Por Germán Silva, Director del Centro de Estudios y Análisis de la Comunicación Estratégica (CEACE), Universidad Mayor
En solo una semana, Enrique Paris tuvo que dar la cara cuando se sumaron, al total de contagiados, las 31.412 personas con PCR positivo que nunca fueron notificadas –sí, escuchó bien- y que, por tanto, circularon compartiendo el virus a unos cuantos miles más. También acompañó al jefe de Epidemiología del Minsal cuando informó, este sábado 20, de otras 3.906 que serían incluidas como “muertes probables” por COVID-19. Es decir, una persona que falleció esperando el resultado del test.
Agreguemos que una semana antes, a regañadientes, Jaime Mañalich se vio obligado a contabilizar los 657 muertos “descubiertos” por Espacio Público. Entonces, ¿le dejó “la mesa servida” el exministro, traspasándole el problema, o fue el propio Paris quien se dio cuenta, a su llegada, que algo no calzaba y optó por transparentar estas cifras?
Lo que estamos viendo hoy en Chile es un escenario muy desalentador. Las cifras se han disparado de tal forma que hemos llegado a ocupar el cuarto lugar entre las ciudades con mayor número de contagios en términos netos, es decir, sin sacar la proporción en relación con la población total. Con el mismo parámetro, nos ubicamos en la novena posición de casos en el mundo, pero si lo calculamos de acuerdo a los contagiados por millón de habitantes, en varios momentos nos hemos ubicado entre los tres primeros. Un panorama negro y oscuro, inimaginable cuando, apenas hace tres meses, el Gobierno se jactaba de nuestro alto nivel de preparación y se permitía ironizar e, incluso, burlarse de los países vecinos y algunos europeos.
Creo que el ministro Paris tuvo una buena partida. Una semana en que le cambió el rostro a la vocería, abrió espacios de diálogo y mostró una actitud alejada del exitismo y la soberbia de los tres primeros meses. Pero eso no basta. El médico tiene que dar señales más concretas rápidamente. Por la gravedad de la crisis, necesita que la gente vuelva a confiar en el que está a cargo. Seguir proyectándose como de “continuidad” –es parte de su relato– no le va a ayudar en nada. Evitar un conflicto con la UDI es un costo que vale la pena pagar. Ministro, ¿usted exigió transparentar los 31.412 contagios y 3.096 muertos adicionales? Este sería un verdadero punto de inflexión y el tiempo apremia.
En una entrevista realizada en marzo al Presidente Sebastián Piñera y que se transformó en viral el pasado fin de semana, el Mandatario señalaba en algunos pasajes: “El caso de Italia va a ser muy distinto al caso de Chile y quiero darles tranquilidad a todos mis compatriotas que nosotros estamos mucho mejor preparados que Italia…”. Esa era la época en que la Cancillería filtraba un brief a la prensa Argentina para jactarse de nuestra estrategia escogida –totalmente opuesta al resto de Sudamérica– y los resultados eran muy acotados, antes que el virus se desplazara a una gran velocidad desde el sector Oriente al resto de la Región Metropolitana, especialmente los sectores populares, luego que Mañalich impusiera una especie de “muralla” que terminó protegiendo a los grupos más acomodados.
En esa entrevista, Piñera remataba: “El peor escenario y que estamos preparados para enfrentar es de 100 mil casos”.
¿En qué momento se derrumbó todo el “castillo de naipes” de Mañalich? Primero, cuando el Gobierno se empezó a dar cuenta que su apuesta no estaba funcionando. Sin duda, en ella había influido un rasgo característico del Presidente: el correr riesgos. Piñera puso todas sus fichas en una carta que, de resultar, sin duda podría ayudarles a recuperar todo lo perdido desde el 18 de octubre. De hecho, las cuarentenas flexibles estaban siendo desechadas por casi todos los países y las experiencias más exitosas –si es que se pueden calificar así– recomendaban el confinamiento total.
