Por Germán Silva/ Director del Centro de Estudios y Análisis de la Comunicación Estratégica (CEACE), Universidad Mayor
Hoy, un poco antes de las 00.00 horas, llegarán corriendo a las oficinas del Servel, como siempre, dirigentes de distintos partidos llevando cajas con firmas y sus listas de candidatos al Parlamento. Habrán dejado atrás meses de disputas, quiebres, desencuentros y negociaciones que, de seguro, dejarán huellas y heridas, pero que, a la hora de las fotografías y sonrisas, olvidarán por unos minutos.
A diferencia de otras elecciones, el escenario esta vez es muy distinto.
En primer lugar, esos candidatos competirán en un sistema proporcional, el que corrige la distorsión del binominal, ese mecanismo artificial que nos condenó a una suerte de gran bipartidismo desde 1990, el que se justificó en su momento por la búsqueda de equilibrios, por supuesto, manteniendo una fuerte hegemonía de dos bloques que impedían el acceso a grupos pequeños que representaban intereses específicos.
En segundo lugar, los aspirantes al Congreso deberán enfrentar nuevos distritos y circunscripciones. En el caso de los que, una vez más, intentarán mantener su cupo –hay un número importante de parlamentarios que esperan ser reelectos y llegar así a completar 31 años en el cargo–, tendrán que reconocer un nuevo territorio que les es ajeno. En un ejercicio que cuesta entender, los congresistas analizaron por meses el país, para terminar juntando comunas y/o ciudades que no tienen nada en común. Incluso llegaron a tal nivel de originalidad, que hay distritos que quedaron idénticos a la circunscripción a la que pertenecen.
El objetivo perseguido, sin duda, era más simple de lo que aparenta: tener argumentos para justificar el aumento de 120 a 155 diputados y de 38 senadores a 50. En su momento, los honorables aseguraron que el presupuesto del Parlamento no sufriría modificaciones pese al mayor número de representantes, asesores, etc. Está claro que esto no se cumplirá y el Estado deberá gastar más recursos para sostener a esta institución.
A las tres variables antes mencionadas debemos agregar que el panorama ha cambiado mucho desde la última elección, de 2013. La clase política fue duramente golpeada por los casos de financiamiento ilegal, tenemos parlamentarios en ejercicio formalizados, un ex senador y presidente de un partido condenado por los tribunales, los partidos tradicionales perdieron peso y han nacido nuevos conglomerados. Todo esto ha afectado la confianza de la ciudadanía en la política chilena, sin ir más lejos, en la última elección municipal apenas votó un 34.7% de los electores. Y qué mejor reflejo de esto es el hecho de que la Cámara de Diputados tiene un 11% de aprobación –según la última encuesta Adimark– y el Senado un 14%.En tercer término, los parlamentarios agregaron un criterio respecto del cual no se dieron cuenta, en su momento, la tremenda complicación que les traería: establecieron una ley de cuotas que obliga a los conglomerados a llevar un 40% de mujeres en sus listas. Recordemos que hoy en la Cámara Baja solo hay 19 diputadas y en el Senado 6 mujeres. De seguro, los partidos tuvieron que bajar a varios candidatos –que ya se sentían seguros– a último momento para cumplir con el requisito autoimpuesto. Enhorabuena.
Aunque el panorama presidencial pareciera ser más predecible –pese a que al menos competirán 8 candidatos–, los resultados a nivel parlamentario son bastante más inciertos, debido al nuevo sistema electoral y la crisis vivida en estos últimos años. Y esto abre una esperanza de nuevos aires para la política chilena. Sin duda, el ciclo iniciado con la vuelta a la democracia parece ya haber llegado a su fin y, por tanto, deberíamos comenzar a experimentar un giro que se puede consolidar en las elecciones de 2021. Claro, aún estamos lejos de que en Chile se repita la verdadera “Revolución Francesa” que el país galo vivió hace unos pocos meses, cuando los ciudadanos concurrieron a las urnas y derribaron el viejo sistema partidista –Republicanos y Socialistas fueron duramente castigados–, logrando renovar al 75% de los parlamentarios.
De partida, es poco probable que exista mayoría en ambas cámaras desde 2018. Algunos análisis proyectan que al menos 20 diputados no pertenecerán a los bloques tradicionales, varios de ellos representarán a Ciudadanos, Amplitud, Frente Amplio, partidos regionalistas e independientes. También tendremos una renovación de rostros más o menos importante. Varios de la “vieja guardia” anunciaron que no competirán después de estar 27 años en sus cargos, como Hernán Larraín, Alberto Espina o Eugenio Tuma. También se excluyeron dirigentes que han estado en la primera plana por décadas, como Mariana Aylwin y Jorge Bustos.
La renovación de personas no solo sería un refresh para la alicaída política chilena, sino también podría representar una señal de nuevas prácticas, más acorde con los tiempos de transparencia y conexión con los ciudadanos. Y esto, seguramente, tendría que repercutir en los partidos tradicionales, los que necesitan urgentemente adaptarse al país que tenemos hoy.
A partir de mañana tendremos cientos de candidatos inscritos mostrando sus proyectos y propuestas y, claro, tendrán más posibilidades de salir que con el sistema antiguo. Ojalá que los chilenos tomemos conciencia de que esta vez hay una oportunidad enorme de poder hacer valer con el voto un cambio real de la política nacional. De seguro, un porcentaje muy bajo de la población está informada y tiene conciencia de la transformación del sistema electoral que debutará en noviembre. El Servel tiene la obligación de hacer una fuerte campaña informativa, pero nada se puede comparar con el rol que cada uno de nosotros, como ciudadanos, puede cumplir.
Denos su opinión