Extraños los designios de la historia humana, el mundo conmemora este Dia Internacional de los Trabajadores bajo condiciones extraordinarias. Sumidos en la incertidumbre sanitaria, social, económica.
Pero Chile, es un mundo aparte. No es casual que el Consejo Directivo Nacional Ampliado de la CUT, resolviera por unanimidad convocar para el 30 de abril a una gran huelga Nacional , una movilización que nos trae a la memoria aquel 1 de mayo de 1886 donde se produjo la revuelta de Haymarket, Chicago donde obreros salieron a las calles buscando mejores condiciones de trabajo y que luego terminara convirtiéndose en una jornada reivindicativa de los derechos de las y los trabajadores en sentido amplio, en todo el mundo.
Antes, fueron las ocho horas laborales las que movilizaron a trabajadores en medio de la revolución Industrial , ahora, en pleno siglo XXI la acción reivindicativa obedece “al mal manejo de la pandemia que ha tenido el Gobierno y para enfrentar la ofensiva política de la derecha empresarial”
En efecto, la rebelión popular del 18 de octubre 2019 estuvo motivada por el agotamiento colectivo por los abusos, la avaricia, la mala distribución y la desigualdad que el modelo neoliberal y sus cancerberos políticos han dejado en el país. Sus expresiones son las pensiones miseras, las lista de esperas en el sistema de salud y los magros ingresos de los trabajadores. Las expectativas del pueblo en tener una nueva constitución que marcara los destinos de un país distinto, movilizó a millones de chilenos y chilenas a las urnas. Pero el triunfo que marcara un camino claro hacia las transformaciones estructurales se vio opacado, ralentizado por la aparición de la pandemia del COVID -19 provocando efectos socio económico globales disruptivos. Hablamos de 3 millones de fallecidos a nivel mundial, la mayor recesión que recordamos , colapsos en los sistemas sanitarios , desempleo, mayor concentración extrema de la riqueza , cierre de los sistemas educacionales, aumento en las desigualdades de género, de alfabetización digital, hambre y pobreza.
El país, a pesar de mostrar mayor solidez económica, capacidad de endeudamiento y robustez de lo público comparada con buena parte de los países de la región, sigue dando tumbos y manotazos de ahogado. Se han elegido estrategias erradas que no logran controlar el virus y que hacen recaer en las espaldas y los bolsillos de las y los trabajadores ya por más de un año los costos de las prolongadas cuarentenas y la inactividad. Así se ha metido mano para paliar los efectos económico sociales de la crisis a los Fondos del Seguro de cesantía y los Fondos de Pensiones y no al erario público. En la permanente búsqueda de acotar perdidas, hasta las licencias médicas se vieron reducidas de 14 a 11 días para los contactos estrechos en el proceso.
Las Medidas gubernamentales han estado marcadas por la obsesión del gobernante de focalizar las ayudas, por ralentizar los procesos de entrega, de negociar como si se tratara de asunto de negocios y definir procesos engorrosos para acceso los apoyos sociales , sin comprender que las condiciones de entrada del 90 % de la población eran o se han hecho precarias y la universalidad en las respuesta fueron y son una urgencia evidente.
La desesperación económica de buena parte de los trabajadores no les ha permitido sino la opción de salir a trabajar aún con los riesgos para la salud. Otros, bajo la condición de operar en rubros esenciales, han tenido que arriesgarse cotidianamente trasladándose en trasporte público, atendiendo usuarios o consumidores para garantizan los servicios básicos, la salud y la provisión de bienes a la ciudadanía. Como en la historia, la pandemia tampoco ha sido equitativa. Son los más marginados, las comunas más pobres donde los costos ha sido más dramáticos. Este último año la salud (incluida la salud mental) , la seguridad en el trabajo y los sistemas de protección social se han convertido en el mayor desafío de las naciones.
La ideología dominante se ha mostrado en toda su brutalidad en este escenario. No solo un Estado y un gobernante sordo y ciego ante la realidad, sino también un empresariado enajenado e indolente que justifica la existencia de un mercado laboral de mala calidad, asimétrico, de salarios bajos que quedo de manifiesto en las brutales declaraciones del presidente de la Sociedad Nacional de Agricultura, Ricardo Ariztía que señalo hace unos días que en el sector agrícola «falta gente que no llega a trabajar, porque reciben los bonos del Gobierno» o la preocupación manifestada por el presidente de la Cámara Chilena de la Construcción, Antonio Errázuriz, de que aprobarse el retiro del 10% sería una mala idea porque “nos crea una situación de cierta dificultad para atraer personal a empleos formales. Vamos a tener que mejorar los ingresos de los trabajadores» «la pandemia y las ayudas del Gobierno han dificultado contratar obreros a los precios habituales».
Que lejos estamos de ser un país desarrollado, que lejos estamos de alcanzar un mercado de trabajo decente. Por otra parte, el mundo del trabajo ya no volverá a ser igual , la pandemia aceleró los cambios en la digitalización de los procesos de trabajo que venían en desarrollo en un 84%, el trabajo remoto en un 83%, la automatización de tareas en un 50% según el informe de Future of Jobs Report 2020. Luego de superado este trance sanitario, la reconstrucción llevará años y será indispensable que la voz de las y los trabajadores esté presente y se escuche con fuerza, sino los costos seguirán unilateralmente de costo del trabajador.
La justicia laboral sigue en deuda con millones de trabajadoras y trabajadores. Con las mujeres y el desvalorizado trabajo de cuidado que subsidia las economías, con los trabajadores precarizados con contratos que no dan seguridad y ni protección. Por lo mismo y para transitar hacia un mundo laboral justo y socialmente sustentable la organización, lucha, un sindicalismo fuerte y autónomo, sigue siendo más necesario y urgente que nunca. Un sindicalismo político social que se exprese en una nueva CUT y en una Constitución que reconozca el derecho al trabajo decente y la seguridad social como derechos humanos.
Este 1 de mayo, honrando la historia, esta precedido de movilización y consistente con ella, la clase trabajadora del siglo XXI , empleadas, empleados, técnicos, artesanos, profesionales, obreros, resisten. El reto será convertir la resiliencia y la capacidad de aguante en organización, fuerza territorial y convicción para un alcanzar un país decente con trabajo justos para mujeres y hombres.