisamente el insumo con que debería romper ambas sensaciones de aislamiento.