Abstenerse: ¿Actitud consciente de rechazo, pereza o apatía?

Muchos de nuestros lectores, trabajadoras y trabajadores la mayoría de ellos están en un problema, aunque habrá quienes más bien lo perciban como una disyuntiva menor. Hablo de quienes forman parte de los cerca de cinco millones de chilenos/as que por primera vez este domingo 28 de octubre se enfrentan al dilema de votar en un proceso electoral y de aquellos que habiendo sufragado con anterioridad se ven enfrentados a la posibilidad de no hacerlo pues ya no operará la amenaza de multa por incumplimiento. Hace muy poco una nueva ley electoral ha cambiado las reglas del juego de la democracia representativa.

 

Muchos se hicieron adultos-ciudadanos transitando los años 2000 en una democracia formal que no les impelió o motivo a inscribirse en el sistema electoral, con un sistema de partidos políticos pobre y un sistema binominal agotado sino derechamente deslegitimado socialmente.

Muchos de ustedes son jóvenes que trabajan part- time y estudian con mucha dificultad. Mujeres que se hicieron madres en la década pasada, muchas de ellas jefas de familia que perciben en su experiencia cotidiana que nadie les apoya y todo depende en sus vidas de actos individuales y del fruto del esfuerzo en su trabajo. Treintañeros que aprendieron con rigor que la única medida de movilidad social en el país que les toco es tener zapatillas de marca, prácticas como omitir la comuna de origen en los curriculum o conversaciones sociales, adquirir en incontables cuotas un auto y por cierto disponer de un celular último modelo sino de un i-pad y eso es solo posible juntando el sueldo base de cada mes a unos esquivos bonos por producción o venta y con una cuota de acumulación de horas extraordinarias.

Otros más entrados en años, degastados de esperar y con expectativas creadas a punta de catálogos de compra y de compararse con los ídolos televisivo y la gran distancia que les separa. Hay también, aunque menos luchadores de causas justas pero en desuso o invisibilizadas que despotrican contra el sistema mientras ven las noticias o revisan sus computadores y facebook, ya tarde, mientras consumen la única comida caliente del día para irse luego a dormir asegurando llegar al otro día en condiciones de producir.

En fin, todos ellos y ellas y otros más el domingo podrían votar…. y no lo harán. Los más optimistas dicen que 400.000 nuevos votantes se agregaran al padrón electoral activo.

De todos lo no votantes hay personas legítimamente convencidos que estamos en una crisis institucional y que el actual escenario político es incapacaz de generar por sus mecanismos soluciones a los problemas de la ciudadanía por lo que votar es un acto inútil.

Están aquellos de los que actuarán bajo el denominado “abstencionismo por satisfacción” que funciona tácitamente como un consenso o aceptación sobre las reglas del juego y el sistema político y no se molestan si todo sigue igual.

Otros muchos verán en ello una oportunidad de librarse de un lastre, de un molesto compromiso adquirido del que ya no se acuerdan ni el porque, de un trámite burocrático que hoy no tiene significado alguno. Será también una oportunidad de aprovechar de estar con la familia, hacer un clásico asadito dominical, conciliar vida laboral y familiar y de paso ahorrar la locomoción. Esta expresión social, no es propia de los chilenos de hoy ya era reconocida principios del siglo pasado donde J. Barthelemy hablaba del abstencionismo apático definiéndolo como “pereza, la ley del mínimo esfuerzo unida a la falsa convicción de la escasa importancia del voto individual y a la ignorancia de las fuertes consecuencias de la abstención”

Por su parte están los y las descontentos activos que verán una oportunidad de negar su voto a gente que se entiende complaciente o sirvientes de un modelo que perpetúa las desigualdades socio-económicas. Rechazan con este acto de rebeldía validar procesos que sirven a las corrientes o pactos cupulares mayoritarios que inhiben las opiniones diversas o las nuevas fuerzas. Quieren expresar la rabia, la desazón de gestiones mediocres o francamente corruptas.

El problema para todos los anteriores que todas estas expresiones de abstención electoral se confunden porque cuando usted no asiste a votar no hay registro del porque lo hizo, todo cae en el mismo saco, todo se confunde y por cierto es ignorado por los grupos de poder. Entonces permítannos compartirles nuestra primera reflexión, la ignorancia en que cae la abstención constituye un resultado que materialmente y políticamente hace esta acción improductiva.

Cada acto electoral tiene consecuencias concreta sobre su vida, la de su familia, la de sus padres o amigos -aunque no le parezca o no le guste-. Permítanos recordarle que las decisiones que otros tomaran tienen que ver con todos ellos. Sólo a modo de ejemplo, señalemos que cuando en cada municipio del país se deciden las inversiones o mejoramientos comunales se hace respecto de los haberes públicos que todos nosotros entregamos al Estado en cada adquisición de productos o servicios.

