Por Enrique Lluch Frechina, doctor en Ciencias Económicas y Licenciado en Económicas por la Universidad de Valencia. Publicado en la revista Noticias Obreras, marzo 2019.
Los valores, las virtudes y la concienciación de quienes dirigen las empresas, de quienes emplean a trabajadores, de quienes crean empleo remunerado, aparecen como el determinante último de la potenciación del trabajo decente.
Cuando la concepción es ésta, la labor a realizar es formar de una manera ética a nuestros directivos. Así surgen los cursos de ética empresarial que intentan cultivar en los futuros o actuales directivos esa conciencia ética que les lleve a ver en las personas y su trabajo algo más que un coste de producción que hay que asumir y minimizar para lograr unos beneficios mayores. La deontología del directivo se convierte así en la clave. Una buena formación en este campo puede llevarnos a un conjunto de directivos que trasladen sus opciones éticas a la empresa y consigan que en sus compañías el trabajo remunerado existente cumpla al menos los mínimos necesarios para que sea considerado decente.
No hay que menospreciar este enfoque de la ética en la empresa como promotora del trabajo decente. Conocemos casos de directivos que realizan un fuerte esfuerzo para lograr unas condiciones adecuadas para su plantilla y que, enfrentándose a otras personas de la misma empresa, han logrado grandes avances que han permitido la creación o la consolidación de empleos remunerados en unas condiciones muy adecuadas. La formación deontológica y la ética de personal de los directivos es importante y no puede ser descuidada.
Sin embargo, ceñirnos a esta responsabilidad personal a la hora de promover el trabajo decente en las organizaciones empresariales supone olvidarse de que muchas personas con una buena ética personal, que tienen unos elevados valores que les llevan a respaldar obras admirables y a llevar una vida personal impecable desde el punto de vista familiar y particular, tienen un comportamiento diferente en la empresa colaborando en ella en la creación y el mantenimiento de trabajo que no podríamos calificar como «decente». Esta paradoja no se explica solamente por un comportamiento dual que les lleve a ser de una manera en unos ambientes y de otra en otros, sino a unas estructuras que facilitan esta clase de comportamiento totalmente disociado del que se tiene como persona en ambientes que no sean los laborales.
La estructura de las empresas, la estructura de los mercados en los que estas se mueven, los objetivos económicos de la sociedad y de las compañías, todo ello tiene una influencia directa en el comportamiento de directivos y personas que trabajan en una empresa y que son determinantes para la creación y potenciación del trabajo decente. Porque estas estructuras son las que crean las condiciones que hacen que el directivo concienciado pueda tener fácil poner en práctica aquellas medidas éticas favorables al trabajo decente o tenga que ser un valiente lleno de coraje moral para poder ir en contra de la corriente principal que le lleva en la dirección contraria y que puede arrastrarlo irremediablemente.
De hecho, esta es una de las causas principales por las que buenas personas, que tienen un comportamiento correcto en otros campos ajenos al empresarial, tomen decisiones que no realizarían en otros campos de su vida y tengan que escindir su yo en dos maneras de comportarse, la que utilizan en su actividad profesional y la que les sirve para cualquier otro aspecto de su vida. La organización social y empresarial que te premia o castiga según los comportamientos que llevas adelante, es un aspecto clave a tener en cuenta a la hora de promover del trabajo decente.
Varios son los elementos que configuran en marco en el que desarrollamos nuestra actuación. El primero sería la legislación y la lucha ya centenaria por los derechos de los trabajadores es una muestra de la importancia que tiene este campo. Sin embargo, es claramente insuficiente, en especial en un mundo en el que se potencia a nivel internacional la libre circulación de mercancías, la libre contratación de servicios y la libertad de movimientos de capital, pero no se permite la libre circulación de personas. Todo ello hace que se puedan encontrar lugares en los que el trabajo decente no es una realidad y en los que los propietarios de las empresas pueden ganar mucho dinero gracias a unos costes de producción muy reducidos. Unos mercados internacionales liberalizados solamente en parte y con unas condiciones de juego diferentes en unos y otros países, presionan a directivos y empresas en contra del trabajo decente.
La búsqueda de precios bajos también influye en este comportamiento. El hecho de que la mayoría de las personas utilicen como único criterio de compra la relación calidad precio, hace que haya una presión por la bajada de estos últimos que acaba repercutiendo con frecuencia en las condiciones del trabajo. Esto sucede porque la concepción economicista de la empresa pone en primer lugar el margen de beneficios para los propietarios de la misma, lo que hace que los ajustes de precios no suelan recaer sobre las ganancias de los socios de la empresa, sino sobre los costes de producción y a menudo directamente sobre los salarios o las condiciones laborales.
La ética no es solamente una cuestión personal, sino que tiene que ser reforzada por una organización empresarial y de la sociedad que respalde de una manera efectiva aquellas decisiones que pueden llevar a generalizar el trabajo decente en todos los lugares de trabajo. Por ello, nuestras opciones éticas deben mirar más allá de la formación deontológica, más allá de la legislación, para apostar por reorganizar la sociedad, la economía y las empresas de modo que el trabajo decente y quienes lo apoyan se vean reforzados por esta manera de organizarnos.
Denos su opinión