Por Paula Escobar
En una semana con brusca alza de contagios y muertes, 40 mil personas -según dijo el Presidente- coparon las vías de salida de Santiago en autos y en algunos helicópteros. Iban rumbo a sus “segundas viviendas”, en playas, lagos del sur, campos de la zona central. Lo peor del ABC1, la “cota mil” que denominó el sacerdote Felipe Berríos, o como sea que se le denomine al grupo más privilegiado.
No solo por la desidia, irresponsabilidad, falta de ética y de respeto a las normas mínimas de vida común, sino porque refleja una de las caras más crueles del Covid-19: que es una pandemia que profundiza y abre aún más las desigualdades entre y dentro de los países: mientras la “cota mil” se va de paseo, la “cota cero” comienza a hundirse.
Ayer, en este diario, lo dijo el profesor de Yale y experto en la materia Frank M. Snowden, autor de Epidemias y sociedad: de la peste negra al presente. Al principio se pensó que era un virus que les daba a todos por igual, “nivelador” socialmente. “Pero lo que parece estar surgiendo con mayor claridad a medida que pasa el tiempo es que la enfermedad afecta preferentemente a los desfavorecidos dentro de determinados países. En los Estados Unidos, en particular, tiene preferencia por las personas que no tienen cobertura de atención médica o no tienen un trabajo del que puedan ausentarse o teletrabajar. O viven en lugares de bajo estándar, con tanto hacinamiento y falta de higiene, que hace que suene como una mala broma el consejo que dan los países ricos del distanciamiento social y lavarse las manos seguido”, dijo. El New York Times de esta semana reportaba que el virus estaba infectando y matando en tasas desproporcionadamente altas a los afroamericanos y también a los latinos.
En términos de salud, hay más riesgos adicionales, como enfermedades de base asociadas a la precariedad económica, sea diabetes prematura, obesidad o problemas pulmonares. Especialmente es así en el caso de los trabajadores informales, cientos de millones de personas sin contratos, ni seguro de salud ni de cesantía. En Chile, el virus ya ha exacerbado su ataque sobre ellos: trabajadores chilenos o inmigrantes cuyos empleadores no los contratan ni les pagan imposiciones. O trabajadores “uberizados” de la nueva economía, que no tienen cotizaciones de salud e imposiciones, bajo la falacia de que son “socios” de titanes de Silicon Valley.
Dramático es el caso de no pocas trabajadoras de casa particular, que a pesar de tener contrato, no les pagan su sueldo. La ministra (S) de la Mujer, Carolina Cuevas, ha hecho un llamado urgente a que no les quiten sus remuneraciones: si le pagan, pague. ¿Qué pueden hacer quienes no están recibiendo sueldos, pero se les pide o impide trabajar? ¿Hasta dónde se esperará para ir en su rescate?
El gobierno anunció esta semana un fondo de protección de ingresos para segmentos más vulnerables por dos mil millones de dólares, que se enfocará en los informales, un universo potencial, según se dijo, de tres millones de personas.
Si bien es una señal correcta -pues habían quedado fuera del primer paquete de ayuda a los empleados-, es inentendible la poca precisión y detalle de cómo y cuándo se repartirá. Pareciera como si el apuro hubiera estado en dar una señal de mayor gasto social, pero no en darle la mayor velocidad a la implementación y a otorgarles claridad a quienes están ya desesperados, viviendo el día a día. Muchos ya no tienen cómo pagar arriendos y gastos básicos.
Es importante que el ministro Briones aclare esto, y que sea un sistema simple y sin trabas.
Y además del gobierno, es la hora de la responsabilidad individual. El mismo profesor Snowden ha dicho que las pandemias son como un espejo de las sociedades. Que la imagen en ese espejo de los chilenos no sean los vacacionistas egoístas e irresponsables que bajaron de su cota mil en medio de la pandemia para divertirse frente al mar o sus campos.
Los chilenos y chilenas somos mejores que eso.