La investigadora Kathya Araujo, doctora en Estudios Americanos, se ha instalado como una de las voces fundamentales para intentar comprender las complejidades de la vida social chilena. A cuatro años del estallido social en Chile del 18 de octubre de 2019, la académica del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago disecciona desde el terreno de las ciencias sociales las placas profundas de la sociedad del país sudamericano, altamente fragmentada. Es lo que hace en esta entrevista con EL PAÍS, que se desarrolla en una sede de su universidad en el municipio de Providencia, en la zona oriente de la capital chilena.
Pregunta. ¿Cómo describe la sociedad de Chile de octubre de 2023, a cuatro años del estallido?
Respuesta. Sin duda es una sociedad mucho más desencantada y mucho más cansada, también. Y como he publicado e intento siempre insistir: esto está vinculado a fuertes procesos de desapego –una desidentificación con los principios de la sociedad en general– y de una retracción hacia los mundos privados. No creo que haya grandes nuevos procesos, sino, más bien, la agudización de los que estaban en curso, porque no hemos encontrado maneras de elaborar los fundamentos de esos procesos.
P. ¿Qué ha pasado con la irritación?
R. Se han agudizado los grados de irritación que llegan a la vida ordinaria. Pero no se trata de grados de polarización política de la vida social, sino de grados de irritación muy alta. Uno lo ve en las peleas, en el aumento de las fricciones.
P. ¿Por qué dice que la sociedad chilena está más desencantada?
R. El desencanto se ha agudizado por una especie de statu quo en el que las personas sienten que tienen que luchar mucho por sus vidas individuales, pero que no hay una idea de futuro común, de mejora común. Y son procesos que, creo, están desacoplados a las oportunidades que el país tiene.
P. ¿En qué sentido?
R. Podríamos haberle dado mejores cursos a estos procesos que describo. Eran evitables. Un colega me decía hace unos días: “Yo nunca había escuchado que la gente se quisiera ir de Chile”. Y el otro día oí avances de investigación de otra colega que instalaba este asunto del quererse ir. Uno piensa que es una exageración, porque es un país que, sin duda, tiene muchas dificultades, pero que tiene una situación privilegiada en el contexto regional y, en algunos ámbitos, en el contexto internacional. Es decir, hay un desacople en eso.
P. ¿Cómo se lo explica?
R. Tiene que ver con que, en la comparación interna, salimos perdiendo muy gravemente: lo que internamente podríamos haber logrado hasta ahora –las propias metas que nos hemos dado, las promesas que llegaron a la sociedad– y no hemos conseguido. Me refiero a la manera que tendríamos que haber incluido a más población en mejores servicios sociales, los espacios públicos para generar vínculos sociales, la manera en que podríamos haber resuelto formas de protección de la población. Ante esta realidad, las soluciones terminan siendo mucho más individuales.
La investigadora Kathya Araujo, doctora en Estudios Americanos.
La investigadora Kathya Araujo, doctora en Estudios Americanos.
FERNANDA REQUENA
P. Describe una situación difícil.
R. Es que estamos en una situación difícil, pero, al mismo tiempo, tengo que decir que las personas –y lo veo en mis trabajos actuales– reclaman el bien común. En un contexto de un Chile detenido políticamente –con un bloqueo político brutal hace demasiado tiempo– y ralentizado en su crecimiento económico.
P. Parece haberse instalado que lo que sucedió en Chile en 2019 fue el resultado de la trampa de los países con ingresos medios.
R. No se saca nada –y ha sido un error en este tiempo- con el debate entre quienes apoyan la idea de que el 2019 se explica por la trampa de los ingresos medios (una fase de crecimiento que luego no se puede sostener y que frustra las expectativas creadas en la población) y los que no. Son tesis para otros países que lo que tuvieron fueron fórmulas de crecimiento con pactos sociales un poco más estables y sólidos que el nuestro. En Chile hubo mejoras en las condiciones de vida, pero se olvidó la necesidad de generar grados de convivencia y formas de vinculación a ciertas ideas comunes. Se olvidó la sociedad, aquí hubo un olvido de la sociedad.
P. En ese sentido, ¿qué fue octubre de 2019?
R. Representó a la sociedad regresando. En 2019 la sociedad regresó, se hizo ver y sentir.
P. De una forma muy violenta.
R. Pero, de nuevo: me parece un error jugar a que fue una cuestión básicamente de violencia delincuencial, como un exabrupto. Por supuesto que hoy para muchas personas fue eso también. Hubo mucha violencia y muchas personas perdieron cosas en ese momento. Hubo un costo económico y emocional. Es cierto. Pero no es el centro de lo que tenemos que sacar de ahí. Los hechos históricos son para sacar las enseñanzas que eso trae. Y lo que podemos decir de 2019 es que esa sociedad que se había olvidado –y que hoy sigue ahí– se hizo manifiesta. Nunca he justificado la violencia, por lo que puedo decir con tranquilidad que no se puede reducir el octubre de 2019 solo a la violencia.
P. ¿Entonces, qué más hay?
R. No hay que olvidar que octubre de 2019 no solo fue la gente en las calles. Las encuestas de opinión mostraban una altísima aprobación a lo que estaba pasando, tanto a las movilizaciones como a la tolerancia a la violencia. A cuatro años nos parece que era un grupito ideológicamente marcado, pero lo de 2019 era un apoyo que sobrepasaba la votación típica de la izquierda. Fue un momento en que la sociedad se manifestó, que dijo que se necesitaban cambios, que aprobó que la gente estuviera en la calle y que, además, se hicieran cosas con grados de fuerza importantes. Era el sentimiento de impotencia, de que la vida no cambia, frente a la que hay dos salidas.