Tan confusa fue la opción escogida, que hoy ha reflotado la controversia debido a que, tanto el exministro como la subsecretaria Paula Daza, afirmaron muy tempranamente que el objetivo debía ser crear el anticuerpo y que, por tanto, era necesario que toda la población se contagiara de manera que las personas nos fuéramos contagiando “por turnos”. Hoy, la ministra Karla Rubilar y el propio Paris han dicho que esa no fue la estrategia definida por el Gobierno. Los videos, entrevistas, notas de prensa y declaraciones de la época, contradicen totalmente a ambos.
Una segunda variable que permite entender cómo se derrumbó el “castillo de naipes” fue cuando se proyectó de manera categórica, casi absoluta, el comportamiento de la curva y la llegada del peak. El entonces ministro llegó a afirmar –casi con certeza– el día que ocurriría, cual lector del tiempo en TV. Dijo que sería a fines de abril, lo que empezó a corregir semana a semana. Lo mismo con su pronóstico de una curva que tendría muy luego una meseta plana. Nada de eso ha ocurrido hasta el día de hoy.
En ese momento, Piñera subía lentamente en las encuestas. La gente estaba convencida de que todo lo que se prometía se cumpliría y, por tanto, podríamos capear la ola mucho más fácil que el resto del mundo. Y, claro, el llamado a la “nueva normalidad” reflejó cuán lejos estábamos de las promesas hechas por Piñera y Mañalich en marzo. Solo basta recordar que en la misma entrevista a que hice referencia, el Presidente pronunció una sentencia que, aunque difícil de creer, daba bastante confianza: “Una o dos semanas después que partió esto en China, nos empezamos a preparar”.
En muy poco tiempo, la población se empezó a dar cuenta –y bastante antes que Mañalich– que el “castillo” se venía abajo por completo. No se estaba cumpliendo ninguna de las proyecciones. El Presidente ya no celebraba las cifras: “Me siento orgulloso de que Chile sea uno de los países que tiene buenos resultados”, dijo en abril. No llegó el peak, no hubo curva aplanada, no fuimos los mejores de Sudamérica, no resultaron las cuarentenas flexibles, el virus no se hizo bueno. Aunque, claro, hasta ahora sí nos estamos contagiando todos como “rebaño”. Y pese a que el Gobierno ha intentado desligarse de su responsabilidad apuntando a algunos irresponsables, la gran mayoría de las personas sí han hecho un gran esfuerzo por estar encerradas. Es decir, está pasando algo similar a esos curas que retaban a los feligreses presentes por aquellos que no asistían a misa.
Lo que el Gobierno no ha entendido es que lo que se perdió fue la confianza y credibilidad en el relato desplegado, que trató de instalar una serie de certezas: los mejores, los distintos, los que les daríamos una lección a los otros, incluyendo el pronóstico casi exacto de fechas y contagiados. No hay ninguna posibilidad de que un país se pueda alinear detrás de una estrategia si es que no se reconocen los errores. Y no de manera lateral o “políticamente correcta”, del tipo “pudimos hacer las cosas mejores”, como dijo la vocera, sino que se explicite en que ámbitos se tomó una decisión errada y cómo hoy puede ser corregida. Sin eso, Enrique Paris pasará a la historia solo como alguien de buena voluntad y capacidad de diálogo. Si él tomó la decisión de transparentar las cifras, que lo diga. Si cree que la estrategia de Mañalich no estaba diseñada para este escenario trágico, que lo diga y anuncié “su plan”.
Creo que el ministro Paris tuvo una buena partida. Una semana en que le cambió el rostro a la vocería, abrió espacios de diálogo y mostró una actitud alejada del exitismo y la soberbia de los tres primeros meses. Pero eso no basta. El médico tiene que dar señales más concretas rápidamente. Por la gravedad de la crisis, necesita que la gente vuelva a confiar en el que está a cargo. Seguir proyectándose como de “continuidad” –es parte de su relato– no le va a ayudar en nada. Evitar un conflicto con la UDI es un costo que vale la pena pagar. Ministro, ¿usted exigió transparentar los 31.412 contagios y 3.096 muertos adicionales? Este sería un verdadero punto de inflexión y el tiempo apremia.