En efecto los municipios, tiene centralmente dos vías de financiamiento los impuestos y pagos directos al municipios por pagos de patentes diversas y las transferencias que el Estado central hace preferentemente a través de Sub secretaria de Gobierno Regional –SUBDERE-, el Ministerio de Salud a los consultorios municipales y el ministerio de Educación a los colegios municipales y subvencionados.

Entonces, ¿de verdad las decisiones del domingo no le tocan en nada?… Piénselo un segundo, ¿retiran la basura a tiempo en su domicilio?,¿ hay seguridad, luminarias suficientes? Sus hijos e hijas ¿Donde se vacunan, estudian o andan en bicicleta? .Alguien, aunque usted no lo note, está día a día decidiendo por usted.

El punto anterior pretende establecer la relación directa o indirecta que existe de los procesos electorales con nuestro lector, ello no significa que no estemos conscientes de los límites que tienen los mecanismos electorales como instrumento de la acción política. Por el contrario, seamos claros, nadie puede creer que sea el acto electoral del domingo u otra futura contienda electoral sea lo que resuelva el problema de la credibilidad en las instituciones política o el vacio abisal y la falta de sintonía que existe entre la clase política y la ciudadanía. No resolverá aquello y tampoco hará nada por generar una ciudadanía más consciente, organizada. Todo ello requiere de otros esfuerzos, de más tiempo, de más hechos. Sin embargo en una perspectiva operativa, pragmática y hasta valorica cada acto electoral nos puede permitir dar señales, enviar luces, pistas sobre lo que queremos, necesitamos y exigimos. No es lo mismo votar por una ciudadano/a que ha pasado parte de su vida intentando hacer algo por su comuna que por un/a individuo de pasado oscuro teñido de sangre, corrupción o indiferencia. No es lo mismo dar un sí a un personaje que se acerca más a la imagen de un patrón de fundo que a la un alcalde/s. No es lo mismo aportar por un recién conocido, joven que parte en la actividad política y que lo acompañan en la calle gente común y corriente con los que comparte creencia, opiniones y visiones de sociedad que aquel que tiene todo el poder del dinero expuesto en neón y grandes gigantografias por la comuna y que se acompaña en ferias y actos de un sequito de personas pagadas y sin convicción. Son señales visibles y necesarias, por ahora.

También hay que afirmar con claridad que siempre ha sido conveniente y cómodo para las elites que el tema del gobierno sea de pocos. Hasta 1874, votaban los hombres ricos exigiéndoseles la demostración de la renta para tener este derecho y hasta mediado del siglo XX las mujeres estaban impedidas de hacerlo bajo la lógica de que el hombre nos representaba en nuestros intereses. El interés por modificar los sistemas electorales para hacer el voto voluntario forma parte de la batería enarbolada en torno a la libertad generalmente por grupos conservadores en las sociedades actuales.

El voto voluntario siempre ha sido un aliado de los poderosos, tanto así que en la antigua Atenas, del siglo VI a. c., en las leyes de Solón, se consideraba que la abstención fomenta la tiranía. Sin ir más lejos Aristóteles indicó en uno de sus magistrales escritos: “Cómoda indiferencia de los pueblos que se contentan con que le den los problemas resueltos”.

Bajo esa lógica no es raro que la Ministra del Trabajo E. Matthei haya hecho recientes declaraciones relativas al día de elecciones poniendo el énfasis de sus dichos en que la obligatoriedad del empleador de entregarle al trabajador/a en turno laboral las dos horas de permiso para sufragar. Si asiste a votar o se aprovecha este tiempo para descansar, conversar con colegas no es su tema.

Este aspecto se emparenta con tema anterior es el debate sobre la pertinencia de los sindicatos en tener posiciones sobre política contingente. Aun se escucha y en forma bastante común que lo sindicatos no deben involucrarse en política y hay una actitud crítica frente a pronunciamiento políticos que vayan mas allá de lo directamente relativo al empleo directo. Se fomenta como aceptable una suerte de corporativismo donde los trabajadores solo se inmiscuyen en aquello que ocurre intra murallas de las empresas y se busca impedir que los y las trabajadoras se reconozcan en la sociedad como un poder con un rol de corte socio político. En la ignorancia muchos se olvidan que las leyes laborales, su aplicación y garantía son fruto de los acuerdos sociales de los grupos de interés representados en los sistemas políticos en un determinado contexto, representados en poderes del Estado que definimos, elegimos nosotros o aquellos que comprenden que pueden darse luchas en distintos escenarios, sin perder el horizonte y en forma simultánea aunque reconozcamos que nos movernos en aguas turbulentas y a veces turbias.

Entonces una pregunta al terminar ¿Este domingo, estas elecciones serán su tema o dejara que esto quede en la nebulosa y confusa abstención entre frustrados descontentos y apáticos flojos?

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J. BARTHELEMY. “Pour le vote obligatoire”, Revue du Droit Public et de la Science Politique. Tomo V. Libro I. París, 1923

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