P. ¿Cuáles?
R. Cuando una sociedad tiene sentimientos de impotencia, una salida es, básicamente, que ese cuerpo pierda toda capacidad de respuesta. Y la segunda: que en algún momento reaccione violentamente, porque no hay abiertos los canales de tramitación de las disputas y conflictos. Tenemos en Chile un sistema político que, como dice David Altman, no tiene caminos de tramitación intermedias. Pero reitero: entender octubre de 2019 solo desde la perspectiva de la violencia no nos ayuda a avanzar.
P. Cuatro años después, seguimos entrampados en el camino constituyente.
R. Hoy todo se ha acentuado porque no hemos encontrado las maneras. Todas las fichas se pusieron en la nueva Constitución. Y fue un error desde el comienzo, absurdo. Las personas lo que quieren es resolver cuestiones que, básicamente, tienen que ver con su vida: provisión social, servicios sociales mejores, mejorar sus oportunidades.
P. Este es un país que cree mucho en el esfuerzo personal.
R. Y muchos lo ven muy críticamente. Yo no. Yo lo veo positivamente, aunque es muy dañino si se cree que el esfuerzo personal funciona sin ninguna institución de soporte. Las personas querían oportunidades para poder desarrollarse y para enfrentar la vida, regulaciones mayores ante los abusos, y mayor protección y escucha de los problemas concretos de sus vidas, como el narcotráfico y el crimen organizado. Eran esas cosas y una nueva Constitución no iba a resolverlas, de ninguna manera.
P. ¿Fue una salida errada?
R. No digo que haya sido errada. Fue virtuosa en el momento y debió haber abierto el campo para nuevas soluciones políticas como un gran acuerdo nacional, que está siendo sugerido –entre los que me cuento– desde hace años. Un verdadero acuerdo nacional de las fuerzas políticas que no ha llegado. Y eso consiste en ceder de todos lados y poner todas las voluntades para trabajar.
P. ¿Un acuerdo en torno a qué temas?
R. A la crisis de educación. Creo, además, que tenemos que resolver cuestiones de seguridad. No es un invento de la derecha, sino que está presente en la vida de las personas hace mucho tiempo. Los barrios cercados y las balas locas son noticia no desde 2019, sino desde hace más de una década. La gente comenzó a encerrarse y gradualmente fue perdiendo espacios. Tenemos que tener un proyecto de desarrollo y enfocarse en los problemas de la salud. Un verdadero acuerdo nacional en torno a estos cuatro asuntos urgentes debería haber acompañado el proceso por una nueva Constitución.
P. Dice usted que la sociedad de 2019 sigue ahí, pero da la impresión de que, más bien, la sociedad fuera otra muy diferente. Con el avance del Partido Republicano, por ejemplo.
R. Una cosa es la vida social y otra es la relación de la sociedad con la política, y eso hay que diferenciarlo. En el mundo social lo que hay es una continuidad de los procesos de desapego, irritación y desencanto. La gente está cansada y sigue buscando mejoras y cambios.
P. Y lo que ofrece el campo político, entonces, va por otro carril…
R. Acabamos de publicar, junto a otros dos colegas, un texto que se llama Politización sin identificación. Es sobre los sectores populares de distintas zonas de Chile y una de las cosas que está planteada como tesis es que las personas tienen grados de politización altas, en el sentido de que construyen una representación de la sociedad en su conjunto, hay una idea de cambio, etcétera. Pero no tienen identificación con ninguna de las ofertas orgánicamente que tienen en el campo político. Entonces, lo que hacen es mirar el campo político y tomar decisiones fragmentarias. Es decir, cuando yo voto por los republicanos, no voto por todo lo que dicen los republicanos, sino por un elemento que engancha en un determinado momento. Un segundo elemento tiene relación con el desencanto.
P. ¿En qué sentido?
R. Como el desencanto es muy alto, la tendencia a elegir cosas nuevas es más grande. Es la promesa la que está en juego. Y cuando los republicanos hacen promesas incumplibles –como que van a hacer desaparecer a los narcotraficantes–, van a generar una nueva decepción. Por lo tanto, hay un círculo vicioso entre las lógicas de lo que está ocurriendo en el mundo social y lo que sucede en el campo político.
P. La lectura desde la política parece ser, ahora, en octubre de 2023, que la sociedad no es la misma de octubre de 2019.
R. Lo que quiere decir que la política solo ve a la sociedad cuando está en las calles e interrumpe la vida social. Eso muestra que algo se está haciendo mal, porque lo que la política debe hacer es producir formas de relación entre lo político y lo social que permita modos de convivencia que no hagan necesaria una interrupción de la vida social y política, como en octubre de 2019.
P. ¿Cuál es la salida?
R. De partida, mirar los recursos que Chile tiene. Hacer un inventario no solo de problemas, sino de recursos. Lo segundo: quizá hay que intentar promover más iniciativas de actores sociales entre actores sociales, hasta que se destrabe el mundo de lo político, trabado en peleas incompresibles. Imagino acuerdos de largo plazo entre gremios empresariales, universidades, actores estatales, juntas de vecinos, agrupaciones de mujeres de distintos tipos. Es un primer paso para salir del letargo.
P. ¿Considera importante lo que resulte del plebiscito de diciembre?
R. Lo que ocurra no va a resolver los problemas del país. Si se rechaza, se rechaza. Tendremos que pensar, ahora en serio, que lo que tenemos que hacer es otra cosa.
Fuente: El Pais